Presentación del libro Entrelíneas

¿Qué libros y autores los marcaron, qué lugar ocupa la literatura en sus vidas, cómo ven el fenómeno de la literatura para niños y jóvenes, quién o quiénes son los lectores de sus textos, cuál su papel? Sobre todo eso han hablado y respondido los escritores en las charlas con Mario Méndez, que ya llevan cerca de una década. Entrelíneas, el libro que reúne veinte entrevistas realizadas en el ciclo "Encuentros con escritores de literatura infantil y juvenil", organizado por el Programa Bibliotecas para armar, tuvo su presentación. En este evento, que se llevó a cabo el martes 21 de abril, en la Casa de la Lectura, cada uno de los autores presentes contó cómo había llegado a la literatura. En la primera parte, que hoy se publica, aparecen las intervenciones de Didi Grau, Liliana Cinetto, Fernando Sorrentino, Franco Vaccarini, Adela Basch, Graciela Repún, Silvia Schujer. Libro de arena publicará la segunda parte del encuentro el viernes próximo.


Mateo Niro (Coordinador del Programa Bibliotecas para Armar, editor de Cabiria): yo quería decirles, a todos, muchísimas gracias por haber venido a la presentación de este libro, Creo que este es uno de los lugares más auténticos para celebrar este libro sobre la literatura infantil y juvenil. Quiero agradecer el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que nos apoyó para sacar este libro, y también a tres áreas o instituciones, que fueron importantes para la edición de este libro: la editorial Amauta, la editorial Cabiria, y el Programa Bibliotecas para Armar en el que trabajamos. Este Programa al que ustedes conocen, del Gobierno de la Ciudad, que este año está cumpliendo once años, y nos tiene a todos acá todavía, por suerte. Este Programa surgió en los primeros años de la década pasada, con la idea de apoyar los proyectos de promoción de la lectura que se estaban desarrollando en ese momento en la ciudad, en comedores comunitarios, bibliotecas, centros de salud… Y surgió cerca del año 2005, o 2006, con Mario Méndez, que es un amigo, un editor y un docente. Nos juntamos y surgió esta idea, de organizar estos encuentros con el objetivo de que los promotores de lectura, los mediadores de las bibliotecas, dialogaran con los escritores de literatura infantil y juvenil que ellos recomendaban, que, además, habían leído… y la idea era que el diálogo provocara nuevas lecturas y nuevos interrogantes. Y más promoción de la lectura de literatura infantil. Así surgieron una serie de encuentros en los años 2006 o 2007, que eran itinerantes. Se hicieron en la Casa de la provincia de Chubut, en la Casa de la provincia de Tucumán, en la Biblioteca de  La Nube, en la biblioteca de Hebraica, y en la Biblioteca Nacional. Esta idea de los encuentros después se transformó en un formato. Y hace un par de años, charlando con Mario en un bar de la Avenida Santa Fe, pensamos que tenía que transformarse en un libro. Y como la mayoría de los libros surgen de un deseo, es el libro que hoy estamos presentando. Nada más… agradecerle a Mario que fue quien llevó adelante todos estos diálogos, y agradecerles a los autores acá presentes, que son los protagonistas de este libro, Entrelíneas, que presentamos hoy. Muchas gracias. (Aplausos)

Mario Méndez: buenas noches. ¿Cómo están? En primer lugar los agradecimientos a los cuatro miembros del público que son solamente público, porque el resto son editores, escritores, familiares, amigos, compañeros de Bibliotecas para Armar (risas). Y agradecerle mucho y pedir un aplauso para una compañera de Bibliotecas para Armar, que fue el “detrás de la escena”, y desgrabó las veinte entrevistas. Así que para María Pía Chiesino pido un aplauso (Aplausos). Es un trabajo muy, muy bien hecho, y además muy cómico. Creo que a algunos ya les he contado. Ella acota, dialoga conmigo y con los entrevistados, (risas) y yo tengo que encargarme de borrar todo. Un laburo bárbaro, el de ella. Y lo hace muy divertido. Así que gracias, Pía…

MPC: a vos.

