Ricardo Chávez Castañeda: "La única manera que tenemos de hacer que el mundo sea comprensible es escribiéndolo".

Las diferencias de capacidades y de mirada tienen voz en los relatos del escritor mexicano Ricardo Chávez Castañeda, quien en esta segunda entrega de la conversación en la Biblioteca Nacional habla de la razones personales que lo llevaron a escribir su libro Fernanda y los mundos secretos. También refiere a su literatura como una literatura de la incomodidad que la hace compleja de catalogar, difícil de publicar y cuenta cómo fue que dejó el fútbol por la escritura y encontró en ésta su verdadero lugar. Libro de arena presenta este intenso diálogo que formó parte del Ciclo "Encuentros con escritores de Literatura infantil y juvenil" organizado por el Programa Bibliotecas para armar y que coordinó Mario Méndez.








Asistente: Hay un libro de cuentos que se llama Cuentos de amor, de locura y de muerte, que es de Horacio Quiroga… mucho del espíritu de las verdaderas pesadillas aparece en esos cuentos…

Mario Méndez: ¿Se lee a Quiroga en México?

Ricardo Chávez Castañeda: No sé si todavía, pero en mi época sí. Me volvía loco. Pero yo no sé exactamente por qué me volvía loco, ¿no?…

MM:  Bueno, Lola, el día que discutimos con esa compañera si era o no era para chicos, justamente uno de los ejemplos que salió fue el de “La gallina degollada”…

Asistente: O “El almohadón de plumas”…

MM:  Bueno, ahora, para seguir, tengo varias cosas pero esto tiene que ver. Fernanda y los mundos secretos,  este libro no es para nada oscuro.  Es donde la esperanza está clara y además me parece que hay una metáfora de estas “rarezas” o de estos chicos distintos que son magníficas. Vos dijiste que no son autistas. Pero la nena que oye todo  tiene ese perfil. Este es un libro esperanzador, realmente.  ¿Cómo surgió Fernanda…?

RCC: ¿La verdad o la mentira?

MM: Las dos.

RCC: Esta. Esta es la idea. La verdad. Y luego surge la mentira de la verdad. Fernanda, mi hija, nació con el cerebelo más pequeño que lo normal. Eso significa que tiene problemas de equilibrio, tiene un problema por el que los ojos se le mueven un poquito rápido, tiene problemas de coordinación pero ya solamente de la cintura hacia abajo. Pero lo descubrimos muy tarde y perdimos ese momento en el que el cerebro podría haber… pero bueno…  ha ayudado mucho la esperanza y ella ha podido avanzar en su vida. Tiene dieciocho años ahora, pero ya desde entonces nos decían los médicos que no debería llegar al alcohol, porque el alcohol mata neuronas y para Fernanda eso sería muy grave porque ella podría tener los problemas que tiene la gente mayor, siendo mucho más joven. Y entonces otra vez, los escritores, la única manera que tenemos de hacer que el mundo sea comprensible, y darle sentido, es escribiéndolo. Entonces yo escribí un cuento, que es el primer cuento que se llama “La niña que tenía el mar adentro”. Y es un poco la historia de Fernanda. Fernanda es una niña que no puede pararse como nosotros sino que tiene que abrir un poco las piernas para lograr equilibrarse y lo que cuenta la historia es que su mundo es como un oleaje, el suelo es como un oleaje que se está moviendo y entonces ella tiene que estar todo el tiempo tratando de mantener el equilibrio. Ese cuento fue por Fernanda. Siempre he estado obsesionado por la gente distinta. Desde que estudiaba psicología. Y conocí a un psicólogo ruso, Luria, de principios del siglo XX, que hizo dos investigaciones que se parece ahora a lo que hace Oliver Sacks, este neurólogo de Estados Unidos que hace estudios de caso. Lo que hace es analizar a las personas que son distintas. Y más que analizar, hablar con ellas, convivir, contarnos esas historias. Cuando yo leí a Luria (sus libros son, uno de un hombre con una memoria prodigiosa y otro con el de un hombre con el cerebro destruido porque lo había atravesado una bala y le había afectado el lenguaje), cuando yo leí esos dos libros me maravillé otra vez de la subjetividad. A mí me llama la atención lo que los seres humanos podemos ser, todas las posibilidades que tenemos, y que siempre, desde nuestra perspectiva normalizamos unas cuantas. Me llama la atención cuando nos salimos de ese rango de visibilidad que hemos creado. Entonces, lo que hice, fue leer todo Oliver Sacks. Y noté que todos los casos son de adultos. Y entonces dije: ¿Dónde están los niños que son distintos? ¿Por qué nadie habla de los niños?  Entonces yo dije: yo lo voy a hacer. Y lo que hice fue tomar montones de casos de Oliver Sacks y convertirlos en niños. La mentira es que conté en el libro, que mi hija y yo, somos los que descubrimos a los niños raros. Los niños secretos. Secretos, porque los padres tienen tanto miedo de su diferencia y de que otros niños los puedan abusar, que todo el tiempo los está protegiendo. Yo, lo que inventé en el libro es que Fernanda y yo veíamos que en las escuelas había niños que nunca salían al recreo, que en el barrio había un niño que siempre se asomaba por la ventana pero nunca bajaba y que nosotros empezamos a indagar sus historias y las contamos aquí.



