Escena de libertad

A veces la libertad aparece como una emoción, un vuelco del corazón, una sensación extrema y siempre irreductible, la esencia misma del hombre. Libro de arena continúa publicando escritos referidos al tópico del mes, ficciones para la libertad.



Por Candelaria Carreño*

La señora está sentada en la mesa. Un gran sombrero corona su cabeza y, como una gran cúspide, se adorna de algunas telarañas que agrietaron punzadamente el tiempo.
Por debajo del sombrero asoma un rostro imperturbable. La mirada quieta se baña con algunos rayos de luz que entran por la ventana a través de la cual la señora mira el sol: es el mediodía. Sin embargo un gran banquete con los más ricos dulces y un juego de teteras de porcelana sobre la superficie de la mesa presagian la hora del té. Todos estos elementos se encuentran, también, imperturbables. 
La señora no está sola. Seis comensales la acompañan, ubicadas todas en las sillas de cedro, madera vieja y rancia. Cada una de ellas aguarda.  El tiempo fue así desde siempre. Infinito, inasible, inalterable. Nada sucede en esa habitación. El mediodía es siempre igual. La cena es siempre igual. La luz que entra siempre es la misma. Nadie habla. Todas se miran, se atraviesan con la mirada, pero de forma superficial. Ya no hay más palabras para decirse. Se agotaron las sílabas, los monólogos, los diálogos, inclusive los silencios. En otro tiempo, antaño, se hablaron. Melodiosas. Ahora no hay más nada para sazonar la desidia. Sin embargo, aguardan.
De repente un sonido rasga la impasibilidad de las cuatro paredes y atraviesa todo el espacio, perforando la infinitud. Todas las miradas se posan sobre la señora de sombrero alto. Es hora, pensó. Le toca a ella, pensaron todas.
La señora empieza a moverse, utilizando la delicadeza de quien espera hace mucho tiempo, pero con la certeza de resguardar cada gesto, cada movimiento. Apoya sus dos manos, observa el sol de frente, se acomoda el sombrero y cruza la habitación para abrir la puerta. No pregunta quién es. La respuesta está implícita. El picaporte larga un ligero chirrido. Cuando abre la puerta, frente a ella está la mujer. Elegante, fina, delicada. Un leve movimiento de cabeza confirma el saludo, devuelto por la señora, que al bajar levemente su cabeza desprende arañas que caen en diagonal hacia el suelo. La recién llegada se sienta de espaldas a la ventana.  Ambas ocupan el lugar que les corresponde, en cada cabecera de la mesa. Ahora la habitación proyecta una sombra entrecortada, delimitada por la figura de la elegante mujer, que acota la luminosidad del espacio. Ambas sostienen la mirada. Las demás observan, cautelosas, espectadoras de la escena.
 —Tanto tiempo que no nos encontrábamos.
La voz de la elegante mujer sonó fuerte, fina, segura. De repente la señora de sombrero recordó que tenía aparato fonador, que su cuerpo también estaba delimitado por el lenguaje. Su voz sonó frágil, e incorporó cada uno de los fonemas que debían hilar aquella frase. Sintió que el cuerpo se desgarraba en cada emisión de palabra: La estaba esperando, respondió.
— ¿Estás preparada?—, preguntó.
—Sí, claro.
Se tomaron de las manos. La señora de sombrero alto se sorprendió al sentir la calidez del contacto, esperaba encontrar una piel gélida. Salieron por la ventana, en directa dirección hacia el sol. El sombrero alto voló por los aires, y las arañitas cayeron con él. La señora sintió de repente una clara sensación en el pecho. De repente su cuerpo desbordaba de emociones.
No quiso mirar hacia atrás. Ahora sí, reflexionó: libertad.



*Candelaria Carreño:  vive en Buenos Aires. Participó en los talleres de literatura y periodismo en la Escuela de Educación Estética de Trenque Lauquen. En Capital Federal, asistió al taller literario de Adriana Márquez. Actualmente se encuentra finalizando la carrera de Licenciatura en Artes en la UBA. 

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