Ese infierno tan temido: Bajo el volcán de Malcolm Lowry

Lo desconocido de lo otro puede ser paraíso e infierno, creación y destrucción, su seducción, letal. Malcolm Lowry hizo su viaje de experimentación literaria a México para descubrir lo que otros tantos escritores del siglo XX también buscaron en las mismas tierras o en otras. En la semana en que se cumple un aniversario de su nacimiento Libro de arena publica un artículo en su memoria.



Por Paula Croci


América Latina en general y México en particular aparecen durante la primera mitad del siglo XX como un norte que artistas y escritores de la modernidad desean alcanzar con fin de extremar sus vivencias y consolidar su obra. D. H. Lawrence, Antonin Artaud, Graham Green, William Burroughs, André Breton, Jack Kerouac,
Aldous Huxley, Ambroise Bierce, John Reed, Italo Calvino y Malcolm Lowry, entre otros pilares de la literatura del último siglo, fueron a México como parte de un programa de viaje hacia lo otro étnico e interior y se encontraron con un mundo atractivo, pero “perverso” y “repugnante”; en otras palabras, descubrieron un espacio verdaderamente dionisíaco, con potencial para la muerte y la creación.
Malcolm Lowry llegó a México en 1936 en un viaje con el que parece haber querido repetir los pasos que había trazado D. H. Lawrence en 1924, evocar sus episodios, reescribir cada una de sus frases. De estas experiencias, resultaron dos novelas cuyos títulos remiten a dos íconos de la mexicanidad: La serpiente emplumada, de Lawrence (1926), representación de Quetzalcóatl, un “dios de rostro claro, con barba, que tuvo que salir de México para sumergirse de nuevo en el baño de la vida”, simbolizado por una serpiente cubierta de plumas; y Bajo el volcán, de Lowry (1947), que hace referencia a los montes volcánicos, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, laderos de la ciudad de Quauhnáhuac, nombre indígena de Cuernavaca; ese espacio que los dos escritores eligieron para intentar entender una cultura que para ellos, sin duda, custodiaba el origen de la raza humana, pero que escapaba a su comprensión.
Para Lawrence, Iztaccíhuatl, la Mujer blanca, brillaba y daba la impresión de estar cerca, pero Popocatépetl, quedaba más en el fondo, en la sombra. Los dos monstruos erguíanse majestuosos, como guardianes gigantes de aquella sangrienta cuna de la humanidad, el valle de México. Lejanos, inmensos, los montes parecían como si dejaran escapar una especie de gruñido sordo, demasiado grave para que el oído pudiera percibirlo, pero que se sentía en la sangre: un ruido de terror. No producían el efecto de entusiasmo y de alegría que suelen producir las montañas nevadas de Europa, sino más bien aparecían como hombros hercúleos cuyo peso oprimía la tierra y que rugían como leones al acecho. 
Mientras que para Lowry: “Lejos, a su izquierda, en el nordeste, más allá del valle y de los contrafuertes en forma de terraza de la Sierra Madre Oriental, ambos volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuatl se erguían majestuosos y nítidos, contra el fondo del crepúsculo.” Porque México es, en la novela de este último, ese espacio exótico –paradójico y contradictorio-, poblado de simbolismos encantadores que llevan al viajero inglés a su propia disolución como sujeto y lo predisponen a atravesar los límites que conducen a la alucinación, el delirio y la muerte, no solo por la bebida, sino también por la relación hostil entre México e Inglaterra producto de la expropiación petrolera.
México es el paraíso infernal. Eterna primavera, zopilotes, buitres, cantinas, mezcal, perros muertos y el imponente volcán son los fantasmas que acechan a quienes deciden demorarse en el territorio y desafiar sus umbrales de resistencia. Mientras tanto, la dipsomanía aporta la potencia para elaborar una alegoría de la caída del hombre en una novela que no trata sobre la historia de un caso singular de alcoholismo, sino en la que el sobrevenir borracho constituye una verdadera forma-de-vida para el personaje y una poética para el escritor.


Paula Croci es licenciada en Letras de la Universidad de Buenos Aires. Cursa la Maestría de Historia del Arte Argentino y Latinoamericano en IDAES, Universidad de San Martín. Es docente de Literatura del siglo XX en la Facultad de Filosofía y Letras y de “Semiología” en el Ciclo Básico Común de la UBA. Ha publicado los volúmenes Los cuerpos dóciles. Tratado sobre la moda (La marca, 1993), Biografía de la Piel (Perfil Libros, 1998), Lesa Humanidad. El nazismo en el cine (La Crujía, 2003) y Estudio crítico sobre El abrazo partido (Pic-Nic, 2010). Este texto fue extraído del libro Lecturas de Siglo XX. Viaje, límite, umbral (Laura Isola ed., de ediciones Cabiria)

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre