Laura Ávila y Ricardo Lesser:"Si hay alguna verdad en lo que uno escribe, sale sola sin que uno la fuerce."

La anatomía de la patria, la delimitación de las identidades, la forma que adoptan los eventos históricos como relato, son asunto literario. La segunda parte de la charla con Laura Ávila y Ricardo Lesser inicia con el comentario sobre un hecho relegado al olvido: el del Congreso de los pueblos libres, encabezado por Artigas, paralelo al de Tucumán. Los autores hablaron de sus perspectivas en cuanto a los hechos históricos y la relación con la ficción y hacia el final leyeron parte de sus obras. El encuentro que formó parte del Ciclo del Bicentenario en la Literatura Infantil y Juvenil se llevó a cabo en La nube, el lunes 22 de agosto de 2016.



Mario Méndez: En los libros de ustedes, se hace una mención (que no encontré en los otros libros publicados por esta fecha), al Congreso paralelo que se estaba haciendo en el Arroyo de la China. Y vos, Ricardo, en el tuyo hablás del Pacto Federal. ¿Qué pueden contarnos de ese Congreso paralelo, soslayado en la historia?

Laura Ávila: Hay dos cosas con  respecto a eso. Como yo veo a la historia como una construcción, hay que pensar por qué de todos los congresos para hacer una constitución que se hicieron en el país, por qué está “viralizado” el Congreso de Tucumán y no el Congreso de Oriente, que es el que hizo Artigas en el Litoral, el Congreso de los Pueblos Libres. ¿Por qué a la hora de historiar estos hechos que pasaron casi al mismo tiempo se elige contar el Congreso de Tucumán? Porque era el que estaba más acorde con las ideas de Buenos Aires, el que tenía los diputados porteños que eran los que querían tener la sartén por el mango. El Congreso hecho en Tucumán, se hace después de una larga lista de acciones. Hay un texto de Moreno en La Gaceta, que se llama Miras acerca del Congreso que va a constituirse, que es de 1810. Ya estaba pidiendo el Congreso ahí. Pasó la Asamblea del año XIII, que fue un intento de Congreso Constituyente. Y después vinieron estos dos. El de Artigas y el del resto de las Provincias Unidas. Creo que los dos fueron importantes pero que tenían proyectos diferentes de país. El proyecto de Artigas era federalista, tenía en cuenta la autonomía de las provincias. Y el de Tucumán, a pesar de que había cordobeses que estaban a favor de ese proyecto federalista, y gente de lo que hoy sería Bolivia, que vino también con esa idea de “patria federal”, estaba fuertemente atravesado por los intereses de Buenos Aires. Para mí, terminaron ganando esos intereses y por eso se recupera la imagen del Congreso de Tucumán. A la hora de la verdad, vamos a ser sinceros, no se resolvió nada en ese Congreso, no hubo grandes cambios. Lo único que se hizo fue declarar la Independencia que ya se venía anunciando sola. Los cambios de fondo que se pedían no fueron posibles. De hecho, la Constitución que se editó unos años más tarde en Buenos Aires, en 1819, se hizo porque lograron trasladar el Congreso acá, y la Constitución que se hizo fue la unitaria. Para mí, se elige arbitrariamente contar una de dos cosas que sucedieron al mismo tiempo.

Ricardo Lesser: Yo agregaría que Artigas encarnaba un modo de producción más adecuado a los recursos disponibles que Buenos Aires, que era el puerto. De nuevo la renta aduanera, en definitiva. Artigas era todo lo contrario. No solo federal, sino que se basaba en el recurso de la tierra. A contrapelo de lo que después ocurrió.

LA: Esa visión economista es la base de esta idea que estoy diciendo. Se completa viéndolo así.

RL: Una de las cosas curiosas que me pasó cuando terminé mi libro, fue que yo hablaba de los unitarios todo el tiempo. ¿Por qué? ¿Qué me pasó? Que yo hablo de Tucumán de la élite tucumana y sus personajes. Y ocurre que toda esta gente termina siendo unitaria. Tampoco es casualidad. Que el Congreso de Tucumán haya derivado en una de las primeras provincias que entra en una guerra civil, no es casualidad.