MM: …y a los demás compañeros de Bibliotecas para Armar, por supuesto. Laura, Mariano, Daniela, Lorenzo… por ahí lo veo a Alvar, Julián y Cecilia que hacen las fotos y suben las entrevistas al blog. Gracias a todos los que han laburado con nosotros.
Cuando ustedes lean las entrevistas van a ver que van desde el año 2007 hasta el año pasado. Por lo tanto, como quisimos respetar el momento de realización, van a ver que hay un montón de cosas que ocurrieron en el medio. Premios, libros publicados… montones de cosas que los escritores y escritoras aquí presentes, hicieron en el interín. Por ejemplo, las de Fernando Sorrentino, Adela Basch o Andrea Ferrari son entrevistas del año 2007 que no quisimos “aggiornar”. También un agradecimiento a las editoriales que autorizaron la publicación de los cuentos o fragmentos de novelas que vienen después de cada entrevista, y mencionar que le dedicamos el libro a uno de los autores que entrevistamos. Estas Entrelíneas están dedicadas a Carlos Schlaen, como homenaje. (Aplausos).
Y ahora sí, como es un libro de preguntas vamos a grabar y vamos a hacer un nuevo libro (risas), que se va a llamar Presentación de Entrelíneas. Vamos a empezar por algún valiente o por alguna valiente. Yo les mandé un mail (que no me contestaron), en el que les había pedido que prepararan algo. Había que elegir entre dos opciones. O una pregunta que yo no les hice o no les hizo nadie y quisieran hacerse a sí mismos y contestar, o contar qué libro o qué autor de literatura infantil o no, ha influido decisivamente en su trabajo como escritores.

Didi Grau: algo que no me preguntaste, fue qué me hizo meter en este mundo de la literatura infantil. Quería comentar, para los que no me conocen, que empecé trabajando como ilustradora, y que cuando estaba terminando la carrera de Bellas Artes, en el año ’78, llegaron a mis manos unas estampillas del Correo de Alemania. Y estas estampillas ilustraban cuentos clásicos. Hace poco las busqué por Internet y las encontré. Ilustran Blancanieves, Cenicienta, Los siete cabritos… cuantos muy conocidos, de una manera muy sintética, muy gráfica. Tienen pocos colores. Blanco, negro, verde, a lo mejor algún rojo, Me encantaron. Me gustaron mucho y pasó por mi cabeza que quería dedicarme a eso. Yo quería escribir, había empezado a escribir. Pero pensé que quería trabajar haciendo dibujos de libros infantiles. Teníamos distintas materias, en Pintura empecé a pintar cuadros, con algunas características  de la infancia  o con algunos personajes. A la profesora no le gustaban para nada porque decía que eso no era arte. La cuestión es que me propuse trabajar ilustrando libros. En el año ’79 me hice una carpeta, la llevé a la editorial Atlántida, que no sé si en ese momento publicaba libros para chicos, pero los publicaban en la revista Billiken que era la que nos compraban a mis hermanos y a mí cuando éramos chicos. En realidad, empecé ilustrando revistas. Así fue como empecé en esto de la literatura para chicos. Los primeros años trabajé como ilustradora y después de muchos años publiqué mis primeros libros. (Aplausos).

