Liliana Cinetto: "La novela histórica es un género que gusta mucho y que es muy exigente, porque lo histórico no puede modificarse"



La segunda parte de la charla con Liliana Cinetto giró en torno de su relación con la escuela y el público infantil, con la investigación y la rutina de trabajo como escritora. Además, habló acerca de la relación entre su escritura y el tema de los perros, a propósito de lo cual compartió la lectura de un relato en el que cuenta a través de la ficción, cómo se inicio el vínculo ancestral que mantiene con el hombre.  El encuentro se llevó a cabo en La Nube, el lunes 8 de agosto de 2016, como parte del ciclo de Literatura infantil y juvenil en el año del Bicentenario de la Independencia.



Mario Méndez: En el próximo encuentro, uno de los invitados es el historiador Ricardo Lesser. Quizá lo leíste. Que escribió Aquel baile del 10 de julio de 1816.

Liliana Cinetto: El baile para los vecinos principales y las autoridades, fue en la casita de Doña Francisca. Pero hubo bailes en todo Tucumán. En la plaza estaban los paisanos, con sus mejores galas. Fue realmente un festejo popular. Y después hubo otra fiesta más, que creo que fue el 25. El gobernador no quería que nadie se quedara sin festejar algo tan importante. Fue una experiencia. Yo no tenía una novela histórica, tenía otros textos históricos pero no una novela, y cuando me propusieron escribirla me entusiasmé mucho. Después de estudiar la parte histórica y de elegir los datos, y de armar la trama, hice algo que no siempre hago. Fue armar capítulo por capítulo con esa información, como un esqueleto, un armazón, que me fue muy útil y que al mismo tiempo me permitió limpiar un poco la información histórica. Porque no es un libro de historia. Es una novela. Yo no quiero enseñarles historia a los chicos. Quiero que la historia quede como escenario, como marco. Pero mi objetivo no es hablar desde el punto de vista histórico. Primero, porque no soy historiadora. No me correspondería. Y segundo, porque yo no quería eso. Yo quería que ellos vivieran la historia de la declaración de la Independencia, de la mano del personaje. Que además hace travesuras: le cose los calzones a su prima, le pone sal en lugar de azúcar en el mate, lo que hace que la pobre tenga que correr a las letrinas que estaban al fondo, después del tercer patio. Agarra el mejor sombrero que se ha traído de Europa y se lo pone a las gallinas en el gallinero y la bataraza le pone un huevo adentro. Yo quiero que los chicos se enganchen con el personaje y que con esos ojos, los de él y los de su amigo, vean los hechos que pasaron en la historia. Pero tienen que quedar como marco, como escenario del protagonista, porque es una novela. Mi intención era contar la historia de un chico que vivió en aquella época en Tucumán.

MM: Y está muy bien logrado. ¿Ya fuiste a escuelas con esto? ¿Cómo te fue?

LC: Sí, ya fui a escuelas. Viste que los libros te sorprenden… A mí me habían pedido que escribiera un libro para un Segundo Ciclo. A partir de nueve años. A Martín Blasco le pidieron en esa colección, que escribiera para chicos más grandes, para Tercer Ciclo. Me sorprendió ver que lo leían en segundo grado. No es que tenga nada complicado. A veces eso depende de la extensión. Pero si de pronto hay una maestra piola, o padres que se los van leyendo lentamente, por capítulos… A los chicos les encantó, se divirtieron. Eso para mí era lo más importante. Y efectivamente, a los chicos les gustó mucho.

MM: Me hiciste acordar de una vez que nos invitó Mario Lillo a hablar con directoras de Jardín. Con el proyecto de leerles novelas en el Jardín. Era tu Diminuto.

LC: Sí, yo lo digo siempre que tengo charlas con padres, lo digo, porque no tienen la obligación de saber literatura. Si tengo la posibilidad de ir a un colegio y los padres están invitados, mientras trato de entretener a los chicos, les tiro algunas ideas a los papis. Les digo que en la biblioteca de un chico tiene que haber todo tipo de género: poesía, cuentos, novelas. Porque ningún texto reemplaza a otro. Y no es lo mismo la forma de leer una novela que la forma de leer un cuento, o la de leer poesía. Eso es parte de lo que van a ser las estrategias del chico como lector. ¿Qué nos enseña la novela y por qué tenemos que dársela a un chico en Jardín? Nos enseña lo más importante que hace todo lector. Que lee, deja el libro y vuelve al libro. El cuento lo leo de una  vez y se terminó. Incluso, si no me gustó, puedo no volver a leerlo, pero con la novela voy y vuelvo. Me queda colgando la historia y vuelvo. Esa dinámica de regresar a ese universo, de volver a sumergirse, que es lo mismo que pasa a la hora de escribir: escribir una novela es casi como parir un hijo. No puedo escribir un capítulo e irme a visitar escuelas o irme de viaje cuatro días a Colombia. No. Yo programo, porque soy súper organizada en mi cronograma de libros, las fechas en las que voy a escribir novela, las fechas en las que voy a escribir cuento o poesía. Y cuando me encargan un libro, como en este caso, doy turno como en las obras sociales. (Risas).