MM: Con esto de contar desde la literatura lo del Congreso de los Pueblos Libres, leo:
Doña Francisca sorbió su mate pensativa: “Mis diputados cuyanos me pagaron sin rechistar. A ellos los sostiene su gobernador, ese tal San Martín. Pero el resto de los congresales no tiene con qué vivir, y menos los de las provincias enemigas”. Trinidad interrumpió: ¿Provincias enemigas, doña Francisca? “Callate Chinita.”, le dijeron los dos al mismo tiempo. Pero doña Francisca condescendió a explicarle: “Hay provincias que mandaron a sus diputados aunque sus gobernadores no estaban de acuerdo con el Congreso”. “Ah, bueno”. “Y también hay provincias que mantienen su propio congreso” añadió Monsieur Fermín. “¿Pero cuántos congresos hay? preguntó, confundida, Trinidad. “Artigas, el rebelde oriental, tiene funcionando uno en el Litoral. Por eso, pueblos como el de Entre Ríos no mandan sus diputados al nuestro. Ya tienen su propio país en el Arroyo de la China”. Trinidad casi tiró el mate, muy sorprendida. “¿Hay un arroyo para las chinas?” Monsieur Fermín lanzó una risita casi tan seca como él. “No es un arroyo, es un pueblo. Pero no te entusiasmes. Está muy lejos”. Más claro, agua. Y además, esta manera de contar. Lo que decía Laura, contarlo atractivo. Trinidad es una nena, se sorprende. Ese juego con el arroyo de las chinas, (a ella le dicen China), es perfectamente verosímil. Y menciona un congreso que no aparece en ninguno de los otros libros. En el mío, tampoco. Hablamos de Tucumán que, a la larga, fue el congreso de los unitarios.

Asistente: Tampoco está demasiado divulgado que para desafiar al Congreso de los Pueblos Libres, otros se alían con el imperio portugués. Gracias a los portugueses del Brasil, es derrotado Artigas.

LA: Sí, y se perdió la Banda Oriental por eso. Fue como el origen de Uruguay. Igual, si hablamos de literatura infantil, creo que todo esto tiene que estar pero sin pesar, sin deprimir a la gente que va a leer. Uno tiene que creer que hay una salida posible. Para mí, la salida es integrarse a la gente. Por eso siempre termino contando eso. Me parece una manera de creer que se puede hacer otra cosa. Tampoco creo mucho en eso de bajar línea. Simplemente escribo, y ahí pasan las cosas que me pasan internamente y quedan. No me parece que haya que andar machacando ahí. Si hay alguna verdad en lo que uno escribe, sale sola sin que uno la fuerce. Pero bueno… tardo un año en escribir cada libro. Hasta que le encuentro la vuelta para que tenga esa mezcla entre la ficción y lo que pasó. Es difícil.


MM: ES difícil pero te sale bien. Así que seguí haciéndolo. (Risas). Hay un episodio (para evocar el lado menos solemne), que los dos toman. Y es que en aquel famoso baile del 10 de julio se conocen Belgrano y Dolores Helguero. Y ahí coinciden los dos, así que calculo que esto está en Mitre también.

RL: No.

LA: En realidad, no.

MM: ¿Cómo es? Cuéntennos.

RL: Belgrano tenía un compadre, que era Helguero, en  cuya casa prácticamente paraba, porque si no vivía en la Ciudadela, a un kilómetro de San Miguel de Tucumán. Era aburridísimo Tucumán en ese momento, así que se lo pasaban de tertulia en tertulia. La tertulia preferida de Belgrano era la de Helguero, que era el compadre. A tal punto lo era, que cuando él vuelve, ya enfermo y a punto de morir, de Tucumán a Buenos Aires, escribe y le manda saludos a la comadre. Eran prácticamente de la familia, casi parientes. Y a la hija la había conocido cuando era una mocosita. Yo hago la ficción de que la encuentra en el baile, pero debe haberla reencontrado en cualquier otro momento desde que llega a Tucumán.

LA: En mi libro la encuentra en una especie de recepción que le hacen en la casa de Francisca.

RL: Lo más probable es eso. A mí me venía bien el baile.

LA: Todo el mundo repite que se prendaron en ese baile. La imagen que quedó es la de ellos bailando ese día.

RL: Además, el tema de la Condición, es cierto…

MM: Eso quiero leerlo. Más allá de que la reflexión que me produce es que es jodido como compadre Belgrano  (Risas).

