Sandra Comino: " Para mí, los lugares son muy importantes en la ficción. "

La segunda parte de la entrevista a Sandra Comino continúa la charla acerca de la experiencia de los viajes y su relación con la literatura, de cómo influyen en ella, del vínculo con Cuba. La importancia de los lugares en los que ancla la escritura y de las transformaciones que sufren en el proceso de ficcionalización a los que se someten; la cuestión del peso de las historias reales en que se basa una ficción; pero también la tensión de trabajar a pedido y las dificultades para resolver un texto cuando la exigencia es externa son otras de las inquietudes que animaron la conversación coordinada por Mario Méndez. Libro de arena publica la última parte del encuentro que en el final cuenta con la suerte de la lectura en voz alta de dos textos de la autora.

 Mario Méndez: Hablando de viajes y de libros, el otro día les leí, o les nombré, La enamorada del muro, que salió en Cuba.

Sandra Comino: Sí, no la traje. Primero salió en Fondo de Cultura, porque ganó el premio A la orilla del viento en el ’99. Era un cuento que nadie me publicaba. A mí me pasan esas cosas… por suerte, porque después ganó el premio. Me llamó Daniel Goldín, para decirme que había ganado el premio, y yo le dije que no, que estaba equivocado. Después lo conocí personalmente, cuando yo coordinaba la biblioteca de la Feria del Libro. Llegué a la biblioteca, y había un señor de espaldas, con boina, que parecía un tío mío que había venido del campo, y era Goldín. Me encantó que me editara él, me encantó la ilustración. Después terminamos el contrato con Fondo, se fue Goldín. Me lo pidieron de Alfaguara y salió ahí. En Cuba, uno renuncia a los derechos…

MM: Eso quería que contaras. ¿Cuál es tu fuerte relación con Cuba?

SC: Con Cuba tengo como una cosa de militancia desde el ’99, cuando fui al Congreso de IBBY y a partir de ahí, me comprometí con la gente de IBBY Cuba. Empecé a colaborar con ellos y con la cátedra de literatura infantil y juvenil que se llama Mirtha Aguirre, de la Universidad de La Habana, con Nora Lía Sormani, y un montón de gente de otros países, que van cada dos años. Y tuve, durante dos años, taller de escritura y de lectura en voz alta también, en el marco del Congreso. Eran talleres que duraban como cinco horas por día, durante todo el transcurso del Congreso, y que realmente eran lugares de intercambio, con escritores, ilustradores, editores, de toda Latinoamérica. Y de España también, porque un año vino Ánxela Gracián que es la traductora de La casita azul al gallego, y que es investigadora también. Y eran jornadas de reflexión muy enriquecedoras.

MM: Sandra está traducida al gallego, al portugués y al inglés. La casita azul también tiene una edición cubana que es un poco más humilde, sin ilustraciones interiores, pero muy buena.

SC: A eso iba. Todo lo que publiques en Cuba, tenés que renunciar a los derechos. En los contratos, yo me quedaba con los derechos para Cuba. Ahora, ninguna editorial te hace problemas por eso, y además hay muchos autores, como Silvia Schujer, Pescetti que tienen obra publicada en Gente Nueva. Y después de tantos años, uno va fortaleciendo amistades, o colaborando con revistas, siempre me convocan para alguna antología, siempre estoy haciendo algo para Cuba. Para mí es un lugar de encontrarme, de pertenencia, y, de hecho, la segunda parte de La casita… transcurre en Cuba. Yo soy grafómana. No puedo estar sin escribir. Cada vez que viajo llevo un diario, donde anoto cosas qué leo, de paisajes, de lugares. Imaginate que de Cuba tengo desde el ’99, todos los viajes que hice. Voy a los mismos lugares, y van cambiando.

MM: ¿La segunda parte de La casita azul transcurre en Cuba?

SC: La mayor parte de la novela. Eso fue un recurso literario. A veces uno utiliza ciertas cosas, “al servicio de”. Y para mí, los lugares son muy importantes en la ficción. Y más ahora, con un montón de cosas que todavía no salieron.



MM: Se me están amontonando las preguntas. Los lugares… En Nadar de pie, Maipú, ¿es el Maipú de las ruta 2?

SC: No, ese es un problema, porque yo soy tan despistada… a veces me invento nombres para los pueblos, resulta que alguien los inventó antes que yo. Me pasó con Azul. Creen que es Azul, y yo le puse ese nombre porque quería el color. Y le puse Maipú, porque antes había hecho una cosa con la batalla de Maipú, para otra historia, que tuve que sacar, y luego no cambié el nombre. Quedó Maipú. Pero en realidad es Junín. Y creo que siempre mezclo la ficción con cosas que sucedieron, porque acá hay contexto histórico, y un contexto que si escribís sobre eso, no podés cambiar. Y en Junín había un cuartel. Visualmente, si conocés el lugar, yo nombro una aceitera y todo eso… es Chacabuco. Porque en mi imaginario tengo todo eso que quiero ficción alisar. Entonces, hago como si el pueblo fuera ficticio, pero en realidad la gente que es de Junín y lee la novela se encuentra con lugares. Y el pueblo es Rafael Obligado. En el ’82 yo estaba cursando el Profesorado de Educación Inicial y tenía una compañera que tenía el novio en Malvinas. Fue muy cercano ese shock de tener a alguien muy involucrado. Ella no sabe, me la reencontré por esas cosas del Facebook y tengo terror de que lea. Le pregunté si se había casado con él, y no. Gaba, está inspirada en esta chica. Y tenía otra compañera que era la hija de la persona que estaba a cargo del cuartel. O sea que tenía las dos campanas de la situación. Para mí, ese tema fue muy trabajoso, porque lo tuve conmigo cuando no sabía que  iba a escribir. Porque yo nunca dije que iba a ser escritora. Esto se los cuento a los chicos y se ríen. Yo quería ser astronauta. (Risas). Escribí siempre, desde que me acuerdo, y esa novela debo haberla empezado a escribir en el momento, porque tengo todos los diarios, día por día, que sobrevivieron a todas las mudanzas. De la guerra tengo todo, hasta el 15 de junio. Y de la revista Gente, Clarín, La Nación, Popular… todo lo que encontraba. Me acuerdo que me levantaba a estudiar, me compraba el diario, y me hacía ruido lo que decían los diarios, que todo el mundo festejara, y yo escuchaba lo que contaba la hija de una persona que estaba allá, y la novia de otra, entonces había versiones muy extraoficiales, que están en la novela.

MM: Vos eras una adolescente…

SC: Claro, luego todo eso quedó como dormido. Después se despertó y empecé a escribir la novela, y en el ’97, mi hija más chica, que estaba en la escuela 17, tenía unas amiguitas que el papá era veterano de guerra. Y en un acto, nos invitaron, y él fue a contarles a los chicos que era veterano… salita de cuatro. Yo lo primero que hice fue decirle que estaba escribiendo una novela sobre Malvinas. Ahí empezamos a charlas, empecé a ir a la casa a tomar mate. Él se había casado con la novia que tenía cuando tuvo que ir a Malvinas. Y cada uno me contaba su parte. Un día sacó el cajón de su cómoda, lo puso sobre la mesa, y me dijo que eso era todo Malvinas, que yo hiciera lo que quisiera. Ahí estaba su diario, almanaques, cartas…

MM: Son los tíos de Gaba de la novela…

SC: De Mavi. Gaba es la mamá de Mavi. Yo después mezclé todo. El diario estaba sucio de tierra y atadito con un alambre. Por eso le agradezco, más que nada a él, y lo nombro en el libro. Lo del piloto fue posterior. Como yo tardo tanto en escribir, hasta el ’98, los personajes eran soldados. Ese año, estaba con Emilia Gallego Alfonso, que es mi amiga cubana, caminando por Santa Fe, salíamos de un encuentro de literatura, y aparecieron los titulares que decían que habían encontrado restos de un piloto, que apareció en Malvinas. Y ella me dijo: “chica, ahí tienes el rabo de la historia”, porque yo le contaba que no podía resolver la novela, y ahí la reescribí. Ahí me inspiré en un piloto, y tuve que cambiar un montón de cosas, porque un piloto, a diferencia de un soldado, tenía que saber volar. Tenía que ser militar y yo no quería. Fueron años de reformular la novela, para que las cosas cerraran y fuera verosímil. Ahí decidí desglosar, y el soldado quedó en el tío Jorge, y del piloto, lo único que sé es lo que sabía por los diarios. Ahora uno está acostumbrado a enterarse de cosas que pasan por los medios, en el ’98, no era habitual. Yo estaba completamente shockeada, ver a la madre que se enteraba… Yo fusioné un poco todo, y Gaba tiene ese rol de enterarse de cosas por los medios. Obviamente, el nombre del piloto me quedó para siempre. En 2011, justo había salido la novela, fuimos al Monumento de Malvinas, en Río Gallegos, y cuando vi el nombre, casi me da un ataque. Ahí se me juntaron cosas, porque uno, a veces, cuando escribe no tiene conciencia, y eso va cobrando vida en alguna parte. Cuando ves que lo que escribiste sucedió, es shockeante, y da un poco de miedo haber escrito sobre algo de lo que vos no fuiste parte. Quizá te habrá pasado a vos cuando escribiste lo de ¿Quién soy? Uno está contando algo que cree…y se está apropiando, entonces, quién te dice sino va a venir un ex combatiente para decir que no es así…