MM: ¿Y las visitas a escuelas como las organizás?

LC: Veo. Estoy yendo menos a escuelas, un poco porque me saca tiempo para escribir, y otro poco porque yo llevo veintitantos años visitando escuelas y una empieza como a cansarse. No por los chicos, sino por esto de salir, viajar, estar… Los chicos te chupan una energía importante. Cuando vuelvo a mi casa no tengo más energía que para hacer una sopa o meter una salchicha y cortarme un tomate al medio, y con mi familia Dios me ayude. Antes decía que sí a todo. Después fijé una cantidad de visitas por año y cuando se me llena el cupo ya está y el resto del tiempo me lo dejo para escribir. ¿Qué me pasaba antes? Que me enojaba conmigo misma porque no tenía tiempo para escribir. Me costó mucho. De hecho te consta que una vez me propusiste algo que tenía que ver con un plan de lectura, y yo primero te dije que sí y después que no. Me quita tiempo para escribir, que es lo que yo quiero hacer. Por eso te dije esa frase de que soy lo mejor de mí cuando escribo. Aprendí a dejarme esos espacios que son sagrados. Hay momentos del año que son ideales para mí para escribir novelas. De noviembre a marzo, que no te llama nadie. Ni de la editorial, ni de ninguna biblioteca, ni te mandan mails las maestras, ni mensajitos de Facebook para pedirte visitas, no suena el teléfono, nada. Ninguna interrupción. Puedo empezar a escribir a las ocho de la mañana, y de pronto me doy cuenta de que tengo hambre y se me hicieron las cuatro de la tarde, y estuve escribiendo sin interrupción. Para esas fechas generalmente programo las novelas que tengo pedidas o proyectadas. Pero a veces no me queda tanto hueco y tengo que hacerme más tiempo.

MM: ¿Podés estar tanto tiempo concentrada?

LC: Sí. Soy como las alondras, empiezo tempranito. Me despierto siempre muy temprano, y la mañana es el mejor momento. Después de comer me cuesta más, y ese tiempo generalmente lo dejo para hacer cosas más administrativas, que son insoportables pero también son parte del trabajo. A partir de las seis de la tarde yo casi no sirvo para nada. Solo para ir a bailar salsa o venir a una charla placentera como esta. Ya es una hora en la que no puedo escribir ni pensar. Me dedico a hacer otras cosas.


MM: Lili, ¿con Ambrosio, el tema escolar y el tema de la investigación son parecidos?

LC: También. En realidad, los Ambrosios fue una idea que se me ocurrió a mí, que amo los perros. Tengo nueve libros de perros, los cinco Diminutos (Cuidado con el perro, Diminuto contra los fantasmas, Diminuto y el monstruo subterráneo, Diminuto y el gol de oro, y Diminuto y el campamento zombi, el nuevo que salió este año). Un día estaba pensando en escribir historias, porque estoy todo el tiempo pensando en nuevas cosas, y se me ocurrió pensar cuándo habrá empezado a haber perros. Porque alguna vez no hubo perros. Me puse a investigar y descubrí que ya había habido perros viviendo con los seres humanos en la Prehistoria. Esto se sabe porque se encontraron huesos compatibles con perros cerca de huesos de seres humanos. Y porque en las pinturas rupestres aparecían imágenes compatibles con lo que sería un perro. También investigué desde el punto de vista veterinario de quién descendían los perros, y hay una clara coincidencia con los lobos. Entonces se me ocurrió pensar en cómo habrá sido la historia del primer perro que dejó de ser lobo y decidió ser perro. Tiene que haber habido alguno alguna vez. Y en esa investigación que hice descubrí que había habido perros con los egipcios, que los consideraban sagrados, cosa que yo no sabía. Había perros entre los vikingos que los llevaban a pelear, y se me ocurrió inventar estos Perros con historia, que así se llama la colección. Son los parientes de Ambrosio que es un perro muy especial. Parece perro porque se rasca las pulgas como cualquier perro, o mueve la cola cuando está contento como cualquier perro, y porque le gustan los huesos. Es muy especial porque ha tenido parientes perrunos en toda la historia de la humanidad. Por ejemplo, esta es la historia del pariente de Ambrosio que vivió en Egipto con el faraón. Se llamaba Ambrosies el Ubis, que significa Ambrosio el protector, de verdad. Se lo regalaron al faraón que lo quería mucho. La que no lo quería era la faraona, porque el perro (como el mío), le mordía todo en la casa, le rompía los collares, le masticaba los zapatos, le hacía pis por todos los rincones y le fastidiaba a su mascota preferida que era, por supuesto, un gato. Este otro, hay que leerlo en esta época, porque estamos en Olimpíadas que ahora están en Río pero empezaron en Grecia. Y ahí había un pariente de Ambrosio que se llamaba Ambrosio, que es un nombre griego que significa “El eterno”, “El inmortal”. Este pariente de Ambrosio fue a las Olimpíadas, pero no a competir, porque todavía no hay categoría para perros. Fue a acompañar a Niceas, que lo encontró cachorrito, medio muerto de hambre, flacucho, sucio, tirado en el caminito que sube al Partenón. Y lo salvó. Se lo llevó a la casa, le dio de comer, le hizo mimos, y lo bañó (eso no le gustó tanto pero lo demás sí). (Risas). Y tan agradecido estaba que lo acompañaba a todos lados. Niceas soñaba con ser campeón olímpico. Por eso él iba y lo acompañaba. Incluso fue a Olimpia que era el lugar donde se hacían las Olimpíadas. Y aunque no dejaban entrar a los perros y lo echaron varias veces del estadio, consiguió meterse por un lugarcito y verlo a Niceas cuando corría la carrera y quería ganar el premio que era la corona de laureles. Después descubrí que había perros con los vikingos, este pueblo que se peleaba con todos, con los ingleses, con los franceses, con los irlandeses,  pero que tenía cosas buenas, porque le daban un espacio importante a la mujer en la sociedad.