RL: Eran cosas que pasaban…

MM: Sí, siguen  pasando.

LA: Igual, es un misterio que él no se haya casado con esa chica.

MM: ¿Por qué?

LA: Tenían una relación tan cercana…

MM: ¿Era mucho más grande Belgrano? ¿Qué edad tenía en ese momento?

RL: Cuarenta y seis, cuarenta y siete.

MM: Les leo, primero, cómo lo cuenta Ricardo. Lo pongo en contexto; cuenta que Belgrano tiene las piernas muy hinchadas, no sé qué problema tendría.

RL: Hidropesía.

MM: Mi general, le dice Gregorio Aráoz de Lamadrid, la gente espera que usted abra el baile. “¿Yo? No acostumbro”, respondió pensando en su sufrimiento. Está muy bien contado, las botas lo están torturando, tiene las piernas hinchadas, no quiere ni moverse. “Justamente es la costumbre, mi general. Las damas tomarían como un desaire que usted no bailase”. “Bueno, está bien. Bailaré pero con una condición: que la música sea suave y lenta. Elija una joven e invítela a bailar conmigo la primera danza”. Ni bien Lamadrid miró hacia  donde estaban las damas, hubo un revoloteo de niñas y no tan niñas, ya que todas se dieron cuenta de que podían  llegar a ser la elegida. Alguna se acomodó los bucles, otra se alisó las faldas, y no faltó la que detuviera sus ojos en el general de manera codiciosa. Pero Lamadrid enfiló derechamente hacia el rincón donde estaba Solana Gainzo, una niña que era su nombre. Solana es el sitio donde el sol da de lleno. Y así era Solanita. Un sol. El general le ofreció la mano, fueron hasta el centro del salón y se colocaron en posición de firmes. Belgrano con el pie derecho, el que menos le dolía, ligeramente adelantado. Los Dragones empezaron a tocar. Vaya a saber cómo se las ingenió el pobre director de la banda. Hay toda una descripción anterior acerca de lo malos que eran los músicos de la banda. “Mezcló un poco de gavota con otro poco de minué, todo a ritmo lento, pausado. No le salió mal. Desde entonces, aquella mezcolanza musical se conoce como la condición. La Condición del General. Con el último acorde, Belgrano hizo una pequeña reverencia a Solana y la acompañó hasta donde estaba su madre. Doña María Francisca amagó con iniciar una conversación, pero él realizó una oportuna retirada estratégica y la dejó con la palabra en la boca. Cruzó elegantemente el salón y se desplomó en el primer sillón que encontró. Los pies le dolían terriblemente. Le pidió a un mocito que andaba por ahí, un tal Arcadio Talavera creyó recordar que se llamaba, que le hiciera la merced de traerle un aguardiente. Las botas eran una tortura. De pronto, vio como una aparición. Por el pasillo avanzaba una mujer. Era deslumbrante. Detrás de ella un candelabro de pie recortaba de luz su figura. Llevaba un vestido imperio, una sencilla túnica de talle alto al modo de Josefina Bonaparte, bajo la cual se le adivinaba el cuerpo esbelto. Sintió que la conocía, pero no pudo recordar de dónde. Esos bucles rubios, esos ojos café. Al lado de la espléndida joven iba un hombre mayor, quizá su padre. Pero si era don Victoriano Helguero, entonces ella debía ser María de los Dolores.
A partir de ahí, Belgrano no se separa más en el baile de Dolores Helguero. Y lo cuenta Laura también, para que vean las dos maneras:

Manuel Belgrano estaba tomando aguardiente de Londres, acodado contra una mesita esquinera. Estaba tan conmovido por la declaración de la Independencia que había costado tanto, que no oyó a Dolores que se acercaba mostrándole su abanico. “General…” Belgrano la vio y casi se tiró el aguardiente encima. (Risas). Fíjense la coincidencia… en el tuyo se queda deslumbrado con esa aparición deslumbrante. Acá, casi se tira el aguardiente encima. Estaba muy linda Dolores Helguero. Belgrano entonces le dice: “Niña…” “No soy una niña, general”, aclara Dolores. Dolores lo miró con una sonrisa. Belgrano se la devolvió casi sin querer. “Niña, está lleno de hombres jóvenes en la sala, ¿por qué no baila con alguno?” “Tengo una pieza libre en mi abanico”, dijo ella, “Quiero bailarla con usted”. Y bueno, a partir de ahí…

Asistente: Tenía fama de conquistador.