MM:  ¿Todas las historias tienen algún basamento real? ¿Existen estos problemas?

RCC:  Sí, sí, todo existe. Por eso es increíble, tengo un sobrino que lo leyó diecisiete veces, que para mí es un record.  Y me acuerdo que mi prima decía que él, lo primero que le preguntó cuando acabó el libro fue: “¿Existen estos niños?” Y es que es cierto. Si ustedes leen ese libro es como si fueran superhéroes pero antihéroes. Hay un niño que no siente el dolor. Entonces sus amigos hacen competencias a ver quién resiste más el dolor, y entonces se ponen una liga. Y entonces todos empiezan a quitarse la liga y él, no. Y entonces el dedo se le empieza a poner rojo, morado, hinchado y entonces sus amigos se empiezan a dar cuenta de que va a ganar pero que su amigo resiste todo. Y al final son cuatro cuidadores del niño, que todo el tiempo están atrás de él. De pronto van a la casa y les abre la puerta la mamá que está vestida como astronauta y está en un mundo rarísimo, donde nada tiene vértices, todo es curvo y todo es suave, acolchonado. Y entonces, la mamá les cuenta que ella también tiene el problema. Que ella tampoco siente el dolor. Entonces siempre tienen que ver con amigos. Con la amistad siempre tratando de ayudar a estos niños… no ayudar… sí proteger, entender a estos niños distintos.

Asistente: El libro no lo escribiste como alegoría…

RCC: No. Son casos reales. No eran niños. Son los casos de Oliver Sacks. Una persona que se levanta y que dice: “Esta pierna no es mía”. Y se la quiere serruchar realmente. Yo cambié la manera. ”Para nosotros es tu brazo. ¿Cómo que no es tu brazo?”.  Una mujer que no veía, que solamente ve la mitad, entonces, si les pones un plato de comida, ellos solamente comen la mitad. Entonces les corren el plato y comen la otra mitad, pero no ven el plato. No ven la mitad del mundo. Es un problema cerebral. El caso del autismo no lo saqué de Oliver Sacks. Lo saqué de indagar con algunos amigos. La niña que tiene autismo, en realidad tenía una hipersensibilidad auditiva. Me acordé de la casa Usher de Edgar Allan Poe. Y lo que decían era que era tal la sensibilidad auditiva que cualquier ruido la mataba.  Entonces ella no se acercaba, no se movía, no quería que nadie la tocara. Todo lo increíble de Fernanda y los mundos secretos, lo increíble de Oliver Sacks, es descubrir tantas posibilidades humanas, y cómo nuestro mundo no está hecho para esas personas. Cómo eso las hace sufrir. No me acuerdo si lo conté aquí, pero hay un caso de una mujer, que no puede soportar el contacto humano. A pesar de ser autista, ella creó unos repertorios que le permiten estar entre nosotros. Podría estar ahora sentada ahí. Pero lo que ella cuenta es que, por ejemplo, cuando su mamá se acercaba, sentía que la iba a matar. Y que por eso lloraba, y lloraba, y lloraba y lloraba. Porque sentía que el contacto le hacía daño. Que si su mamá la apretaba la estaba asfixiando. Y cuenta que ella deseaba que su mamá la tocara. Que una vez la mamá abrió la puerta y entonces ella corrió para abrazarla y se detuvo. De ahí no pudo pasar. Pues esta mujer, hasta donde yo sé trabaja, logró vivir con los seres humanos. Dice que no entiende a los seres humanos. Somos de una complejidad asombrosa. Ella cuenta que todos los seres humanos hacen un gesto, y ese gesto tiene mil interpretaciones. Y que ella no entiende. Y que ella entiende a los animales. Ella trabaja con animales. Y lo que ella creó es un matadero más humano. Una manera de matar a las vacas más humanamente. Porque como entiende a las vacas, y las van a matar, lo que hizo fue ayudar a las vacas. Ella es una  ingeniera que tiene que ver con las construcciones de mataderos y demás, pero lo que ella cuenta es que cuando llega a la casa no puede mantener relaciones humanas. No puede. En un lugar como este, no entendería nada. Es tal la cantidad de mensajes…  todos son mensajes. Un guiño, la manera en que te rascas, un silencio… Todo es comunicación.  Ella no puede captar tanto lenguaje, tanta comunicación. Se cansa. Dice que le empieza a doler la cabeza. El caso es que como ella necesita el contacto, se inventó una máquina, que es como una plancha de ropa, de trajes, de sacos. Y entonces ella se mete en la plancha, la plancha se cierra, y ella controla la presión. Porque a veces necesita más presión.  Y esa es su manera de sustituir la afectividad humana que no puede recibir. Y es entonces que yo digo: “¿Cómo puede vivir esta mujer en este mundo?”  Me la imagino en el metro ahora. Pobrecita, se muere (Risas)