Liliana Cinetto: bueno, yo soy Liliana Cinetto. Soy escritora. No hice la tarea. Leí el mail pero no me acordé de qué tenía que pensar, así que les voy a contar que vivía en una casa en el barrio de Boedo que todavía está, una casa antigua, que tenía una gran biblioteca, pero que no era un mueble… era una habitación de la casa, llena de libros. Estaba en la parte de arriba, así que yo subía por una escalerita, y me iba a jugar y a leer a la biblioteca. Yo tenía mis juguetes ahí. Así que jugaba y leía, leía y jugaba, y jugaba a lo que había leído. Por eso pienso que también durante mucho tiempo conté historias y sigo contándolas. Y era sumamente feliz en aquella época. Era tan feliz, que le dije a mi mamá que cuando fuera grande iba a ser escritora. Que iba a escribir libros para que la gente se divirtiera. Y mi mamá me miró, como pensando que ya se me iba a pasar, pero no se me pasó. Y de inmediato fui a buscar mi cuaderno y ahí escribí mis primeras líneas. No traje el cuaderno para mostrarlo, porque estoy muy despistada, pero puedo recitarles los poemas, de una hechura poética magnífica. El primero era breve pero contundente. Se llamaba “Los pajaritos”, y decía: “Con su aleteo multicolor a todos nos alegran/ y con más resplandor, en la primavera”. (Risas). De inmediato escribí una segunda poesía, más larga y un poco mejor, porque ya era una escritora con experiencia. (Risas). Esta se llama “La nube enamorada”, y dice: Había una vez una nube/entre  el sol y la tierra/que un día se enamoró/ al ver pasar un cometa. / Pasaron muchos días / y el cometa no volvía. /La nube se entristeció/ al no ver más a su amor. / Pero un día este volvió/ y festejaron las bodas/y la blanca nubecita/ se puso traje de novia./ En la fiesta que hicieron/ invitaron al rey Sol, /a todas las estrellitas, y este cuento se acabó.  (Aplausos). Escribí poesía durante la primaria, cuentos en la secundaria, hasta que un día publiqué mi primer libro. En realidad yo no sabía que existían escritores para chicos y escritores para adultos, porque en la biblioteca de casa estaba todo al alcance de mi mano. Estaba María Elena Walsh, pero también estaba Machado. Estaban Julio Verne y Monteiro Lobato. Estaba todo ahí. No había censura. No había nadie que me dijera que había algo que no podía leer. Cuando empecé a trabajar como maestra empecé a leer libros de literatura infantil, para elegir los que iba a pedirles a los alumnos, y de tanto leer cosas para chicos, me dieron ganas de escribir. Así que aquí estoy, esta es mi historia. (Aplausos).

MM: Bueno, es el turno de Fernando Sorrentino.

Fernando Sorrentino: lo que puedo decir es que apenas ingresé en la escuela primaria, en el año ’49, empecé a sentirme atraído de manera irresistible por las páginas literarias. En aquella época, los libros de lectura, que generalmente eran escritos por maestras intercalaban, cada tanto, textos sencillos de literatura propiamente dicha. Yo los buscaba y me gustaban. Fragmentos del Martín Fierro, fábulas de Iriarte. Inmediatamente, aun siendo muy chiquito me sentí atraído por eso que no sabía qué era, pero era la literatura. Después seguí un camino parecido, supongo, al de todos los que nos hemos dedicado a la literatura. Yo leía iba tratando de conocer a los autores, sin ningún conocimiento teórico. Miraba los catálogos de las editoriales. Veía, por ejemplo, Chateaubriand, buscaba en el Larousse, y tenía una idea. Iba a la librería y me compraba Atala, que es un  libro insoportable. (Risas). Había que probar. No había otra manera. El primer libro infantil que leí en mi vida, creo que fue El sombrerito, de Constancio C. Vigil. Era en una escuelita rural, y no era una novela, sino una cantidad de cuentos entrelazados. Yo seguía leyendo lo que caía en mis manos, los libros de Salgari, de Julio Verne… hasta que cuando estaba en lo que ahora sería séptimo grado de la primaria, en el año ’55, se produjo la epidemia de poliomielitis. Se suspendieron las clases, y mi hermana y yo quedamos enclaustrados en mi casa sin derecho a salidas transitorias como las que tienen los presos ahora. Y ahí, un día, cuando se levantó la veda, y salí a la calle, enfrente de casa había un chico sentado con un libro. Yo me acerqué y me dijo que ese libro se lo habían regalado para su cumpleaños, pero que a él no le gustaba. Me preguntó si lo quería, le dije que sí y me lo regaló. Yo tenía doce años, y me llevé a mi casa ese libro que tenía como setecientas páginas. Empecé a leerlo y me quedé fascinado. Nunca había leído algo tan hermoso como eso. Me di cuenta, por intuición literaria, que todo lo que había leído antes, Verne, Salgari, Conan Doyle, estaban por debajo de este nuevo libro. Fue una revelación. Después, siendo más grande tuve otras revelaciones: las de Kafka, Borges…