Asistente: ¿Cuántos años tenía Dolores?

LA: Dieciocho.

MM: Era de armas tomar. Además si era tan deslumbrante…

RL: Hay otra anécdota muy divertida. Cuenta la hija, Manuela, que en un momento, ella viene después a Buenos Aires, y como se estilaba, la recoge su tía. Juana de Chas. Porque los hermanos de Belgrano siempre acogieron a los hijos naturales de sus hermanos. Solidaridad de familia. Y ella cuenta que la mandaba a llamar Rivadavia, que había hecho la misión diplomática a Londres con Belgrano, para mirarla. Porque decía que se parecía mucho a Manuel. Y en efecto, uno ve alguna imagen de Manuel, y el daguerrotipo de ella, y son parecidísimos. Es muy curioso.

MM: Está muy bien. De esto se hace la historia y el gusto por la historia. De estas anécdotas. Otra de las cosas que es interesante en los dos libros es este respeto y esta manera de enfocar en la literatura histórica los dos. Laura pone un aviso a los lectores (que supongo que fue una condición que impusiste…)

LA: Fue mía y de Ana Lucía…

MM: Ana Lucía Salgado, la editora.

LA: Sí, teníamos esa prevención. Entonces me dijo, hagamos este “disclaimer”, así le dice.  Es una ficción y me interesa que quede claro eso…

MM: Dice Laura en el aviso a los lectores: “A pesar de estar situada en un contexto histórico investigado, y de estar protagonizada por algunos hombres de nuestro pasado, como Anchorena o Belgrano, esta novela pertenece al mundo de la ficción. También, para recrear la atmósfera de época y su verosimilitud, se permitió la inclusión de términos que hoy no se aceptan más, por la fuerte carga discriminatoria que conllevan, como llamar “salvajes” o “indios” a los indígenas, entre otros”. Y además de este “disclaimer”, tiene un glosario, porque a Laura le gusta poner algunas de esas palabras que se usaban en aquella época. Palabras o cuestiones que existían, como el aguardiente de Londres, que se refiere a Londres de Catamarca. Cuando uno lee “aguardiente de Londres”, piensa que tomaba whisky escocés, o algún licor importado de allá… No. Se refieren al Londres de Catamarca, ciudad exportadora de licores para el comercio. Vos contás que Gregorio Aráoz de Lamadrid era muy goloso. Y una de las cosas que comían eran panales, o “agua de panal”, bebida que se hacía con agua que se dejaba reposar, a la que se le agregaba miel de abejas diluida. Y Ricardo cuenta que Lamadrid, en medio de las operaciones para la batalla mandaba a sus ayudantes a buscarle panales o cosas dulces. No sé si tendría algún  problema con el azúcar… Además estaba más loco, por lo que contás… iba a la carga en todas las batallas… era como un sacado mal…

RL: Era literalmente un loco de la guerra. (Risas).

MM: En el final del libro de Ricardo hay una entrada que los protagonistas cuentan (Alberdi, Juan Crisóstomo Aráoz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Saturnino Castro, Belgrano, Jerónimo Helguero, Francisco Javier López, José María Paz, Quiroga, Pinto, etc.) pero están las breves biografías de cada uno de estos. E incluye a del personaje que yo creía ficcional, que es el que reúne todas las historias, que existió y se llamaba Ángel Arcadio Talavera… ¿era tuerto realmente?

RL: Era tuerto.

MM: Hacendado, político, dueño del ingenio azucarero “El Palomar”, miembro de la Sala de Representantes de la Provincia de Tucumán, exiliado tras el fracaso de la alianza de Marco de Avellaneda, Juan Galo de Lavalle y Gregorio Aráoz de Lamadrid contra Rosas, conocida como Coalición del Norte, en 1840. En 1867 fue Gobernador Delegado en ausencia de Wenceslao Pose, su sobrino. Cada uno de los personajes centrales de los relatos que aparecen en Aquel baile… está contado en el final. Una pregunta que me surge de mis escasas lecturas de historia de cuando era chico… Mi papá me compraba la Historia de Juan Manuel de Rosas de Gálvez en fascículos. Tengo los tres tomos. Mi papá era muy rosista. San Martín, Rosas, Perón. Y se reía de Lamadrid por los cielitos y coplas que se escribían en los que Lamadrid iba para el norte siendo federal y volvía siendo unitario, varias veces. Se daba vuelta en el camino. ¿Cómo se explica eso?