MM: Hay, seguramente lo leíste, El extraño caso del perro a medianoche, de Mark Haddon, que es un escritor inglés que trabaja con chicos autistas. Y es muy lindo esto de los abrazos. El padre que se siente rechazado y el pibe que no puede tolerar el contacto.

Asistente: Está la película.

MM: ¿Se hizo la película? Mirá, no sabía…    Hay un cuento de El cuaderno de las pesadillas, de la nena  que mira para el techo y nadie mira lo que hay en el techo, y sólo ella ve algo…

RCC: Y ella está sangrando, sangrando, sangrando. Y van los médicos. Y nadie se da cuenta de que ella está viendo algo en el techo y que por eso sangra, y sangra y sangra.

MM: Acá, capaz que Carola sabe, Andrea Ferrari, una autora argentina muy talentosa, que tiene una novela sobre esto, que es el único caso que yo conocía. El de no sentir el dolor. Es una novela. Habrá que buscarla. Quizá esté en la Feria y te interese. Y tenemos un cuento fundante de la literatura argentina, de Godofredo Daireaux, “Cuero curtido”. Un gaucho que no siente dolor, pero es como un mito folklórico que toma un escritor del siglo XIX. El Diablo es el padrino, y le da como bendición que no sienta dolor. No sé si ya Daireux sabría que existía este tema, pero Andrea, sí. Es una novela que, justamente los promotores de literatura infantil ( y esto es un tema que podemos tomar) no consiguen vender. Dicen que hay un rechazo muy fuerte a este tema. A vos con Fernanda…  ¿te pasó algo así?

RCC:  No. A Fernanda…  le ha ido muy bien. Muy muy bien.

Asistente: Quizá porque tiene esa impronta luminosa…

MM: Claro. Bueno, y ya que estamos hablando de escritores, en Severiana, el personaje que cuenta es  Vonnegut de apellido. Y hay toda una referencia a autores que seguramente te gustan, Tolkien, Lewis, Rowling, Orson Scott Card, el autor de la saga de Ender, Michael Ende y Cortázar. ¿Qué otros? ¿Quiénes son tus mentores, por así decirlo?

RCC:  Onetti, como cuentista, muchísimo, Thomas Bernard me gusta mucho. Me gustan los escritores enfermizos. Enfermos de ellos mismo, ¿no?  Clarice Lispector, Rulfo, que no está en los mencionados…

MM: Pero es coherente, porque son lecturas de jóvenes las que vos mencionás ahí… Son los que leería un chico joven. ¿Quién más?

RCC: Borges, que es otro tipo de locura, justamente antisentimental. Un día me gustaría indagar al Borges sentimental. Tomar, por ejemplo, “La biblioteca de Babel” y hacer algo sentimental con eso.  Porque el Borges intelectual es increíble, pero me gustaría probarlo…

Asistente: ¿El de Kamil? ¿El de Andrea Ferrari?