Asistente: ¿Qué libro era?


FS: Eso pensaba decirlo el año que viene. (Risas). Ese libro, que fue una iluminación, porque me di cuenta de que había diferencias entre ese autor y los demás, era parte de los seis tomos de unas obras completas de Aguilar. El autor era Dickens, y el libro era David Copperfield. Fue la emoción más grande que había podido vivir. Siendo mayor, he leído nuevamente David Copperfield, pero la emoción que me causó ese no me la causó ningún otro. Y después… ¿cómo empecé a escribir?... Escribiendo. Mi libro de literatura infantil más antiguo es Cuentos del Mentiroso, del año ’78. Acá estoy. Otra cosa sobre la práctica no puedo decir. (Aplausos).

Franco Vaccarini: bueno, mi nombre es Franco Vaccarini, y puedo recitarles un poema que escribí a los cinco años que dice: “Tardes que fueron nicho de tu imagen/ músicas en que siempre me aguardabas, / palabras de aquel tiempo, / yo tendré que quebrarlas con mis manos.” Ahora dicen que es de Jorge Luis Borges. (Risas). Se llama “Ausencia”. Yo nunca pude escribir un poema como ese. Pensándolo bien, uno miente mucho cuando le preguntan sobre los inicios. En mi caso, no tengo una anécdota fundacional interesante. Mi hermano tiene anécdotas más interesantes. Por ejemplo, una vez, estaba leyendo la revista Nocturno, de fotonovelas. Las leía cuando mi papá dormía la siesta. Él decía que los chicos no teníamos que leer fotonovelas, que eran historias para mujeres. Un día, mi hermano estaba muy entusiasmado leyendo la Nocturno, mi papá se la sacó, la rompió, y le trajo Crimen y castigo de Dostoievski. (Risas). Le dijo: “Si seguís leyendo esas porquerías vas a terminar ordeñando vacas como yo.” A mí me hubiera encantado tener una anécdota así, y contar cómo odié a Dostoievski el resto de mi vida. De hecho, mi hermana no leyó nunca a Dostoievski, pero se hizo una lectora de paladar muy fino. O sea que, a veces, la letra con sangre debe entrar. No todo es placer, y la verdad es que si había un placer en la literatura relacionada con mi infancia, era ir al almacén de Ramos Generales y comprar el Patoruzito. El olor del Patoruzito y la magia que había en las tapas de la revista, las palabras que aprendía. Por ejemplo, una vez Patoruzito dijo: “A propósito, chei”. Y me quedaba rondando, qué sería “a propósito”. También me llamó la atención, que una vez dibujaron un toro con sus atributos. Yo veía todo el tiempo toros con sus atributos, pero me llamaba la atención que los dibujaran tal cual en la revista. Esa relación entre lo real y lo que uno leía…  Parecía siempre más peligroso lo que uno leía que la realidad. Siempre pienso que la literatura es una forma de la realidad, quizá más profunda. Es un lugar desde el que observamos a la realidad para poder definirla, entenderla. Nos vamos a la ficción para entender mejor la realidad. Y como lector… muchas veces uno habla de la precocidad. Yo me veo a veces, diciendo que leí Crónicas marcianas a los doce años. Y no es cierto. (Risas). Me di cuenta de que me recordaba leyendo en el cuarto de la casa en la que yo no vivía a los doce años. Entonces me pregunto: ¿por qué todos tenemos que ser precoces? A los hombres nos pasa mucho eso. (Risas). Parece que hacer las cosas después de los veinte años ni tuviera ninguna gracia, y ahora que tengo cincuenta quiero creer que sigue habiendo maravillas del mundo, y que van a seguir pasándome cosas graciosas. Yo NO leí Crónicas Marcianas a los doce años. Lo leí cuando ya era un viejo de quince años. Pero no lo quería reconocer. Mi encuentro con la lectura no tuvo nada de mágico, ni maravilloso. Fue un proceso lento, un entrenamiento lento en el que siempre tienen que ver esas impresiones de ver una tapa, de oler un libro, y de sentir una especie de “hálito mágico” que viene de ahí.  (Aplausos). 