RL: No se explica demasiado. (Risas). Supongo que es una cuestión parental. Él era un miembro de la élite tucumana y Rosas no tenía nada que ver con eso. La única explicación posible para mí es esa. La verdad es que no sé.

LA: Tenía amigos en los dos bandos…

RL: Cantaba cielitos a favor de Rosas y después en contra…

LA: Cuando lo matan a Dorrego va y le da la chaqueta, porque le tiene pena. Lamadrid estaba en la guardia que lo tenía prisionero a Dorrego, pero habían sido compañeros de armas.

MM: Lamadrid era uno de los que lo vigilaba…

RL: Sí, de hecho es el que le da la chaqueta “para bien morir”…

Asistente: Eso de cambiar de partido político… parece una historia que se repite.

LA: Pareciera, sí. Re loco.

MM: Tenemos una historia…

LA: Una espiral ascendente…

Asistente: De más arriba ves cómo se vuelve al mismo punto.

RL: ES optimista lo tuyo, de que sea una espiral ascendente… (Risas).

Asistente: Hasta que te quedás en el aire…


MM: Bien, ya estamos llegando al final, y los invité a los dos a que leyeran algo. No sé si ya elegiste algo, sino yo ya tengo pensado qué, Laura. Vamos a empezar por vos, Ricardo. ¿Qué querés leernos?

RL: Yo estoy escribiendo otro libro de cuentos históricos para chicos, que se llama Corsarios de agua dulce. La idea es esta: la guerra de la Independencia no se hace solo en el frente del Norte, con Belgrano y Güemes. O en el frente de los Andes con San Martín. Sino en muy buena medida, en el  Río de la Plata y sus afluentes. Hay ciertos combates en el Río de la Plata que definen este frente. Ustedes piensen que Montevideo no acepta lo que pasa en 1810, de modo que hay allí un enclave realista. Rápidamente se sitia Montevideo con el ejército, pero reciben suministros por mar, de modo que lo que hay que hacer si uno quiere tomar la Banda Oriental, es avanzar y hacer un sitio también naval. Pero para llegar a eso, primero hay que superar la falta absoluta de escuadra que tienen los independentistas. Entonces se recurre a la guerra de corso. Todos los que ustedes conocen como próceres navales, en realidad eran corsarios. Guillermo Brown era un corsario, Bouchard, Azopardo, Espora… todos ellos eran corsarios antes que nada. Algunos habían tenido actividad como corsarios, en Europa, en las Guerras Napoleónicas, como el propio Bouchard. Los corsarios, en nuestra historia, son mucho más importantes de lo que suponemos. Ustedes saben que Bouchard en su campaña corsaria por el Pacífico, donde da la vuelta al mundo, primero logra el reconocimiento de las Provincias Unidas, por parte del rey de HawaiiHawai, y después toma Monterrey, en California, que en ese entonces era española. Bouchard es un hombre que viene con Mordeille…

LA: Mordeille, el de las Invasiones Inglesas…

RL: El de las Invasiones Inglesas. Era el segundo de Mordeille. La División Corsaria tiene un papel muy importante en las Invasiones Inglesas.

MM: ¿Peleaban para los ingleses?

LR: No, para Buenos Aires. ¿Se acuerdan del cuadro famoso de la rendición de Beresford? Cuando entrega la espada (que por supuesto no es así, pero no importa) al lado hay un señor que está vendado. Ese señor es Mordeille. El segundo era Bouchard, y ambos venían de la experiencia de correrías corsarias en Europa. Lo que quiero decir en definitiva es que buena parte de la Guerra de la Independencia se hace en el Río de la Plata, con corsarios.

MM: Para los que no lo recordamos del todo… Son una especie de “piratas legales”…

RL: Son marinos que tienen una patente que significa determinado acuerdo con un gobierno para hostigar a las naves enemigas, a cambio de parte del botín. La distancia entre un corsario y un pirata es mínima en todo sentido, especialmente en el del modo de combatir. Si bien buena parte de los corsarios tomaba sus presas por persuasión, digamos. No eran frecuentes los combates de buques mercantes. Este es un libro sobre aquella guerra corsaria, que se continúa después con la guerra contra el Brasil. También son corsarios los que combaten. O lo fueron; o lo serán. Y Finalmente vencen en las aguas del Río de la Plata. Hay algunos episodios interesantes, como el primer submarino en 1810. O el bombardeo de Buenos Aires.