MM: De eso me enteré por tu libro.

LC: Es así. Le daban un espacio muy importante. Podían quejarse y pedir el divorcio si el hombre las trataba mal. Incluso había mujeres guerreras que se quedaban a cargo de la comunidad cuando los hombres iban a pelear. Algunas de ellas muy famosas, incluso, fueron grandes guerreras que iban a pelear al igual que el hombre. No se las apartaba por ser mujeres ni tenían que quedarse en la casa.

MM: Curioso, porque es un pueblo muchísimo más brutal que el culto pueblo griego.

LC: Sí. Los griegos no dejaban que las mujeres entraran a las Olimpíadas. Una de las cosas que investigué fue que los vikingos llevaban perros a la guerra, en sus barcos, los drakars, esos que tenían la cabeza de dragón. Ustedes se preguntarán para qué, porque como dice el refrán, no hay nada más nervioso que un perro en un bote. Aparentemente los entrenaban como para que cuando estuvieran cerca de la orilla nadaran hasta llegar a la costa cuando calculaban que estaban cerca, (siempre atacaban con bruma para sorprender al enemigo) y cuando estaba en la costa el perro ladraba. Y ellos, por el sonido, calculaban la distancia. Lo usaban de GPS. Hay una gran leyenda de un perro que parece que se olvidaron en el apuro cuando salieron después de robarse todo. El perro se quedó solo en Inglaterra aullando desolado. Y los ingleses que son tan estrictos crearon la leyenda del perro fantasma.

MM: Tiene nombre, ¿no?

LC: Sí, porque existe realmente. Esta la dejé para el final porque si tengo que contar una historia tiene que ser esta. ¿La cuento?

MM: Dale. Me parece que es la más fuerte, porque ahí contás la creación.

LC: Exactamente. Porque esta es la historia del tatarabuelo del tatarabuelo del tatarabuelo o más de Ambrosio, que vivió en la Prehistoria y que el pobre ni siquiera tenía nombre. Porque era un cachorro de algo y no sabía de qué. Se portaron bastante bien así que me parece que se merecen que les cuente esta historia. ¿La quieren escuchar?

Asistentes: ¡Sí!

LC: Hace muchísimo tiempo el mundo era tan nuevo que ni siquiera había palabras para nombrarlo. En esa época surgían montañas inesperadas o ríos de fuego que arrasaban todo a su paso. O caía durante varios días una lluvia blanca, que congelaba todo. Las grandes manadas habían desaparecido, y los pequeños animales que sobrevivían iban de acá para allá en busca de alimento. En esa época vivía él. Seguramente sus abuelos habían sido lobos porque él parecía lobo en algunas cosas. Pero así como el mundo estaba cambiando, los animales también cambiaban y se hacían más gordos, más flacos, más altos, más petisos... La palabra es evolucionaban pero él no conocía esa palabra. Lo que él sabía, era que él era un cachorro de algo. Pero no sabía de qué. Y por eso se sentía solito. No le gustaba andar con los lobos que siempre peleaban buscando comida. Y sobre todo, cuando caía mucha lluvia blanca y lo único que encontraban era un hueso olvidado, o un pedazo de carne vieja. Y a él no le gustaba vivir peleando. Él quería vivir de otra manera, no sabía cómo. De otra manera, pero no sabía cuál. Y entonces se alejaba de la manada cada vez que podía para investigar, y un día los vio. Eran unos animales rarísimos. Porque no caminaban en cuatro patas como él. Caminaban en dos. Y no tenían pelo en todo el cuerpo, y para cazar usaban todos los dientes y unos palos con pinches en la punta. Si él hubiera podido preguntar le habrían dicho que esos animales raros eran humanos. Pero él no sabía preguntar. Y tampoco había nadie que le contestara. Así que lo único que él sabía era lo que averiguaba cuando los espiaba. Él sabía que ellos recogían huevos y frutos para alimentarse, que hacían dibujos en las paredes de las cuevas donde vivían, que inventaban sonidos para llamar a las cosas, y que se envolvían con los brazos. Y sobre todo descubrió algo que a él le gustaba mucho, que no sabía cómo se llamaba, porque él no sabía cómo se llamaba casi nada, pero era algo que a él le gustaba, algo que hacía que los humanos quisieran estar juntos. No para cazar, como pasaba con los lobos. Para otra cosa que él no sabía qué era, pero le gustaba. Y un día los estaba espiando y vio un cachorro humano. Chiquito era, inquieto. Tocaba esto y aquello, se levantaba, se caía, iba de acá para allá. Y se empezó a alejar de la cueva y de la mamá que estaba carneando unas pieles. La mamá no se dio cuenta, pero él sí. Y lo vio que se alejaba y se alejaba y se alejaba y empezó a seguirlo de lejos. Se alejó tanto, tanto, que el cielo se puso oscuro y empezó a caer la lluvia blanca. Solo entonces el cachorro humano empezó a hacer ruiditos con la boca. (Onomatopeya de llanto) Y él entendió que el cachorro humano estaba tratando de llamar a su mamá, pero estaba demasiado lejos de la cueva. Y la piel suave del cachorro humano no iba a resistir una noche debajo de la lluvia blanca. Y al pensar en eso le dio una cosa en el medio de la panza, que no era hambre, y eso que hacía varios días que no comía ni un pedazo de carne vieja, ni un hueso olvidado. Otra cosa, que él no sabía cómo se llamaba, pero… Y entonces se acercó al cachorro humano. Despacito se acercó, con miedo. Pero cuando el cachorro humano lo vio cerca, estiró la mano y le hizo un mimo detrás de las orejas. Un mimo redondo. A él nunca le habían hecho un mimo. Y menos un mimo redondo. Y se puso tan contento que empezó a mover la cola. Cuatro veces la movió. Y entonces lo envolvió él al cachorro humano con su cuerpo para darle calor, y el cachorro humano lo envolvió con los brazos y así, calentitos, se quedaron los dos dormidos. De pronto escuchó ruidos y se sobresaltó y vio que a lo lejos venían los humanos con los palos con pinches en la punta y con el fuego, ese que no se podía tocar con la pata porque uno si lo tocaba se quemaba. Claro, si lo veían al lado del cachorro humano iban a pensar que lo quería atacar, porque después de todo, él parecía lobo en algunas cosas. Pero si lo dejaba solo, como estaba dormido a lo mejor no lo encontraban. Y el cachorro humano le había hecho mimos redondos detrás de las orejas. Y él al fin había entendido por qué a los seres humanos les gusta estar juntos. No para cazar o para comer como hacen los lobos. Y entonces quiso llamar la atención de los humanos, y trató de hacer algo y ahí fue cuando se acordó de que los seres humanos hacían ruidos, le ponían sonidos a las cosas. Y él no sabía mucho de ruidos, pero trató de hacer uno que no hicieran los lobos. Entonces no hizo ni “grrrrr”, ni “auuuuu”; se sacudió los bigotes de escarcha y fue cuando hizo: ¡Guau! El primer guau de la historia perruna. Y claro, como ningún lobo hacía ese ruido, lo repitió: ¡Guau, guau, guau! Tantas veces que los humanos se acercaron con sus palos con pinches y él se acurrucó esperando el primer golpe. Pero en lugar de eso, sintió una mano grande, que le hacía mimos redondos detrás de las orejas, en la cabeza. Abrió los ojos y vio que el cachorro humano ya estaba en brazos del que debía ser su padre, y que le hacían señas para seguirlo. Y él los siguió. De lejos, al principio. Más contento después, moviendo la cola. Y desde entonces, se quedó a vivir para siempre con los seres humanos. Pero no porque le daban un pedazo de carne o un hueso que no estaban ni viejos ni olvidados. No. Se quedó a vivir para siempre con los humanos porque ellos siempre le hacían mimos redondos en la cabeza, justo detrás de las orejas.  (Aplauso).
Muchas gracias. Así imagino yo que puede haber llegado a pasar. En el momento en el que se formó esa alianza incondicional entre los perros y los seres humanos que a mí realmente me conmueve. El perro es capaz de cualquier cosa por el que considera su dueño, su amo. Y hay un amor absolutamente incondicional, muy conmovedor.



