Ecos de la patria griega

En la increíble coincidencia de los días nació y murió un 29 de abril el poeta griego Constantino Kavafis. Libro de arena recuerda la figura y la obra de este escritor sufrido, oculto, desbordado por su propia sensibilidad, que supo transformar lo vivido en arte a través de la escritura. Ernesto Hollman escribe una nota en la que analiza las intrincadas conexiones entre sus deseos, sus amores, sus experiencias en la sociedad culturalmente opresiva de principios de siglo pasado y sus textos.



Por Ernesto Hollmann.     


A través del vidrio húmedo y melancólico de sus gafas, Kavafis potencia la percepción a extremos voluptuosos; sus versos transfieren  el dolor y la pérdida de ese amor imposible y virginal, de ese deseo guardado para el ser de los sueños, para el Apolo perfecto que besa con miel de ambrosía, un lugar único en la poesía contemporánea.
Dirá sobre la adolescencia:

              "Quisiera este recuerdo decirlo...
                Pero de tal modo se ha borrado... como que nada queda-
                porque lejos, en los primeros años de mi adolescencia yace.
                Una piel hecha de jazmín.
                Aquel atardecer de agosto... ¿era agosto...?
                Apenas me recuerdo ya de los ojos; eran, creo azules...
                Ah sí: azules, un azul de zafiro"

Constantino Kavafis nacido y muerto un mismo día y mes -un 29 de abril con setenta años de diferencia entre su amanecer y su ocaso en un triste hospital con un cáncer de laringe y asistido por dos popes clericales ortodoxos- en la conflictiva Alejandría. Provenía de una familia de patriarcas de Constantinopla.
Su padre  era un comerciante burgués que desgraciadamente muere cuando Constatino tan sólo tiene siete años y,  su madre una luchadora empedernida que hasta el último aliento le brindará a su hijo la educación y la posición de un pequeñoburgués.
Algún tiempo después cuando Inglaterra decide invadir Alejandría y convertir a Egipto en un seudoprotectorado colonial, la inmensa mansión familiar va a ser destruida. Todo desaparece devorado por el fuego abrasador. Su madre se consume lentamente como un cirio pascual. Su vida de burgués se desvanece como las velas;

          "Los días del pasado quedaron tan atrás,
           fúnebre hilera consumida
           donde las más cercanas aún humean.
           Velas frías, torcidas y deshechas."

Episodio este que será crucial para Kavafis, ya que vivirá el resto de su vida como súbdito inglés y sostendrá una oscura carrera ministerial por casi treinta años. Marginal, por ser griego, jamás se le permitirá ascender en la escala laboral y social.
Su trabajo es una carga que sólo olvida en las oscuras calles y ascendiendo las escaleras de las casas innombrables, un subir infernal que nunca le traería la paz; quizá sí,  un poco de olvido e  instantes de placer.
A un cuerpo que mucho ha amado, mucho le será perdonado.

La autorrepresión que vivió durante largos años, -era un hombre pulcro y muy respetuoso de las normas de convivenvcia social, un hijo dilecto de la pequeña aristocracia- lo llevaron a una sexualidad nocturna, furtiva y marginal y hasta cierto sentido destructiva para su extrema poética y su sensibilidad interior.
      
        "El cuarto era pobre y vulgar.
         Oculto en los altos de una taberna equívoca.

          ...poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
          voluptuosos y rojos de la embriaguez..."

Sólo lo salvaba el sentido más tenue y más embriagador del éxtasis: el instante feliz.
El mundo homosexual prostibulario lo fue autodestruyendo como hombre libre (intuyo en algún poema la libertad futura, esa de dotarlo de elección y exhibicionismo) pero esa misma promiscuidad  potenció su escritura).
 Vale mencionar un film memorable en este sentido : "Kavafis" de Yannis Smaragdis(1996) con un magnífico Dimitris Katalifos como el poeta y también como guionista. Y también  la ópera "Lostres círculos del exilio" (la habitación, el café y la memoria) que concibieron Alfredo Arias y René de Ceccaty sobre la tragedia personal del poeta, estrenada en Buenos Aires en la primavera de 2004 en el centro experimental del Teatro Colón, sobre vida y poemas del genial griego.
       
     "en medio del temor y las sospechas,
      con espíritu agitado y ojos de pavor,
      nos consumimos y planeamos cómo hacer
      para evitar el seguro
      peligro que así terriblemente nos amenaza".