MM: A ver Adela…

Adela Basch: La verdad es que me hizo pensar con esto de que uno va a la ficción para entender la realidad. Tengo que reconocer que he leído mucha ficción en mi vida, pero la realidad no la entiendo. (Risas). Cada vez me confunde más. También el ojo del observador modifica al observado, así que debo ser yo con mi miopía que no veo bien la realidad. Los autores que me acercaron a la LIJ, y que me dieron ganas de hacer algo en ese sentido, fueron Samuel Beckett, Eugenio Ionesco, y Griselda Gambaro. En mi casa también estaba todo junto, yo tenía hermanos mayores y nunca me dijeron que algo era para chicos o para adultos. Yo agarraba y leía. Leía obras de teatro y si podía le pedía a alguno de mis hermanos que me llevara a ver alguna. Y un día me dije: “Che, la puta, estaría bueno escribir algo por el estilo, como lo que escriben estos”. (Risas). Tendría trece o catorce años, y la verdad es que nunca me salió como lo que escribían ellos, yo no era ellos. (Risas). Pero empecé a escribir teatro, y ellos estaban presentes cuando yo escribía. Sobre todo Griselda Gambaro. Capaz que ellos no se dedicaban a la LIJ, pero no estoy segura, porque la realidad mucho no la entiendo (risas), pero ahí empecé a escribir, y seguí. Por suerte en mi casa me dejaban leer de todo, así que tengo una formación ecléctica. Lo único que me prohibían leer eran los libros de medicina de mi padre. Yo quería leer Anatomía y me decían que no, porque me iba a embolar. Y así estoy acá, compartiendo con ustedes esta hermosa presentación. (Aplausos).

