En el centro: la palabra
La palabra está en el centro de la experiencia. Un relato da inicio a una odisea. El misterio y la aventura de leer se entremezclan con el ansia por el conocimiento científico. Todo se desencadena a partir del desciframiento del código de un antiguo documento que guarda el secreto de cómo acceder al centro de la Tierra. Así inicia la historia de Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra, de la que hoy Libro de arena publica un fragmento que señala la centralidad del saber escrito y cómo opera la ficción en la lectura.
“…cuando entré en la
habitación estaba lejos de pensar en ellos; mi tío solo absorbía mi mente por
completo. Se hallaba recostado en su gran butacón, forrado de terciopelo de
Utrech, y tenía entre sus manos un libro que contemplaba con profunda
admiración.
-¡Qué libro! ¡Qué
libro!-repetía sin cesar.
Estas exclamaciones me
recordaron que el profesor Lidenbrock era también un bibliófilo en sus momentos
de ocio; si bien no había ningún libro que tuviese valor para él, como no fuese
inhallable o, al menos, ilegible.
-¿No ves?-me dijo-¿no
ves? Es un inestimable tesoro que he
hallado esta mañana al registrar la
tienda del judío Hevelius.
-¡Magnífico!-exclamé yo,
con entusiasmo fingido.
En efecto, ¿por qué
tanto entusiasmo por un viejo libro en cuarto, cuyas tapas y lomo parecían
forrados con una grosera cuerina, y de cuyas amarillentas hojas pendía un
descolorido registro? Sin embargo, no cesaban las admirativas exclamaciones por
parte del grave profesor.
-Vamos a ver-decía
preguntándome y respondiéndose a sí mismo- ¿es un buen ejemplar? ¡Sí,
magnífico! ¡Y qué encuadernación! ¿Se abre con facilidad? ¡Sí, porque las
cubiertas y las hojas forman un todo bien unido, sin separarse ni abrirse por
ninguna parte! ¡Y este lomo, que se mantiene ileso después de setecientos años
de existencia! ¡Ah! ¡ He aquí una encuadernación capaz de enfurecer de envidia
a Bozerian, a Closs y aun hasta el mismo Purgold!
Al expresarse de esta
suerte, mi tío abría y cerraba el feo y repugnante libraco; y yo, por pura
cortesía, asentía sus afirmaciones, puesto que no me interesaba en lo más
mínimo.
-¿Cuál es el título de
ese maravilloso volumen?- le pregunté con un entusiasmo demasiado exagerado
para que no fuese fingido.
- ¡Esta obra-respondió
mi tío animándose- es el Heimskringla
de SnorriSturluson, el famoso autor islandés del siglo XII! ¡Es la crónica de
los príncipes noruegos que reinaron en Islandia!
-¿De veras?-exclamé yo,
afectando un gran asombro-; ¿será sin duda alguna traducción alemana?
-¡Una traducción!-
respondió el profesor indignado-. ¿Y qué habría de hacer yo con una
traducción? ¡Para traducciones estamos! Es la obra original en islandés, ese
magnífico idioma, sencillo y rico a la vez, que autoriza las más variadas
combinaciones gramaticales y numerosas modificaciones de palabras.
-Como el alemán- insinué
yo con asombro.
-Sí- respondió mi
tío encogiéndose de hombros- pero con la
diferencia de que la lengua islandesa admite, como el griego, los tres géneros
y declina los nombres propios como el latín.
-¡Ah!- exclamé yo con la
curiosidad un tanto estimulada- ¿y es bella la impresión?
-¿Impresión? ¿Pero cómo se te ocurre hablar de impresión,
desdichado Axel? ¡Bueno fuera! ¿Pero es que crees acaso que se trata de un
libro impreso? Se trata de un manuscrito, ignorante, ¡y de un manuscrito
rúnico nada menos!
-¿Rúnico?
-¡Sí! ¿Vas a decirme
ahora que te explique lo que significa eso?
- Me guardaría bien de
ello-repliqué con el acento de un hombre ofendido en su amor propio. Pero se
quiera o no, mi tío me enseñaba cosas que no me interesaban en lo más mínimo.
-Las
runas-prosiguió-eran unos caracteres de escritura usada en otro tiempo en
Islandia y, según la tradición, fueron inventados por el mismo Odín. ¿Pero qué
haces, desdichado, que no admiras estos caracteres salidos de la mente excelsa
de un Dios?
Sin saber qué responder,
iba ya a proferir un género de respuesta que pudiera agradar a los dioses,
tanto como a los reyes, porque tiene la ventaja de no ponernos en el compromiso
de tener que replicar, cuando un incidente imprevisto vino a imprimir a la
conversación otro giro. Este fue la aparición de un pergamino grasiento, que
deslizándose de entre las hojas del libro, cayó al suelo. Mi tío se apresuró a
recogerlo con indecible avidez. Un antiguo documento, encerrado tal vez desde
tiempo inmemorial dentro de un libro, no podía tener para él un elevadísimo
valor.
-¿Qué es esto?-exclamó
emocionado
Comentarios
Publicar un comentario