MM: Dicen que así nació la amistad histórica o prehistórica…

LC: Nació así, con el pariente de Ambrosio. Algo así habrá sido. Pero me gustó inventar la historia.

MM: Es muy bella. Hay gente que se ha emocionado. Es muy, muy bella. Además de lo humorístico. Tiene las dos cosas.

LC: Yo creo que el humor tiene tantas variantes y posibilidades, que puede hacer que a uno lo haga reírse a carcajadas, o a uno lo haga sonreírse y emocionarse. La gama que te permite el humor es bastante más amplia que la que permiten otros sentimientos. Uno puede jugar con la emoción y con la risa permanentemente.

MM: ¿Tenemos más Ambrosios en proyecto?

LC: Estamos ahí. Me encantaría hacer miles de Ambrosios, pero este tipo de libros está condicionado a lo que la editorial quiere. Yo podría escribirlos, pero no podría editarlos sin la Editorial Sudamericana. Necesariamente hay un pedido. Lo mismo que pasó con los Diminutos. Fui escribiéndolos a medida que el mercado me los pedía.

MM: ¿No intentaste escribir un Ambrosio en el Bicentenario?

LC: Me hubiera gustado, pero me pidieron una novela y yo soy muy obediente, mi mamá me enseñó que había que decir a todo que sí, entonces escribí lo otro. Pero puede haber un Ambrosio en el Bicentenario. Tranquilamente.

MM: Tiro la idea. Si da me invitás una cena. El año que viene son doscientos años del Cruce de los Andes.

LC: Iba un Ambrosio con San Martín. Hay miles de Ambrosios. Ambrosios en la Muralla China, Ambrosios que vinieron en el barco con Colón. Y que cruzaron los Andes. Cómo no. Tranquilamente. Así que te agradezco la idea, así que vamos a ver si la editorial se engancha y lo podemos hacer.

MM: Estaría buenísimo.

LC: Lo que tiene de especial esta colección, es que yo investigué tanto, y había cosas que no podía poner porque están dirigidos a un público más pequeño y son cuentos, entonces el exceso de información podía ser muy perjudicial. Pero me daba pena que había investigado tanto y desperdiciarlo. Por eso se me ocurrió que la colección tuviera este Prólogo que explica quién es Ambrosio y que en realidad es distinto en cada uno de los libros. Y al final tiene dos paginitas que se llaman “Un poquito más de historia” en donde cuento de manera divertida, humorística, light, si se quiere, cómo vivían en la Prehistoria, en la Antigua Grecia, en el Antiguo Egipto y los Vikingos. Porque a los chicos también esas cosas les gustan a veces.

MM: Y a los grandes también.

LC: Como para entrar a la gran historia de la mano (o de la pata), de los parientes de Ambrosio. Creo que es un personaje entrañable que a lo mejor mucha gente ni conoce, porque a veces pasan esas cosas con los libros. Depende de muchos factores.


MM: Digamos que su primo, Diminuto, es mucho más conocido.

LC: Diminuto es como famoso intergaláctico. Pero hubo gente que cuando este año presenté Un misterio en Tucumán, en un evento en el Paseo La Plaza con cuatrocientas personas, había muchas que a Ambrosio no lo conocían. A lo mejor tiene que ver con lo que las editoriales llevan a las escuelas con los promotores, el librero, que a veces está atrapado bajo la carga de novedades editoriales y no llega a leer todo o se olvidó. Creo que Ambrosio se merece un lugar más importante en la historia, porque a los chicos les gusta mucho. Yo estuve recomendándolo mucho ahora que estamos en Olimpíadas, el de la Antigua Grecia. Para ver de dónde vienen, qué cosas hacían, este dato curioso de que no permitían la entrada de mujeres a los Juegos Olímpicos. Ni a los perros ni a las mujeres, a pesar de que los griegos eran un pueblo ultra culto. Paradójicamente las mujeres tenían un lugar más importante en la cultura vikinga, que en este evento de Grecia. Una cosa que me sigue conmoviendo, y que mucha gente no sabe, es que cuando se hacían las Olimpíadas se suspendían las guerras. Era un período de paz absoluto. Esas cosas que uno dice así como si nada, y al chico le quedan. Me acuerdo de haberlos aprendido leyendo una colección maravillosa que son los libros de Monteiro Lobato, las historias de Naricita, que son veintitantos libros.  Había dos tomos de historia y yo aprendí esas cosas ahí, a pesar de que es una historia literaria, porque Monteiro Lobato es el padre de la literatura infantil brasileña. Como nuestra María Elena. Entonces no es un libro de historia sino un personaje maravilloso el de Naricita. Y me acuerdo de que contaba la historia de los griegos y de los romanos. Y ahí aprendí u montón de cosas, en aquella biblioteca de la que hablaba al principio, del barrio de Boedo.