MM: ¡Sí señora! Muy bien. El increíble Kamil, con “K”. Gracias. Ese es el libro de Andrea Ferrari que están en la serie roja de SM.  Bueno, ves…  ahí hay una cuestión editorial. Las edades.

RCC:  Ese es un problema de las editoriales: “Ese es como para ocho ya”. “Muy bien, para ocho” (Risas)

MM: ¿Ahí te peleás?

RCC: No, no. Ahí ellos ya tienen definidas las categorías.

MM: Pero ¿qué pasa cuando uno no las entiende? Porque acá con el de Kamil , dije la Serie Roja, porque ahora recuerdo que la promotora que me comentó lo de este libro, me dijo: “Hay un libro de Andrea que a mí me gusta pero no consigo que las maestras lo elijan. A mí me parece que tendrían que poner que es para chicos más grandes.”

RCC: La verdad es que yo tengo que confesar que cuando una editorial me dice. “Bueno, te lo publicamos”, como ya llevo cinco años para que me lo publique les digo: “Sí, sí”. No importa en qué categoría publiquemos.

MM: Pero ¿todavía sigue costando?

RCC: ¡Uuuuuuuuuh!

MM:  Es algo increíble…

RCC: Para mí es una muestra de que lo que escribo sigue siendo incómodo, creo que esa es la palabra. Mi literatura sigue siendo incómoda. Sigue siendo difícil de catalogar. Por ejemplo, Fernanda y los mundos secretos, me cuentan en el Fondo de Cultura, en México que cuando llevé este libro, no existía ninguna categoría relacionada con este texto. ¿Por qué no inventamos una línea? Por eso inventaron “A través del espejo”.  Y yo creo que lo que hago se sale de los parámetros. Y en parte es un poco un elogio. Pero es cansador. Por ejemplo, yo doy un libro al Fondo, y al mismo tiempo lo doy a Comunicarte, al mismo tiempo lo doy a otras editoriales. Intento no hacerlo pero  me desespero y de pronto las cinco me dicen que no. Y entonces voy a Colombia.



MM: ¿Y cuando dos a la vez te dicen que sí?

RCC: Noooooo. Eso nunca me ha pasado (Risas). Me encantaría que alguna vez todas me dijeran que sí.

MM: Realmente es muy bueno que un texto tuyo ayude a fundar una colección…

RCC: Sí, sí.

MM: Bueno, para salir un poco de la seriedad, y esta es una pregunta personal, estamos en la Argentina, en Buenos Aires, ¿Qué es eso del fútbol? No puedo no preguntar.

RCC: Qué es eso del fútbol…  yo lo que quería ser era futbolista. Si yo hubiera cumplido mi sueño no estaría aquí.

MM: A la mayoría de los varones que estamos acá seguramente nos pasa lo mismo.

RCC:  Lo intenté mucho tiempo. Yo recuerdo que tenía ocho años, y lo que hacía era correr como loco. Yo corría muy rápido. Y entonces me la pasaba en el recreo corriendo, corriendo, corriendo, corriendo. Jugaba con otros amigos a perseguirnos. Al maestro lo volvíamos loco en tercero de Primaria. Y un día nos dijo: “Ustedes van a hacer algo con ese correr. Van a jugar fútbol“ Yo nunca había jugado fútbol.  Y me acuerdo que en ese recreo jugué fútbol y me encantó. Y desde entonces yo tenía mi rezo, que era: ”Que nadie se muera, que se acaben las enfermedades, que sea futbolista” (Risas).  “Que nadie se muera, que se acaben las enfermedades, que sea futbolista”. “Que se acabe el hambre y que sea futbolista”.  “Si Dios no hubiera querido que yo no fuera futbolista, no me habría dado a conocer el fútbol. Voy a ser futbolista, voy a ser futbolista”. E intenté. Intenté. Llegué a los equipos profesionales, llegué a la Selección Amateur. Pero tenía un problema de tobillos. De “doblillos” les dice mi hermana. Tengo los tobillos muy delgados.  Entonces me empecé a torcer y a luxar montones de veces. Nunca se me rompía nada, pero a cada rato se me torcían. Yo tengo pie plano. Entonces cuando piso cualquier borde se me va el pie. Se tuerce. Y entonces veía el balón con un ojo y la pierna del que venía con el otro ojo, porque sabía que si me daba me lo iba a romper. Entonces ya. Cuando empezó el miedo se acabó el fútbol. Y yo siempre platico que lo bueno es que tuve la fortuna de no poder ser futbolista. ¿Qué hubiera pasado si hubiera tenido que elegir entre el fútbol y la literatura? Aunque sea subjetivo. A mí me ayuda a pensar que lo hice bien y que estoy en lo que tendría que estar. Cuando tenía veintiséis años estaba jugando en una liga cualquiera. Entonces me vio un buscador de talentos y me dijo: “Te quiero llevar al Atlante, que es un equipo mexicano de primera división. Y yo pensé que lo podía engañar, probar otra vez. Ni siquiera sabía que yo tenía veintiséis años. Y dije:  ”No. La literatura, mejor”. Y justo a esa edad empezaba la literatura. Para mí es muy importante esa anécdota  porque me permite saber que realmente yo quería ser escritor. La necesidad de expresarme ya era más fuerte que la necesidad de jugar. Yo siempre dije que donde mejor me siento con mi cuerpo es en el fútbol. Es el lugar donde más disfruto con mi cuerpo. Bailar, lo descubrí después. Como a los treinta y cinco años. Pero la literatura es otra cosa. La literatura es donde siento el mundo. El entendimiento del mundo y eso que nuca llego a entender. El saber que viene del arte es distinto al saber científico. El saber que viene del arte es un saber que busca la perplejidad. Eso es para mí el fútbol. Un sueño que se quedó bien.