MM: Además de este muchacho que se abrió así, y te dio las cosas de ese cajón tan simbólico, ¿has tenido devoluciones de veteranos?

SC: Sí. A veces nos juntan. Eso me provoca una sensación de mucha responsabilidad. Me ha pasado con Franco en Berazategui. De ir a presentar cada uno su novela, y nunca nos pasó encontrarnos con alguna situación complicada. En La Matanza, había un grupo de veteranos que iban a las escuelas a contar. Y pasaron un video. Cuando lo vi… era mi novela. Y cuando ellos escucharon lo que yo leía, era lo del video, y eso fue precioso. Charlamos mucho. Cuando veía veteranos de guerra en los colectivos, les contaba que estaba escribiendo una novela, o en el stand de la Feria y ellos me contaban cosas. Cuando la Feria grande todavía estaba en el predio, ellos tenían un lugarcito, y me acuerdo de haberme quedado horas charlando.

Asistente: Me parece, Sandra, que tenés la voz de esa amiga que en aquel momento te contaba. Me parece que más allá de lo que investigaste, tenés la voz de la verdad de lo que no te dijo en aquel momento, y que se sabía en ese momento, por los familiares de los ex combatientes. Esa voz es la más real.

SC: Encontrar el tono y el registro fue difícil, pero también están las voces de los familiares. Y vas construyendo. Y también porque yo escribía cartas, y mandaba cigarrillos, y chocolates, y todas esas cosas. No se puede escribir si no te involucrás. Ahora estoy con una patinadora (espero no quebrarme), y con un malabarista, y estoy adentro de eso. Creo que son excusas para vivir otras vidas. No quiero que suene como una frase trillada, mis hijas dirían que estoy completamente loca, que es una manera de disfrazar la locura.


MM: ES verdad que hay un deseo de vivir otras vidas, aunque suene trillado, y es un lujo que nos damos. ¿Proyectos? Estás con una novela, pero decís que tenés varias cosas abiertas. ¿Qué otra cosa más?

SC: Estoy escribiendo el anuario de SM. Eso es investigación, más cercano al periodismo. También, cada vez que me invitan a un lugar y me dan un tema, escribo. Aunque mezcle todo y sea caótica, si me gusta un tema, por ejemplo, uno que tengo ahora que se llama “Libros sin edad”. Me pongo a investigar. Después tengo una veta de “puras ganas”, y ahí me meto en berenjenales que yo me invento, y que cuando empiezan no sé si son proyectos o no. Ahora quiero terminar dos novelas para luego estar sin escribir. Porque desde que me acuerdo, estoy escribiendo algo y debiendo algo. Si no debo un mail (que debo montones), debo un cuento. Siempre estoy como haciendo tarea. El otro día Laura Escudero, había terminado de escribir una novela, y dijo: “Estoy suelta”. Y entonces me di cuenta de que yo vivo atada a la computadora, porque cuando viajo escribo en los ratitos libres, tengo que ponerme con todo lo que prometo. Una editora chilena me está esperando con una novela que no le termino nunca. Cuando termine estas dos novelas (que una no es para nadie, iba a mandarla al concurso de SM y como estoy escribiendo el anuario no puedo)  no voy a escribir más. Por un tiempo. (Risas).