Graciela Repún: Yo soy Ricardo Mariño. (Risas). Este chiste lo uso hace años. No sé si te acordás, Ricardo, una vez estábamos firmando con Mario, cuando lo conocí, y venían las maestras a preguntar dónde estaban Ricardo Mariño y estábamos vos y yo. Al final yo decía: “Yo soy Ricardo Mariño”. (Risas). Además, soy Graciela Repún. Yo no me acuerdo qué te conté, Mario. Sí me acuerdo de mi aproximación a la escritura y de mi aproximación a la lectura, que es de lo que se está hablando acá. A mí me regalaban muchos de colecciones, de la Robin Hood. No estaban tan a mano los libros, y además yo leía mal, porque agarraba El ser y la nada, Los caminos de la libertad, de Sartre, y terminaba con unas ideas muy particulares. Creo que te conté en la entrevista que mi familia era zurda, entonces había mucho libro de Álvaro Yunque… yo sufría mucho. El primer poema que aprendí fue de Nicolás Guillén,  No sé por qué piensas tú, / soldado que te odio yo…
Era una literatura muy formativa. Y una cosa que me parece importante, es que cada vez más iba descubriendo que lo más revolucionario que leía era el humor. Las novelas de Mark Twain  Tom Sawyer y Huck Finn, Tom no me habían gustado tanto, pero sí los cuentos completos. Sí, Oscar Wilde. Esos autores que a través del humor me estaban diciendo que había otros caminos. Hay muchas posibilidades para las cosas. Mucho más que los autores que me decían: “El camino es este”. Eso siempre me pareció interesante. Y en cuanto a la escritura, a mí me mandaban siempre a la colonia de vacaciones. Yo era gordita, y corría bien. Era lo único que sabía hacer bien, el resto me embolaba. Entonces me rateaba de la colonia de vacaciones. (Risas). Mis padres me mandaban para que fuera deportiva. No lo lograron. Lo que sí lograron, fue que yo diera los discursos de bienvenida, los saludos, y que escribiera las composiciones de mis compañeros en el primario. Y en el secundario, cada uno tenía su poemita. Llegué a la LIJ, con mis hijos. Y con María Elena Walsh. Una colección maravillosa que creo que era de Hyspamérica, de autores que me abrieron la cabeza, ingleses, franceses, no tanto la obra de ella, que la conocía y me encantaba. Y como muchos de nosotros, con mi ídola, Adela Basch, que nos abrió las puertas a muchos de nosotros para que empezáramos a escribir.  Nada más. (Aplausos).

Silvia Schujer: Yo tampoco hice los deberes, pero me voy dando cuenta de por dónde viene la cosa, y vos no me preguntaste por qué los chicos no leen. Pero tampoco tengo ganas de contestarlo. Estaba pensando que hablaron del momento en el que empezaron a escribir. Y yo no tengo muy en claro de cuándo empecé,  pero sí de un primer flash esa cosa que pasó, que me hizo suponer que la cosa venía por el lado de las palabras. Para mí fue muy fuerte. Yo no era muy lectora, estaba más bien formada en la música. La literatura estaba como reservada para mi hermano y para mí era la música. Así que había libros pero “lo mío”, era otra cosa. De todas maneras, a los doce años, me regalaron Mujercitas. Era el libro que leíamos las chicas a nuestra edad. Bueno, todos saben que es la historia de cuatro hermanas que se crían con la madre porque el padre se fue a la guerra, y cada una de las chicas tiene características muy diferentes. Ese libro me atrapó. Me impactó. Había una de las chicas con la que me sentía más identificada. Aclaro que Jo no era, porque siempre se piensan que era Jo. Me sentía identificada por oposición, con un personaje que era exactamente lo contrario de lo que yo era: Beth. Que era buena, dulce, tierna, se portaba bien, tocaba el piano… Era la representación de lo que yo no iba a ser nunca. (Risas). Yo estudiaba, me ponía el despertador para estudiar el piano exactamente una hora por día, solía tener malas notas en conducta. Tenía mis diferencias con Beth, entonces la amaba. Quería ser como ella. Pero Beth se muere casi al principio de Mujercitas. Yo lloré terriblemente la muerte de Beth. Y del modo que pude me hice esta pregunta: ¿Cómo puede ser que uno llore tanto, se emocione tanto con alguien que no existe? Creo que  en ese momento, lo que descubrí fue la diferencia entre las personas y lo que era un personaje. Un conjunto de palabras combinadas de tal manera que me daban una ilusión de realidad tal, que me provocaban semejantes emociones. Creo que en ese momento apareció el primer indicio de lo que iba a ser después, ese descubrimiento de lo poderosas que eran las palabras, que habían podido generar en mí, un llanto que además, era un llanto bueno, por decirlo de algún modo. Un llanto que me gustaba. Y ahí, de alguna manera, creo que pensé que iba a ser escritora, que iba a inventar historias. Con esa particularidad. Para hacer llorar a la gente. (Risas). Después pasaron muchas otras cosas, pero creo que en ese momento y por esa razón, yo elegí esto. (Aplausos).

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