La vulnerabilidad de Kavafis lo acosa y destruye desde niño; la presencia y belleza masculina lo perturban, su primer amor se consumará -quizá- años después, con su primo, en una especie de romanticismo a lo E.M. Forster, otro poeta automarginado de su sexualidad. Forster conoce a Kavafis cuando visita Constantinopla en 1917.
En dos textos posteriores analiza y traduce la obra completa del poeta, para hacerlo conocer en Londres. Forster no puede abstraerse de la magia, la sensualidad de las azules riberas, el paganismo homoerótico que substancia toda la obra kavafiana. No por nada era el autor anónimo, aún, de "Maurice" que se publicaría recíen después de su muerte por expreso pedido de su autor.

La plenitud del goce se hace explosión:

     "dicha y perfume de mi vida el recuerdo de las horas
      en que hallé y tuve la volumptuosidad como la anhelaba.
      dicha y perfume de mi vida, de mi vida que evité
      todo roce de amores rutinarios".

 y también el llanto en la hora fúnebre

       "...y en el desmedro de la aciaga vejez
       piensa cuán poco gozó los años
       en que poseía fuerza, y palabra, y apostura.
       sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve..."

No hay casi espacio virtual entre el uno y el otro, entre el amor casi idílico o el soez y cruel burdel en que el pago es la moneda del deseo y el amor.
Entre las sucias sábanas las canas presagian que el tiempo -inefable en su creación de destrucción- traerá la vergüenza del vicio y con él, el inmenso pavor de ser ignorado para todo goce posible. Como llamado por su tristeza baja el dios apaciguador de su tinta, que escribe en esos bellísimos arabescos griegos rasgando el papel, mientras las gotas, levísimas, caen una a una, al deslizarse de la tinta sobre la hoja (carne blanca) de la pluma y lentamente van cubriendo el infinito vacío de lo no posible.

Regresan bruscamente en tropel los bellos efebos que se brindaban bajo el sol del Egeo. Las jónicas aguas de los baños purificadores o la tumultuosa garganta sedienta de licores con olor a mar y el gusto al líquido del hombre que enturbia el placer; también ese otro amor con piel de jazmín regresará por un momento fugaz. Sólo un momento. En la memoria retornan los labios rojos, los cuerpos sudorosos, las amplias frentes, la belleza sin par de los espejos que guardan para siempre cada fracción del tiempo irrecuperable.

               "vuelve otra vez y tómame en la noche,
                 cuando los labios y la piel recuerdan..."

Bello, delicado, triste y desesperado este poeta explora también su patria griega: dioses muertos, dioses en piedra caídos, columnas desgastadas, mares afrodisíacos, epitafios en piedra caliza en la que yacen sus antepasados, su primo -quizá el amor de su vida- y entre otros, la potente figura de su madre.
Así recorre cada rincón de su amada Grecia. 

Quisiera decirles que se embriaguen como yo lo hice, escuchando a Sir Sean Connery recitar "Ítaca" (se puede encontrar fácilmente en la red) y comprenderán  el alma que añora la teogonía que envuelve su espíritu. El pasado histórico que pisa y acaricia; el cuerpo que envuelven afrodisíacos perfumes en Fenicia. Todo el fragmentario pasado histórico deviene en poemas magistrales como "Esperando a los bárbaros", "Idus de marzo", "El cortejo de Dionisios" y la ya citada "Ítaca" entre muchísimas más.

Escuchemos su voz histórica.

"Cesarión estaba de pie más adelante,
ataviado con seda rosada,
en su pecho un ramo de jacintos,
su ceñidor una doble hilera de zafiros y amatistas,
atadas sus sandalias con cintas
blancas recamadas con perlas color rosa"   

"Aunque rompimos sus estatuas,
aunque los expulsamos de sus templos,
no por eso murieron del todo los dioses".

Kavafis perturba el alma y reconforta, en parte, la memoria guardada en algún lugar del páramo de la soledad, allí donde iremos a encontrar, cabizbajos, nuestro más preciado tesoro. La tersura de un rostro olvidado o los dones brindados en las delicias de una alcoba convertida ya en cenizas. También preanuncia en su desesperación una alborada para el amor, para el deseo, para quienes ya no se ocultarán en las sombras siniestras de las barracas y los puteríos, y que como él ofrendaron su juventud en las tinieblas.

"Nunca descubrirán quién fui
en lo que hice o he dicho...
Cuando el tiempo pase, en una sociedad mejor,
habrá seguramente personas creadas como yo
y actuarán libremente"

                                                              Constantino Kavafis.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre