El pasaje a otra lengua

¿Por qué pedirle al arte que copie al arte? Si el arte no tiene por qué parecerse a la vida tampoco habría que exigirle otra variante de imitación. Tal exigencia obedece a la lógica de la traición que toda traducción implica. Cada expresión artística desarrolla su propio lenguaje y explota los recursos de los que dispone. Libro de arena publica un artículo sobre la transposición del cuento de Cortázar "Las babas del diablo", a la versión cinematográfica del film de Antonioni Blow-Up, que observa de cerca las regularidades que los unen a la vez que analiza sus diferencias.


Por Nilce Cothros*


Filmada en 1966, por Michelangelo Antonioni (1912-2007), que consiguió con ella su único éxito comercial,  Blow-Up, se basa, como todo el mundo sabe, en el cuento de Cortázar “Las babas del diablo”. La película, que formaba parte de un contrato firmado con la Metro-Goldwyn-Mayer, fue rodada a color, hablada en inglés, y con una duración de 111 minutos. Los actores que la protagonizan son David Hemmings (Thomas), Vanessa Redgrave (Jane), Sarah Miles (Patricia), John Castle (Bill) y  la modelo Veruschka.
En Blow up el personaje principal, Thomas (sin nombre en la película, pero así llamado en el guión), un fotógrafo profesional de moda del típico Londres de los 60’s, fotografía a una pareja en un parque, una mujer que abraza a un hombre mayor. Ella descubre a Thomas, se enoja con él, y le exige que le entregue los negativos. Como el fotógrafo se rehúsa, la mujer realiza una visita inesperada a su estudio y ofrece su cuerpo a cambio. Esta actitud le resulta sospechosa, por lo que Thomas nuevamente rechaza su pedido. Luego, intrigado, revela las fotos y amplía algunas de sus partes, descubriendo una mirada de angustia en la joven, una mano que se esconde entre los arbustos con un revólver y un cadáver. Thomas regresa al parque y halla el cadáver del hombre que se encontraba con la mujer, pero, sin embargo, ha olvidado su cámara de fotos. Durante el resto del film intenta buscar una solución a este crimen que ha descubierto, pero, sin embargo, se distrae de múltiples maneras y su búsqueda queda inconclusa. Por otro lado, la mujer (que cree encontrar en la calle), el cadáver, las fotografías y los negativos desaparecen, poniendo en duda lo que Thomas vio. Al final de la película, el fotógrafo, con una expresión de tristeza, se involucra en un partido de tenis imaginario, devolviendo a los jugadores una pelota invisible. Luego, su cuerpo se desvanece y finaliza el film.
Inspirada en el cuento de Cortázar (cuyo título fue traducido al inglés como “Blow up”) la película mantiene algunos de sus elementos, como el descubrimiento realizado a través de la fotografía, la ilusión de poder evitar un crimen y el impacto psicológico de darse cuenta de que las suposiciones son erróneas. Sin embargo, el tiempo y el espacio en los que trascurre el relato son distintos, pues Antonioni sitúa la historia en el Swinging London de la década de 1960. Asimismo, a diferencia del texto original, el film nos brinda un conocimiento mayor sobre el protagonista al mostrarnos sus actividades, espacios que circunda y amistades, pero, sin embargo, resulta ser un personaje impasible y el espectador no puede saber con exactitud lo que este piensa o desea.
En este contexto social, tanto Thomas como los otros personajes son representados como sujetos alienados y deshumanizados que viven en el mundo moderno y frenético de la sociedad de consumo. El fotógrafo no posee un nombre (sabemos que se llama Thomas solamente a través del guión), de modo que es un individuo fundido con el todo, producto de la homogeneización a la cual la cultura contemporánea somete a los sujetos que participa en ella. Thomas, que se dedica a la fotografía de moda, está rodeado por la frivolidad; su prestigioso empleo le permite vivir en un gran y moderno estudio abigarrado de objetos y conducir un Rolls Royce. Por otro lado, el menoscabo de la subjetividad arroja, como corolario obligado, la inconsistencia del deseo, los proyectos débiles e inconstantes, la distracción permanente. Así, los personajes del film son incapaces de terminar nada, de enfrentarse a los problemas o de prestar atención suficiente. Es por ello que la búsqueda del cadáver y del asesino llevada a cabo por Thomas queda inconclusa al toparse con diversas distracciones. El misterio no se resuelve jamás.
Por otro lado, el film trata sobre la relación de Thomas con la realidad, realidad que sólo puede ser experimentada a través de la fotografía. Uno de los temas principales es la incertidumbre que crea la tecnología. La técnica obliga a plantearse su propia capacidad de ver, de representar la realidad a su manera. El problema de Thomas es que ya no ve el mundo como una realidad viva, sino que sólo puede experimentarlo en y a través de la imagen. Al igual que en el cuento, la máquina se impone al sujeto: es fotógrafo no sólo en el sentido de que ejerce esta profesión, sino en el de una verdadera forma de existencia. El mundo entero es para él, en primera línea, un objeto para la cámara fotográfica. La realidad sólo es interesante, y  hasta existente, cuando resulta apropiada como objeto de una fotografía. Es por ello que el protagonista, asimilado a la sociedad de consumo, cosifica a las personas, considerándolas solamente objetos para fotografiar. Sólo puede mirar, pero también se transforma en una imagen, en un objeto para ser expuesto. Los rasgos de exhibicionismo y de voyeurismo aparecen particularmente exaltados. Por eso es consistente que la mujer joven se desnude en el parque y ofrezca su cuerpo al fotógrafo a cambio de los negativos que tanto desea recuperar. El film está bañado por una sensación de frialdad, obtenida por las actitudes de Thomas hacia los otros personajes y también mediante el predominio de colores azules gélidos, colores que Antonioni denominó como “los más duros y agresivos”. Esta sensación se observa como efecto, además, en el comportamiento del público durante el recital de la banda de rock The Yardbirds. Las personas se encuentran tan quietas y rígidas que no parecen ser humanas, sino maniquíes o figuras de cera. La frialdad también se hace patente en el contraste entre las escenas filmadas en un ámbito natural con las que se localizan en la ciudad. El ritmo veloz y ruidoso relacionado con la intensidad de la vida urbana es contrapuesto a la tranquilidad y silencio del parque. El ritmo frenético de la ciudad es reflejado en la realización de secuencias con movimientos y transiciones rápidas y por el ruido constante de la música del jazz, del tráfico, de los manifestantes que gritan en la calle, etc. En las escenas del parque, por el contrario, reina el silencio y el espectador sólo puede oír el sonido del viento y las hojas.
Finalmente, gracias a los recursos del lenguaje cinematográfico, Thomas desaparece de escena casi mágicamente, de modo que sólo queda la imagen del parque vista desde un plano superior. El sujeto se ha borrado por completo.
En la comparación de “Las babas del diablo” con Blow up vemos ejemplificados los rasgos generales del fenómeno de la  transposición del lenguaje del relato narrativo al del lenguaje del relato cinematográfico. En ambas obras se intenta mostrar el carácter alienante y deshumanizador de nuestra sociedad capitalista, en la que las máquinas, como la cámara, nos han convertido en sujetos pasivos y homogéneos, con respuestas programadas y predecibles. Los modos de ver de los personajes del cuento y de la película se encuentran dominados por el de las máquinas. Esta imposición se expresa en los rasgos de voyeurismo y de exhibicionismo que dan cuenta de la suplantación de la subjetividad arrollada por la imagen. Sin embargo, el estilo con el que se aborda esta temática en el film es totalmente diferente a la del cuento, al mismo tiempo que la historia cambia y muchas acciones y personajes son desarrollados de forma más compleja.
La lectura de época se manifiesta en los contextos sociales en los cuales se sitúan el relato de Cortázar y el de Antonioni. La primera, según los objetos nombrados por el narrador (una cámara Contax y una máquina de escribir Remington), en el París de la década del 30, y la segunda, en el Swinging London de los años 60’s. Por otro lado, debido a estas elecciones, los estilos de las obras son diferentes. En “Las babas del diablo” hallamos una poética más dramática y siniestra, pues el protagonista experimenta una sensación de sufrimiento al ser consciente de la imposición de la máquina sobre él, por lo que intenta escaparse, en vano, de ella: “Ahora mismo (…) podía quedarme sentado en el pretil sobre el río, mirando pasar las  pinazas negras y rojas, sin que se me ocurriera pensar fotográficamente las escenas, nada más que dejándome ir en el dejarse ir de las cosas, corriendo inmóvil con el tiempo. En cambio, en el contexto del film, esta imposición de la tecnología sobre el sujeto no genera desesperación o angustia en los personajes, sino que la aceptan de manera casi inconsciente, sin manifestar sentimientos u opiniones al respecto: hacia el final del film, cuando Thomas participa de un partido de tenis con una pelota imaginaria entre mimos está aceptando, en ese gesto, esa realidad artificial. Respondiendo a esta situación, el estilo del film presenta una marcada frialdad, obtenida de diferentes maneras, entre ellas, la selección de colores azulados, el contraste entre la naturaleza y la ciudad, y la forma de relacionarse de Thomas con los otros personajes. Antonioni eligió Londres porque representaba esta sociedad de consumo y “la nueva mentalidad que se creó con la revolución de la vida, la ropa y la moral en Gran Bretaña, sobre todo entre jóvenes artistas, publicistas, estilistas o entre los músicos que formaban parte del movimiento Pop. Si bien el cuento y el film tratan el mismo tema, lo hacen de diferentes maneras según los recursos expresivos que ambos registros tienen a su disposición y según las elecciones que los artistas realizan sobre la utilización de dichos recursos. Gracias a la utilización de estos medios ambas obras logran colocar al receptor en una condición emocional similar, una sensación de encierro, desesperación e impotencia ante una sociedad en la que domina la máquina.


*Nilce Cothros: es estudiante de la carrera de Artes en la UBA, amante del cine y ávida lectora.

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