Escribir de pie

En ocasiones el trabajo de escribir suele parecerse a otras tareas igual de complejas y dedicadas. Al igual que el tallado con que el ebanista tornea su pieza e inscribe lo irrepetible de la labor manual, las letras salvan lo individual y aseguran la libertad de la creación. Libro de arena comparte un texto de Michel Tournier que habla de la escritura como arte y como trabajo, contra toda opresión.



El visitador penitenciario del centro de Cléricourt me había advertido:  “Todos han cometido barbaridades, terrorismo, toma de rehenes,hold up. Pero fuera de sus horas en el taller, han leído algunos de sus libros y querrían hablar con usted”. Así que reuní todo el coraje que pude, y tomé el camino que lleva a aquel infierno. No era la primera vez que acudía a la cárcel. Como escritor, se entiende, y para charlas con esos lectores especialmente atentos, los jóvenes detenidos. Conservaba de aquellas visitas, un gustito de insoportable aspereza. Recordaba, sobre todo, un espléndido día de junio. Después de dos horas de charla con seres humanos semejantes a mí regresé en mi coche diciéndome: “Y ahora les llevarán a sus celdas, y tú te vas a tu jardín con una amiga. ¿Por qué?
Me confiscaron los papeles y a cambio tuve derecho a una gruesa ficha numerada. Pasearon por mis ropas un detector de metales. A continuación, se abrieron una s puertas dirigidas electrónicamente, y se cerraron detrás de mí. Franqueé compartimentos. Me aventuré por pasillos que olían a encausto. Subí escaleras cuyos huecos estaban tapados con redes “ a fin de prevenir las tentativas de suicidio”, me explicó el carcelero.
Estaban reunidos en la capilla, y algunos, en efecto, eran muy jóvenes. Sí, habían leído algunos de mis libros. Me habían oído por la radio. “Trabajamos la madera-me dijo uno de ellos-y nos gustaría saber cómo se hace un libro.” Conté mis investigaciones previas, mis viajes, después, los largos meses de artesanía solitaria en mi mesa (manuscrito=escrito a mano). Un libro es algo que se hace como un mueble, por paciente ajuste de piezas y trozos. Para ello hace falta tiempo y cuidado.
-Sí, pero una mesa y una silla sabemos para lo que sirve. ¿Es útil un escritor?
Era necesario que se planteara la pregunta. Les dije que la sociedad estaba amenazada de muerte por las fuerzas del orden y de organización que pesan sobre ella.. Todo poder-político, policíaco, o administrativo- es conservador. Si nada lo equilibra, engendrará una sociedad bloqueada, semejante a una colmena, a un hormiguero, a un termitero. Ya no habrá nunca nada humano, es decir, imprevisto, creativo entre los hombres. El escritor tiene como función natural la de iluminar con sus libros ámbitos de reflexión, de contestación, de puesta en cuestión del orden establecido. Incansablemente lanza llamadas a la revuelta, al desorden, porque no hay6 nada humano sin creación, aunque toda creación molesta. Por eso es tan a menudo perseguido. Cité a Francois Villon, mas a menudo en la cárcel que  libre; Germaine de Stäel, que desafió al poder napoleónico negándose a escribir la única frase de sumisión que le habría valido el favor del tirano; Victor Hugo, exiliado veinte años en su islote. Y Jules Valles, Y Soljenistsin y muchos otros.
-Hay que escribir de pie, nunca de rodillas. La vida es una tarea que siempre hay que hacer de pie- concluí yo.
-¿Y eso? ¿No es sumisión eso?
¿La Legión de Honor? En mi opinión, es la recompensa de un ciudadano tranquilo, que paga sus impuestos y no incomoda a sus vecinos. Pero mis libros escapan a cualquier recompensa, lo mismo que a toda ley. Y les cité las palabras de Erik Satie. Aquel músico oscuro y pobre detestaba al glorioso Maurice Ravel, al que acusaba de haberle robado su lugar al sol. Un día Satie se entera con estupor de que le han ofrecido a Ravel la Legión de Honor, y que la ha rechazado. “Él rechaza la Legión de Honor-dijo-pero toda su obra la acepta.” Lo cual era bastante injusto. De todas formas, creo que un artista puede por su parte aceptar todos los honores, a condición de que su obra los rechace.
Nos separamos. Me prometieron escribirme. Yo no lo creí. Me equivocaba. Hicieron algo más que eso. Tres meses más tarde una camioneta de la penitenciaría de Cléricourt se detenía delante de mi casa. Se abrieron las portezuelas traseras, y sacaron de allí un pesado pupitre de roble macizo, uno de esos grandes muebles sobre los que escribían los oficiales de las notarías, pero también Balzac, Victor Hugo o Alejandro Dumas. Acababa de salir del taller y aún olían las virutas y el barniz. Iba acompañado de un breve mensaje: “Para escribir de pie. De parte de los presos de Cléricourt".


Michel Tournier


Medianoche de amor


Buenos Aires, Alfaguara, 2003







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