MM: ¿Y de qué jugabas?

RCC:  De extremo. Era muy rápido. Era buenísimo para burlar, buenísimo para correr y fallaba en todos los goles del mundo (Risas).

MM: Funes Mori…

RCC:  Era rápido como Maradona y llegaba y fallaba frente al portero. (Risas)

MM: En un par de solapas escribís que seguís haciendo goles en el estadio. Acá tenemos toda una tradición de importantes escritores que escriben literatura futbolera. ¿Te metiste con eso?

RCC: Hasta hace unos años no había escrito nada de fútbol. Yo me extrañaba. Cómo es que yo, amando el fútbol no escribo nada sobre fútbol. Y salió un concurso. ¿Cuándo fue el Mundial? ¿Hace dos años, verdad?

Asistente: Tres. El año que viene es el otro Mundial.

RCC:  O sea que hace tres años, en enero, sacaban un concurso. Y era un concurso de fútbol. Y el premio era buenísimo, porque creo que a la vez te publicaban  el cuento en varios países. Y yo dije: “Bueno, ahora sí, por fin”. Y entonces, como yo no puedo dejar de  ser quien soy escribí una historia que se llama “El final del fútbol” (Risas). Conté una historia que se llama “El final del fútbol” y era una historia terrible, de México, y de lo que está pasando ahora en México con el narco que de golpe en un pueblo obligan a jugar a todos con las cabezas del otro pueblo. Una locura. Y lo que hago es que van desapareciendo. Es un poco fantástico porque empiezan a desaparecer. La idea es como que el fútbol ha ido sobreviviendo a muchos percances, pero si un día el futbol permitiera que pasara algo, en ese momento el fútbol desaparece. Y allí, cuando la periodista regresa a la ciudad de México han desaparecido los estadios. Ni hay quien hable de los campeonatos mundiales. Y ella habla. Ese día empezaba. Creo que jugaba México, y en México nadie sabía. Y ella decía: “Pero el Maracaná, Pelé, Maradona… “ Nadie. Había desparecido el fútbol de la memoria del mundo y nadie sabía nada. Y por supuesto que no ganó. (Risas) Pero a mí me encantó haber escrito “El final del fútbol” así que ese es el único cuento que tengo.

MM: Dos preguntas con respecto a las nacionalidades. Vos estás viviendo en Estados Unidos. ¿Conseguís publicar allá?

RCC: No, no. Ni intento. Mi inglés es bastante malo, no quiero escribir en inglés. La verdad que no. Yo llegué a Estados Unidos hace diez años, aproximadamente. Tengo cincuenta y dos, o sea que a los cuarenta y dos. Nunca me ha interesado moverme. Yo creo que si se tradujera… Yo espero que las editoriales hagan ese trabajo. Y siempre estamos en eso y demás. Tengo algunas cosas que están traducidas al italiano. Pero nada de inglés. Si se publicara algo en inglés empezaría a abrir el mercado allá. Pero en parte, no sé si es una falsedad y me estoy engañando, pero me gusta el anonimato. Me sigue gustando la carrera en solitario. Entonces allá vivo en un pueblitico que son cinco mil personas. De esos, dos mil son estudiantes. Nadie me conoce. Estoy muy tranquilo. Me gusta mucho el anonimato y me gusta escribir en cafés. Entonces me encanta que nadie sepa y no me gusta mucho esto que hacemos ahora… (Risas). Como pasa cada tanto tiempo y vine a la Argentina, bueno, pero me cuesta trabajo salirme de la soledad, de mis interiores. Así  que yo creo que está bien que no haya nada todavía. Y está bien que pase en el futuro. Porque, claro, cuando voy a México cambia un poco. Pero voy poco y además regreso.

MM: ¿Y estar publicado acá?.Ahora con esta venta al Estado tenés treinta mil lectores. ¿En alguno de los países de Latinoamérica también estás publicado?

RCC: Tengo dos libros en Colombia, tengo como cuatro libros en España, y todo lo demás en México.  Hay uno en Ecuador.

MM: ¿Y qué respuesta tenés de eso?

RCC: Lo que pasa es que a mi literatura infantil y juvenil le va bien a pesar de que son temas tan duros, se mantiene. Mi literatura adulta, no. Le cuesta mucho más. No encuentro todavía la manera de conectar con los lectores. No creo bien todavía en mi público ni en mi literatura. Yo creo que le falta algo.  El camino más difícil es hacia la sencillez y creo que me está costando mucho trabajo llegar a ella. Durante tiempo me impacientaba. Ahora ya no. Ahora soy paciente. Yo creo que me ayuda el que la literatura infantil y juvenil vaya bien, porque creo que esto es cosechar lectores. Yo los agarro de jóvenes, los atrapo, y los obligo a que me lean de adultos. (Risas) Me darán la oportunidad.

MM:  Para ir cerrando, te hago una pregunta final. Vos decís en Severiana, y me anoté la cita, “Escribir es enfrentarse a la nada. Ser mirado desde la blancura”… me pareció…  El miedo de la página en blanco… ¿Por qué es enfrentarse a la nada?

RCC: Inventaría. Porque no recuerdo por qué lo dije. Lo que me acaba de llamar la atención es lo de la blancura. Voy a agarrarme de la blancura. Puedo quizás responderte algo de la nada pero quizás no. Parte del misterio de ser escritor es descubrir el misterio propio.Y para mí, el misterio que soy, surgió desde los primeros cuentos. Esa necesidad de hablar de lo trágico y de lo siniestro y de lo perverso y de lo oscuro y del secreto… Generalmente, cuando la gente me conoce y lee mis libros dice: “No puede ser. No hay una relación entre tú y eso que escribes. Hay como una esquizofrenia.” Y yo soy el primer sorprendido. Yo no sabía que iba a escribir sobre esto. Desde entonces siempre digo que uno debe aceptar lo que uno ve y siempre pongo el ejemplo este de la blancura y de los colores de la nieve. Todos los tipos de blancura que se ven. Y que algunas personas nacen para ver la desgracia y yo soy una de esas. La veo. No puedo más que ver todos los matices de la desgracia, entonces escribo sobre ella. Y hablando de la blancura, lo que yo descubrí es que todos mis personajes siniestros tienen algo de blancura. Y eso yo no lo sabía. De pronto aparecía un albino. De pronto aparecía en una novela una lluvia que les cae a ciertas personas y las va blanqueando y es el momento en el que llega la vergüenza. Siempre hay algo con la blancura en la parte siniestra, la parte mala de algo. Y ahora que me acabas de decir esto, me ha asustado. Que escribir es enfrentar a la nada no me dio miedo. Lo que me dio miedo es lo que dijiste después. Y que la blancura nos esté mirando.  Para mí, la blancura es el mal. Y el mal totalmente inconsciente. Que no sé lo que se representa. Pero siempre está. Así que ahora me asustará pensar que cada vez que aparece la hoja en blanco ya está la cosa viéndome y diciéndome: “Ven, ven, ven”. Como decía Niestzche, hay que estar en el abismo.

MM: Bueno, Ricardo, muchísimas gracias. Ha sido un placer. (Aplausos).



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