MM: A mí se me hace que no vas a cumplir.

SC: Seguro. Pero siento que estoy en una etapa (además de que tengo que vivir, y comer, y qué sé yo), en la que con todo lo que se edita, no sé qué hago escribiendo. Tengo un paniquito en ese sentido, es tarde para hacer otra cosa. A veces pienso que ya escribí todo lo que tenía que escribir.

MM: Creo que no, pero ya vas a ver.



Asistente: ¿Por qué no tenés muchos cuentos? Sé que tenés cuentos. El cuento te permitiría hasta publicar con más continuidad porque está más acotada la temática. En una antología podés escribir varios cuentos con una misma temática. ¿No te atrae? ¿Te atrae una historia mucho más compleja?

SC: El género “cuento”, me es muy difícil. Me parece que no cualquiera puede escribir cuentos, y me gusta mucho leer y escribir novela. Es como estar más tiempo en un lugar. Me da esa sensación de cobijo, de seguridad. Tengo cuentos, que cuando los escribí, nacieron cuentos, como “Una siesta antes de comer” o el otro, que es una leyenda cubana, “Luna naranja y luz azul”. Pero si no, a mí me sale novela. Y no me importa tanto publicar, aunque suene naif, claro que me importa como a todo el mundo, pero no me desespera. Y hasta que no esté segura, y la novela no resista mucha lectura, sin que le toque nada, no la muestro. Cuando muestro algo, es porque ya está revisado. Ahora va a salir La bruja del laurel, en Edelvives, que hace un tiempo que sale y no sale. Cada libro tiene su tiempo. Ahora ya está en imprenta. Eso también me permite ir despegándome, como una adaptación. Es como cuando uno va al jardín y deja a los hijos. Y no me desespera publicar, es más, me aterra. Porque cuando el libro sale, no quiero que ningún conocido me lea, ni me venga a escuchar. Se los digo por mail y vienen igual. (Risas). A Licia López de Casenave le dije antes de venir: “Con todo lo que tenés que hacer… ¿para qué?”.
Te cuento una anécdota de cuando salió Seis años después (el mayor ejemplo de locura). Como no me lo publicaban, yo jugué  casi veinte años con este libro, porque lo escribí en el ’93 y salió en el 2002. Lo fui corrigiendo. Todo el libro, lo agarres donde lo agarres, una oración termina con una letra, viene un punto y sigue con la misma. Por ejemplo: “Olor a cueva de hojas secas. Sí, olor a ciudad y a tarde soleada. A las dos las invade…” es todo así. De aburrida porque no me lo publicaban, hice eso. Nunca nadie se dio cuenta. El día que salió el libro, lo abrí, y donde estaba la “i”, no estaba la “i”. Y me agarró un ataque de violencia. (Risas). Estaba frente a un cuarto o quinto grado. Paré de leer. Me dije: “Chau, la correctora”. Yo no revisé las galeras, y se le había pasado. Ahora lo corregimos en la reedición. Recuperé ese trabajo. Había palabras que eran muy difíciles… A veces en lugar de una palabra ponía una onomatopeya. Son cosas muy neuróticas que me aterran y me divierten. Yo juego con esas cosas. Entonces, cuando sale el libro (ahí me di cuenta de que mi juego y mi neurosis van a estar para siempre en papel, y que se taló un árbol y todo eso), me agarra una fobia (risas) que tardo en volver a salir. Entonces, no es mi preocupación primordial publicar. “Idas y vueltas”, por ejemplo, no está en ningún lado. Es un cuento que le escribí a mi hija, no para publicar. Y cuando  me pidieron material, fue y les gustó. Es un cuento que a mí me parece que no es literario. Lo doy a leer y los editores piensan lo mismo que yo. Está en bibliotecas solamente. Ese es un cuento que si sale alguna vez, lo voy a revisar. Publicando poco te podés dar esos lujos.

Asistente: Y en ese sentido, ¿No estás dispuesta a aligerar un tema o a tocar algo de un texto para que sea publicado?

