El Clásico

La avivada criolla es un clásico. Una forma de sacar ventaja del incauto puede ser asunto del pasado, del presente o del futuro, en este o en otro mundo. Una nota distintiva del ser porteño, un clásico, en clave de ciencia ficción.


Por Fernando Barragan*


-Hola, jefe.
-Sí, ¿qué tal?
-¿Ésta es la 9 de Julio?
-Sí. ¿Busca alguna dirección?
-¿Sabe cómo llego a Marte?
A Gustavo siempre le tocaban los perdidos. Comprendía que un puesto de diarios es el lugar fijo para que caigan todos los que necesitan indicaciones y, aunque le molestaba un poco, había logrado sacar algún provecho de su situación de guía turístico informal. A este alienígena en particular lo vio de lejos y se imaginó que venía muy desorientado. Tal vez fuera por la piel azul o por los implantes bioeléctricos en la cabeza o por el balanceo que tienen todos los trípedos al caminar. No sabía.
Empezó con la pregunta de rigor:
-¿Anda de a pie, maestro?
-Sí.
-Y… eso, para viajar por el espacio, es un problema.
-Justamente, dejé la nave para reparar en Marte y la tengo que ir a buscar antes de que empiecen a romper las bolas las manchas solares.
-¡Uh, que quilombo eso de las manchas solares! ¡Las comunicaciones se ponen re densas!
-Usted lo dijo, mi amigo, propiamente un quilombo. Por eso tengo que llegar al taller del Monte Olimpo, a más tardar, en una semana.
-Seré curioso ¿A quién se la dejó la nave?
-A un tal Xyyychz.
-¿Xyyychz, el viscoso?
-Ese mismo. No me diga que lo conoce.
-¡Cómo no lo voy a conocer! Éramos compañeros en el Politécnico Espacial ¡Si habremos hecho desastres juntos! Quédese tranquilo porque es un mecánico bárbaro.
-¿Y a usted qué le pasó que está vendiendo diarios en vez de tener su taller? ¡Mire que este Xyyychz cobra lindo los arreglitos! Por cambiar el estabilizador del hyper-propulsor lateral me pidió 4000 Keplers.
-¡Eh...! Son las ventajas de ser viscoso.
-¿...?
-Los gelatinitas se pueden escurrir hasta el estabilizador y cambiarlo directamente, mientras que un terrícola, o un tripatiano como usted, necesita desarmar medio motor. Vio cómo es: cuando uno lo vuelve a montar no es lo mismo.
-No me hable. La otra Starford que tuve se la llevé a un terrícola porque cobraba barato, y me terminé quedando parado a mitad del cinturón de asteroides con veinticinco crunchers dormidos.
-¿Los crunchers no son esos que se morfan al piloto si se despiertan antes de aterrizar?
-Esos mismos.
-¡Qué momento! ¿Y cómo zafó?
-De milagro zafé. Justo quedé apuntando a un asteroide de masa considerable, entonces encendí los motores químicos...
-¡Motores químicos! ¿De cuándo era esa nave? Hace como ochenta años que no se usa combustible de ese tipo.
-Bueno, esto pasó hace mucho, pero además mi nave era un clásico: una Starford Z-56 de colección. Todo original tenía, hasta la radio subespacial.
-Igual no me va a negar que, por más de colección que sean, las Starford son una torta.
-¡Ay, ay, ay! Seguro que, como buen humano con dos patas, usted es hincha de Chevrosun.
-Obvio. A una buena Chevrosun no la paran ni los peores mecánicos. Si no me cree, cuando llegue a Marte, pregúntele al viscoso.
-Mire señor, no me voy a poner a discutir de fierros con usted. De todas formas, para preguntarle algo al viscoso, tendría que llegar a su taller. Así que volvamos al principio: ¿Sabe cómo llego a Marte?
-Tiene razón, caballero. No nos vamos a pelear por una pavada. Mire, casualmente, tengo un amigo que por 50 Keplers lo teletransporta a cualquier lugar del sistema solar. A Marte llega en cuatro minutos y pico, cinco como mucho.
-No, no. La teletransportación me marea. Prefiero el transporte físico aunque sea más caro y tarde una semana.
-¡Que no se diga! ¡Un tripatiano hablando como un muflin!
-A los muflin les quedan los tentáculos rígidos y se mueren. Yo me mareo nomás, pero no me gusta, prefiero pagar de más.
Gustavo se quedó pensando un minuto, golpeándose suavemente los labios con el dedo índice. Finalmente dijo:
-¿Es la primera vez que viene a la Tierra?
-Sí ¿por?
-Porque tengo otro amigo que me dejó unos boletos, de promoción, para gente que visita por primera vez el planeta.
-¿Cuánto?
-350 Keplers
-Saladita, la promoción.
-Si se decide, sale en cuarenta minutos. Me paga el boleto, cruza la calle y se va buscar su Starford antes de que empiece la joda de las manchas solares. Mire, de acá se ve la nave.
-Medio viejita, ¿no?
-Maestro... No me confunda “viejo” con “clásico”.
El tripatiano dudó un instante, luego pagó los 350 Keplers y cruzó la avenida con el boleto en su mano más larga. Cuando lo perdió de vista, Gustavo encendió su videocom y dijo: “Sanguinetti”. En la pantalla apareció una cara que dijo:
-¿Qué pasa?
-Te va a llegar un punto, un tripatiano azul, con un boleto que le vendí.
-¡Otro más!
-Sí.
-¿Y...? ¿Qué querés que haga con éste?
-Nada del otro mundo: lo metés en la cámara de realidad virtual, le hacés creer que está viajando a Marte y en una semana lo teletransportás. Eso sí, antes de despacharlo, sin que se avive, encajale una  pastillita para el mareo. Después te alcanzo los 30 Keplers.
-Che... ¿Te puedo hacer una pregunta?
-Dale.
-¿Dónde conseguís los boludos que se tragan que el obelisco es una nave?



Fernando Barragán: Nació en Alta Gracia (Córdoba) en 1961, pero es ciudadano de Longchamps (Bs. As.) desde los tres años. Profesor de matemática y física con extrañas inclinaciones por la literatura, concurre desde hace años al taller de la escritora Iris Rivera y ella no se ha quejado aun. Fue director de una escuela técnica, pero se recuperó. Crónico es, en cambio, su gusto por la fantasía y la ciencia ficción. Busca equilibrio en el Yoga y profundidad en el buceo.

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