MM: ¿Y Asterix lo leías?

LC: Asterix lo leo hasta hoy. En mi biblioteca hay un montón de tomos de Asterix porque lo amo profundamente. Pero también leía Nippur de Lagash. Y confieso que tengo dos cosas que no sé si los coleccionistas tendrán, que son dos tomos con las historias completas que lo atesoro. Yo leía de todo. Desde Patoruzito y Billiken hasta Antonio Machado o Pablo Neruda. A veces digo que no hay que tenerle miedo a lo que leen los chicos, porque también en la lectura de las cosas malas se forma el gusto lector. Nosotros también hemos leído y leemos cosas malas muchas veces. Leer lo bueno y lo malo te permite saber qué es cada cosa. También existe el gusto literario. Puede que haya un autor que a vos te encante, y que yo no pueda pasar de la página trece o de la cinco… Y ocurre. Hay autores muy premiados (no daré nombres), que los leo y no me pasa nada. Ni me gusta la historia, ni cómo la cuentan, y al otro le puede encantar y puede recibir un premio. Está perfecto que sea así. Así que leí y releo de vez en cuando Asterix, que es maravilloso.

MM: Leés de todo, has escrito de todo. ¿Tenés más facilidad para el cuento, la poesía, la novela?

LC: Lo que más me gusta escribir es poesía.

MM: ¿A mano?

LC: Sí. A mano la sigo escribiendo todavía hoy. Tengo un cuaderno grande, y cada doble página es para un poema. A veces escribo un pedacito, doy vuelta la página y me encuentro con otro poema. Si uno ve ese cuaderno, puede ver páginas en las que hay siete colores de tinta diferentes, flechas que salen, tachaduras… Porque la poesía no se escribe como la novela en la que tenés que zambullirte en ese universo que creaste y tratar de no hacer otro cosa más que nadar en ese mundo ficcional sin interrupción. Si escribiste los capítulos uno y dos, cuando pasa un mes tenés que volver a leerlos para ver de qué venía la cosa. Necesita esa continuidad. La poesía se escribe casi artesanalmente. Es como armar un rompecabezas. Uno prueba una pieza, un verso, la da vuelta, la encaja, no la encaja, la pone para acá o para allá. Entonces de pronto en mi cuaderno ves que hay cinco versiones para un verso, y a lo mejor ninguna es la que quedó. A veces empiezo por el final, por algo que se me ocurrió, entonces hay cosas tachadas… es parecido al trabajo del artesano con la arcilla. Después de la poesía, lo que más me gusta escribir son las novelas. Soy una gran lectora de novelas. A mí me gusta que el libro sea largo, porque se me acaba rápido. Los cuentos me los termino en seguida. Ahora estoy fascinada con las sagas. Ahora empecé una en la que confieso que me está costando entrar que es El ocaso de los gigantes, o algo así. Es para adultos. No me acuerdo exactamente el nombre. Es una novela histórica que empieza a fines de 1800 en Inglaterra, y no sé hasta dónde me va a llevar, porque la empecé este fin de semana. Me está costando, quizá la prosa no es la que más me engancha. Pero me gusta mucho la novela como lectora. Y lo que siento que más me cuesta escribir son los cuentos, que para mí son el género más exigente. El cuento se rige por la economía de recursos. No puede sobrar nada, ni un personaje, ni una idea, ni una palabra. Desde ese lugar siento que es el género que más me cuesta, pero escribo cuentos. Borges decía que prefería el cuento a la novela porque es el género más difícil de escribir.



MM: ¿Leés literatura infantil y juvenil?

LC: Sí, mucho, todo el tiempo.

MM: ¿Cómo ves el panorama actual?