SC: No. Y este año, acepté un cuento para un manual, pero lo hice como ejercicio. Como para probarme a mí misma. Y me desequilibré. (Risas). Decí que la editora es una divina, y me preguntó si quería seguirlo, para que lo dejáramos en carpeta para el año que viene. Lo seguí, porque nos une un gran cariño, pero fue… Yo sentía, por las cosas que ella me sugería, que eso era un cuento de Pescetti. Yo decía que una cosa era beige. Y ella me preguntaba si no quería poner “marroncito claro”. (Risas). Estuvimos un montón con los colores. Y yo decía: “¿Por qué?”. Era para manual, yo sabía que tenía que tener esas cosas, pero era un tironeo. Si bien, yo en un punto sabía que iba a estar entregada, iba sintiendo los dolores por adentro. Físicos. Porque mi escritura es visceral y pasional. Fue como un ejercicio para aflojar un cambio, y con eso pagar el gas y el monotributo. (Risas).

MM:Justamente iba a preguntarte si tomabas cosas a pedido, pero me da miedo que te desequilibrés. (Risas).

SC: Me tienen miedo. Hay un montón de editoriales en las que me encantaría publicar, y no me piden porque me hice la fama. Tampoco es que si vos me decís que algo se termina gracias al editor, no te voy a prestar atención.

MM: Este de la leyenda cubana me imagino que fue un pedido.

SC: Sí, ese fue un pedido. También Valeria Sorín me tuvo una paciencia… Impresionante. Yo no puedo cumplir. Porque a mí me decís que te lo entregue en diez días, y basta para que a mí no se me ocurra nunca más nada. Me preguntan en qué ando y digo que con una novela. Me piden que la mande… Por ejemplo, a la editora chilena le mandé dos. El día que salga, me dijo que va a hacer una fiesta. De esas dos novelas, cuando le gustó una, seguí la otra. (Risas). Como pasó más de un año, le mandé la otra. Cuando arrancamos con la otra, seguí la anterior. Y así estamos. Está esperando. Y el otro día me pidió por favor que se la mandara. Y ahora no sé qué hacer con ninguna de las dos, porque quiere cualquiera. (Risas). La que termine.

MM: Es una cuestión personal a esta altura…

SC: Y de terapia. (Risas).

MM: De ella también.

SC: Sí. Dios los cría y el viento lo amontona.

MM: Tengo una última, aunque me quedaron un montón de preguntas. Este libro que yo no conocía y me presentaste hoy, El otro lado del océano, publicado por Homo Sapiens, editorial rosarina… Contanos un poco.

SC: Bueno… este también lo hice a pedido (y me olvido que lo tengo…pero no es ficción). Me tomé un año, que para mí es poquísimo. Y además, tenía que versionar, que es una cosa que a mí me gusta. Es una contradicción, a veces me lo cuestiono, pero bueno… Acá hay tres cuentos: “La bella y la bestia”, (terminé de leer la del Zorro Rojo que es bellísima). La de las zapatillas de bailar, que es sobre “Las doce princesas bailarinas”, y “La reina de las nieves”, que eran mis tres cuentos preferidos. Pero me permito cosas. Hago que la Bella se parezca a Blancanieves y Cenicienta, por ejemplo. Hay algunas leyendas también. Y se llama El otro lado del océano, porque son cuentos que vienen y van de uno a otro lado. Y aparte, hay una ruta de recorrido lector que a mí me gusta mucho, con las biografías de los autores, qué leían (me encanta saber qué leían los autores), y hago como un tejido literario. Es un libro que disfruté un montón, porque estaba como pez en el agua. Creo (y ese es un tema para otro encuentro), que en este momento los libros se venden si los acompañás, si los acompaña el promotor, el editor, el lector… y este es un libro que yo me olvido que lo tengo. La editorial está en Rosario, cuesta conseguirlo. Viste que el librero a veces te dice que vos lo contactes con el editor, y si el librero no se hace cargo del transporte, la editorial tampoco. Son esos libros que van quedando, y uno se los termina olvidando también. Lo traje porque casi nadie lo tiene.

MM: Bueno, por lo menos hoy lo conocemos. Sandra, ¿nos vas a leer?

SC: Puedo leerles una cosa de humor o algo de la novela.

MM: o las dos



La noche más larga

El hombre llegó a la casa. Desprendió los botones de su camisa y se sacó el pantalón en la puerta del baño. Entró. Abrió la ducha y una vez bajo el agua le preguntó a la mujer si tenía la ropa preparada. Ella dijo que sí pero la estaba planchando. Él pareció adivinar, porque sin cerrar la canilla, salió del baño preso de una furia que le traspasaba el cuerpo y sin emitir sonido pasó al lado de la niña que jugaba en el piso del comedor, cerca del baño.
La nena dejó de jugar. Lo miró. Luego pegó la frente en la pared y se tapó los oídos antes de que el hombre empezara a gritar.
La mujer escuchó los pasos y, recién cuando vio los pies mojados del hombre levantó la vista. Le bastó verlo desnudo y mojado para desenchufar la plancha y correr.
Él la siguió hasta el lavadero. Una vez allí la arrinconó. Ella se dejó caer y levantó las manos protegiéndose la cabeza. Incluso antes de que él empezara a pegarle.
El movimiento de las manos de ella subía y bajaba en desequilibrio con los golpes que él le daba en los lugares del cuerpo que encontraba sin protección. Cuando las manos de ella comenzaron a bajar más lento y las de él aumentaron la velocidad del comienzo, se dio por vencida y quedó inmóvil. 
Cuando él estuvo seguro de que ella ya no se defendía la soltó. Le dio una patada y desandando el camino de agua volvió al baño diciendo entre dientes:
_ Así vas a aprender.
La nena que no vio la escena por voluntad propia, la escuchó. Y grabó para siempre esa sensación. Sin embargo, tardó mucho tiempo en saber de dónde le venía el recuerdo.
De grande la recordó en fragmentos. En uno de ellos supo que el hombre la vio cuando estaba por cerrar la puerta del baño porque volvió a salir, fue hasta donde estaba ella y sin cubrirse se agachó, le levantó la cara, le retiró las manos de los oídos y le habló.
La niña vio en su padre a un lobo feroz y tuvo la misma reacción que la mujer. Entonces él la agarró de la ropa, y le dijo con los dientes apretados, ojos de furia y salpicándola con saliva:
_ Esto no se dice. Esto  no se cuenta. Esto no pasó.
Y ella creyó decir:
­_ Sí pasó, sí se dice, sí se cuenta.
Pero no lo dijo, lo pensó. Y tuvo terror de que ese lobo le leyera el pensamiento.
Fue un alivio que no le saliera en voz alta. Y se dio cuenta que lo había expresado en silencio porque no fue golpeada y corroboró que no iba recibir una paliza cuando oyó que el ruido de la ducha ya no caía sobre el piso. Su padre estaba debajo del agua.
En cuatro patas fue hasta donde estaba tirada su madre. Y la abrazó.
El hombre lobo continuó bañándose como si nada hubiera pasado. Se secó, se cambió, se perfumó y salió.
La niña le limpió la sangre a la madre con el repasador y cuando comprobó que seguía adormecida de dolor  llamó a la salita de auxilio del pueblo.
Ese fue el día que la vio por última vez.
(Aplausos)

SC: Ahora un capítulo de Seis años después. La panza usada.

¿Al pueblo para Navidad?

De Simona se esperaba, que si viajaba, se portara bien. No por ser el primer viaje le iban a tolerar los llantos. Simona era muy chiquita, y lo único que tenía que hacer era dormir en el auto mientras Juana, a su lado, la vigilaría todo el viaje.
- Es una locura un trayecto así con esa beba –dijo la abuela Pierina- y...
-¿… y si dejamos a Simona en Buenos Aires con la abuela Pierina? – preguntó Juana con mucho interés.
Sabía que mamá había hecho mucha fuerza para que naciera Simona, le dolía todo y se sentaba con esfuerzo, por eso tenía que recuperarse bien. ¿No es así, acaso? ¿O todo el mundo se olvidó que las madres hacen la fuerza para que un bebé salga? A veces quedan sin ganas de ver a nadie y muchas lloran por cualquier cosa, explicó papá, que había leído un montón de revistas en el hospital.
La abuela Elina gritó de alegría cuando por teléfono le avisaron del viaje; y  todos, incluida Simona, emprendieron el camino hacia el  pueblo.
Olor a vómito: Simona vomitó cuatro veces durante los primeros veinte kilómetros y después perdieron la cuenta. Apenas dejaron la autopista  pararon unas diecinueve veces para que Juana pudiera hacer pis, agachada del lado de la rueda que daba al pasto, al costado de la ruta. A eso le decían ir al baño, el chorro se desarmaba con el viento y terminaban todos mojados. Siempre había que parar en la ruta: el papá cargó nafta, compró  caramelos, el diario y los pañales, en un pueblo pequeño, porque la mamá se había dejado la bolsa olvidada arriba de la mesa del comedor. Recién cuando mamá tuvo ganas de hacer pis, papá consiguió un baño limpio en una estación de servicio.
- ¿O sea que mamá no puede hacer en la rueda?
-¿A ver si la ve alguien, Juana?
- A mí no  me veía nadie, ¿eh?
- Es que vos sos chiquita, Juana. A ver, fijate si respira bien Simona... - preguntó mamá.
A veces mamá le pone el dedo debajo de la nariz porque tiene miedo de que se olvide de respirar. Raro todo... Simona es diminuta pero no tonta… y cuando  quiere vomitar, Juana le tapa la boca con la toalla y los vómitos salen por todos lados.
- Si le ponés la mano en la boca, la vas a ahogar -dijo papá, sin largar el volante pero dándose vuelta para mirarla.
- Ah, encima me retan.
Nadie se conforma nunca con los cuidados de Juana. 
- ¿A qué no sabés quien pasa mañana Simona? – le dijo Juana al oído, pero la beba no escuchaba porque vomitaba y vomitaba –: pasa Papá Noel. Las dos tenemos que portarnos muy bien si querés que Papá Noel traiga regalos. Sólo trae premios a los buenos, porque no  quiere que los bebes vomiten, le gusta que todos tomen  remedios, la sopa y que los niños se queden quietos. Siempre quedarse quieto es muy importante. Él es como un pariente lejano de los Reyes Magos, pero más moderno y más joven. Nunca se ven los Magos porque se hacen invisibles, pero a  Papá Noel se lo puede ver por el shopping, pero vos no te preocupés por esas cosas, lo que más te tiene que importar es el regalo; pero no tenés que decirlo porque queda mal. Los grandes no quieren que uno espere regalos, es igual que en los cumpleaños, nunca hay que esperar nada, dice mamá. Así, si viene una sorpresa es mejor, pero pedir no. O pedís para adentro, como hago yo, y tenés que hacer como que el regalo no te importa. Así, si hay alguien que te dice que te debe el regalo y nunca pero nunca te lo regala, no te ponés triste.
Era muy largo el viaje, Simona por fin deja de vomitar y Juana se pasa las toallas húmedas por la ropa para sacarse el olor a vómito. Olor a vómito ya no tiene, ahora todo huele a culito de bebe. Es más, a pañales sucios huele el auto de papá.
A Juana, Simona, mamá y papá llegar al pueblo de la abuela Elina, después de algunas horas, les parece lo más lindo del día porque están las calles con olor a Navidad.
Días de fiesta. Allí las personas sacan las sillas a la vereda. Algunos tienen bancos de plaza y toman mate o cerveza y ven la tele que se asoma desde el comedor por la puerta abierta. Ahora Juana se acuerda que tiene una silla igual a la de la abuela, pero en miniatura, y las dos se sientan en la vereda a conversar cosas de la vida. Al atardecer, el sol se va a dormir y seguramente esa noche está más cerca del niño Jesús.
- ¿Siempre el sol duerme al lado de la luna?
- A veces.
- ¿Siempre la luna duerme?
- Ella duerme de día.
- Ah, entonces no duerme cerca del sol y el niño Jesús,  no duerme al lado de la luna... ¿Papá Noel duerme? ¿Él sabe que estoy acá, abuela?
A Juana le daba miedo que Papá Noel no supiera que ella estaba en el pueblo porque lo había visto en el shopping de la ciudad antes de salir. Recién se dio cuenta de que no había dicho qué regalo quería…¡y no le había dicho a la abuela Pierina que pusiera agua para los renos!
- Sí, Papá Noel sabe todo -dijo la abuela Elina, y le explicó a Juana que él ve todos los movimientos de todos los niños del mundo.
 Otra vez Navidad no hubiera sido Navidad sin las estrellas metiéndose por las chimeneas,  para espiar si todas las medias tenían regalos.

MM: Bien, Sandra, muchas gracias. Hermoso.

SC: Gracias a vos.

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