LC: Es un buen panorama, en el sentido de que hay mucha oferta, muchas editoriales, grandes y pequeñas, hay mucha demanda por los Planes de Lectura y las bibliotecas que hacen un trabajo fenomenal, sobre todo en el interior. Creo que es un momento de auge de la literatura infantil y juvenil. Para mi gusto que soy híper crítica, (lo puede confirmar mi hija que acaba de entrar y sabe que soy lapidaria) a veces hay un poquito de más publicado en este momento. Yo que trabajé como maestra, y en la edición como correctora y que hace veinte años trabajo como autora y tengo más de cien libros publicados, sería un poquito más exigente. Me parece que hay algunos libros que no merecen los árboles que fueron talados para hacerlos. Perdón pero creo que es así. Creo que hay quien encontró el negocio de la literatura infantil (realmente es redituable), en la que el público se renueva todos los años. Es mucho más generosa la literatura infantil que la literatura para adultos. Tenemos nuevos chicos que van naciendo y van comprando los nuevos títulos porque se los pidieron en la escuela o se los regala la familia. El campo de los adultos lectores cada vez se restringe más. Desde ese lugar, hay quien va descubriendo que la literatura infantil rinde, y eso hace que en algunos casos no se sea tan cuidadoso. Y creo que el género en el que más cuidado hay que tener es en la poesía, porque no porque tenga rima y esté dividida en versitos es poesía. Vengo de dar un Seminario en Chile para una diplomatura en Animación a la Lectura, y hablé específicamente de la poesía definiendo qué es. No es que tenga rima, porque hay poesía sin rima; no es que tenga métrica, porque existe el verso libre. Es otra cosa. Es un modo especial de decir, un no decir, es el lenguaje de la sugerencia, de la connotación y no de la denotación. A veces en ese terreno, algún cuento que no es el mejor del mundo zafa un poco, pero cuando la poesía es mala es horrible. Eso es así. Como si escribir para chicos fuera fácil y no lo es.

MM: Salta a veces con escritores consagrados de literatura para adultos que se ponen a escribir literatura infantil cuando no es su oficio.

LC: Exactamente. No voy a decir un nombre porque este programa se escucha en toda Latinoamérica y seguramente caerá su autoestima, pero por ejemplo una gran escritora para adultos, que puede gustar o no, pero que tiene una prosa excelente y algunos libros maravillosos. Se puso a escribir una saga para adolescentes, de la que no pude pasar de la mitad del primer libro porque me morí de aburrimiento. Son universos completamente diferentes. Puede pasar que un escritor de literatura infantil quiera escribir para adultos y que le cueste…

MM: Me parece que a nosotros se nos da más fácil.

LC: Es cierto.

MM: ¿Cómo hacés con el tema de la demanda? Vos sabés que si llevás algo a una editorial, es muy probable que lo publiquen porque sos Liliana Cinetto. ¿Cómo hacés con esa crítica previa, cuando aun sabiendo que te van a publicar te das cuenta de que “a esto le falta”?

LC: Soy la más despiadada de las autocríticas. Corrijo mucho. Y hay un segundo tamiz, también despiadado, que es el de mis hijas. Ella (señala a su hija) se ríe porque sabe que es cierto. Acabo de terminar una novela, y ella estaba con un montón de trabajo. Y le pedí que dejara todo y terminara de leerla, porque tenía que entregarla y necesitaba su opinión.

MM: Le pagarás unos mangos…

LC: Sí, le pago en especias también. No solo eso. Tanto ella como la otra que tengo en Australia, a la que le mando las cosas por mail, me marcan hasta si me equivoqué en una letra. Una vez tenía que escribir una poesía para Puerto Rico. Era dificilísimo, porque era para un manual, y es cuando te piden que incluyas tres adjetivos posesivos… qué se yo. En esa época necesitaba el dinero, me pagaban en dólares y venía de Puerto Rico. Era sobre un árbol típico de allá, no me acuerdo mucho más. La escribí y había algo que no me cerraba. Se la di a leer a Florencia, y me dijo: “Te podías haber esmerado más”. (Risas). Yo me fui con mi poesía, y taché y corregí y se la volví a dar y me dijo: “¿Ves que si te esmerabas más te salía bien?” (Risas). Era chiquita en ese momento. Y las consulto porque son muy lectoras, y porque no necesitan quedar bien conmigo. Como todo hijo que no tiene que quedar bien con la mamá porque tiene garantizado el cariño. Para mí, su lectura es importante, tienen una mirada crítica fundamental. Jamás entrego un libro sin que lo hayan leído. El varón está más vago, y además se me casó, así que lo tengo menos a tiro, pero me acuerdo de estar leyéndole un Ambrosio a ver qué le parecía, tirado en la cama y midiendo ya un metro ochenta como mide. Como él no lee, le leo yo a él. Dios me premió con una nuera muy lectora, así que eso me compensa. (Risas). Cuando llega a la lectura de mis hijas es porque ya lo leí y lo corregí varias veces hasta que decidí que ya estaba. Me acuerdo de que en el prólogo de los Doce Cuentos Peregrinos, García Márquez dice que uno peca de exceso de corrección y cómo es que uno sabe cuándo ya está. Y dice que es como la cocinera, cuando prueba la sopa y sabe que está lista. En algún momento, siento internamente que ya está, que se me puede escapar alguna cosa… Vos has sido mi editor y sabés cómo entrego los textos. Puede haber alguna cosita mínima, porque uno es un ser humano y hay cosas que se le escapan, y porque la lectura del otro puede aportar. Yo soy tremenda, no dejo ni que me cambien un punto sin consultarme. Si me sacan una coma sin consultarme les escribo una nota diciéndoles que quiero esa coma ahí, porque significa que es el verbo elidido… Les tiro con la gramática. Para algo estudió una. Otras veces me hacen sugerencias que están piolas, y por supuesto las acepto. Mi texto llega siempre muy limpio, muy prolijo. Jamás tuve que cambiar la estructura de un libro. Nunca me devolvieron una novela por eso. Sí al principio, cuando yo era Liliana Cinetto pero no me conocía más que mi familia, fui con mi primer libro, Cuidado con el perro, a la primera editorial (era una época en la que había un grupo muy pequeño de autores y pocas editoriales) y me dijeron que escribía muy bien pero que nadie me conocía. Les contesté que si no me publicaban, nadie me iba a conocer. Igual les agradecí y me llevé el manuscrito bajo el brazo. Me fui a una segunda editorial, y me dijeron que escribía muy bien, incluso mejor que muchos de los autores que ellos publicaban, pero que ya tenían una historia de perro. Les dije que podía haber muchas historias de perros, pero me dijeron que no. Me fui a la tercera editorial. Estaba dispuesta a aceptar hasta nueve rechazos. Porque nueve veces le rechazaron a Gabriel García Márquez Cien años de soledad. Y estuvo a punto de vender los derechos, porque no tenía ni para pagar el alquiler de su casa, por quinientos dólares. Yo pensé que si García Márquez había soportado nueve rechazos, yo tenía que soportar eso como mínimo. Pero no hizo falta porque en la tercera editorial, Santillana, lo leyeron, y María Fernanda Maquieira me dijo que les había encantado. Y lo publicaron. Con lo cual, las otras editoriales se sentirán ahora muy arrepentidas de no haberlo publicado, porque es un libro que está cumpliendo quince años. (Risas).

MM: En la colección Leer es Genial

LC: Sí, en el 2001. Ahí vos sacaste la del dragón. Después pasó a otra colección. Cambió de forma y de dibujante, porque las ilustraciones ahora las hace Alejandro O’ Kif, pero ya hace quince años. No sé cuántas ediciones lleva ya ese libro, que a su vez atrás trajo otro. La vida es sabia y hay justicia poética como en los cuentos. Diminuto me dio la pata y muchas alegrías.

MM: Una última, porque yo seguiría, pero nos tenemos que ir. Acá me parece que hay mucho trabajo en conjunto con Carolina Farías.

LC: Sí. Yo le planteé a la editorial que quería que la estética de cada libro, de algún modo reprodujera la estética de la cultura. Por eso, si uno presta atención, en este, por ejemplo, las ilustraciones tratan de imitar lo que era la pintura rupestre. De la misma manera, si uno mira el de los egipcios, hay elementos que tienen que ver con lo egipcio. Trabajamos con Caro Farías que es una ilustradora maravillosa y un encanto de persona, nos reunimos a charlar, también con la gente de Diagramación de la editorial. Estaban las imágenes típicas de los egipcios: el torso de frente y la cabeza de costado. Si bien no es un libro de historia del arte, esos pequeños detalles me parecían importantes para tener en cuenta en la estética de cada uno de los libros. Con la idea de que la colección de los Ambrosios, que son mis perros queridos, pudiera continuarse. Ojalá que sí.

MM: Para cerrar con Un misterio en Tucumán, que fue la de la invitación… ¿te gustaría volver a la novela histórica?

LC: Puede ser. Le tomé el gustito. Me gustó el desafío. Me daba un miedo… pero me gustó mucho. Después tuve que dar una charla sobre novela histórica y descubrí que es un género que gusta mucho y que es muy exigente, porque lo histórico no puede modificarse. Uno puede inventar, pero dentro de un marco que te condiciona. Me encantaría escribir otra, me enganché con el modo de acercar a los chicos a ese universo a través de una novela. Eso fue lo que me pasó a mí cuando era chica con los libros de Naricita de Monteiro Lobato. Así que estoy abierta a propuestas.

MM: Muchas gracias Liliana.

LC: Muchas gracias a ustedes.


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