MM: ¿Cómo es eso del primer submarino?

RE: En 1810 se presenta un estadounidense, proponiendo a la Junta la construcción de un submarino, similar al que en 1776 había logrado romper el bloqueo de las colonias británicas en Estados Unidos. Hay un submarino que ataca una goleta británica. No logra hacerla volar. Era muy gracioso, era de madera. Era como las dos caparazones de una tortuga. En la punta tenía un taladro, con el que agujereaba el casco del buque y ponía cargas explosivas. Ese era el proyecto. Cuando llegan a la goleta, resulta que tenía plancha de cobre. Y no pudieron hacerlo. De modo que el submarino vuelve y como tenía nada más que media hora de autonomía bajo el agua, larga las cargas explosivas, que terminan explotando en medio de las naves británicas y el bloqueo se rompe. Es una experiencia de 1776 y en Francia también se habían hecho experiencias al respecto. Y en 1810 hay un proyecto de hacer un submarino similar para quebrar el sitio de Montevideo.

LA: ¿Te acordás en qué mes fueron ellos a ofrecer el submarino?

RL: Esto fue en diciembre de 1810.

LA: No estaba Moreno ya, porque si no me acordaría.

RL: Los protagonistas de esto fueron Saavedra y Azcuénaga que fueron los que hicieron el informe. Dieron el OK. Esto fue en enero de 1811. En ese momento producen el informe.

LA: Moreno el 4 de enero ya había embarcado.

RL: Finalmente el submarino se hace y lo prueban en Ensenada. Pero habían cambiado las circunstancias políticas y quedó ahí. Otro dato que se conoce poco es que bombardean Buenos Aires tres veces. El 15 de julio de 1811, también al día siguiente y después en 1812.

MM: Desde los barcos…

RL: Desde los barcos. Salen del Apostadero Real de Montevideo, se acercan al Río de la Plata y disparan desde allí treinta y cinco cañonazos. No voy a contar esa historia ahora… No destruyen nada porque uno de los problemas de estos combates navales es que el Río de la Plata tenía bancos de arena peligrosísimos. No era fácil navegar por el Río de la Plata, había que ser muy baqueano. Por eso Brown es el almirante de la escuadra independentista. No porque fuera mejor que otros. Sencillamente, había sido capitán mercante y conocía muy bien el Río. No se podía ir más allá del Banco de la Ciudad. Entonces los buques realistas estaban demasiado lejos como para causar daño.

MM: Una clase de historia. Bueno ¿nos vas a leer?

RL: Hay un cuento en este nuevo libro. “Bombardean Buenos Aires”. Y dice así: “Tomás fantaseaba que era un pirata. Llevaba altas botas ganaderas, la capa era una de esas capas impermeables que flamean como banderas en la tormenta. Un parche tapaba la cuenca del ojo derecho que había perdido en un combate memorable. Caminaba sobre la cubierta llena de los charcos que dejaba la nave al romper el mar. Oía las voces roncas de los marineros que comían en el entrepuente. En un rato, él también comería en su cálido camarote, al abrigo del viento helado. Allí iba Tomás, encaramado en sus fantasías de niño. Nada era cierto. Nada de las altas botas de la imaginación, sino unos gastados zapatos de cuero curtido de cabra. Nada de charcos en la cubierta. Sino el barro de la plaza 25 de Mayo. Nada tampoco de voces marineras, sino las charlas tranquilas de unos tenderos que se habían demorado en la Recova. Lo único cierto era que pronto llegaría a su  casa tibia, al otro lado de la plaza. Lo que le preocupaba era la capa. No era la heroica bandera que se figuraba, sino la modesta capa de su papá. Esa tarde en casa no había nadie, salvo su padre enfermo. Vio la capa sobre la silla y sin pensarlo se la puso sobre los hombros. Le quedaba grandísima, pero era la capa del padre, y de algún modo lo protegía. Salió a la calle. Había rumores que una nave pirata había echado ancla en un fondeadero del río, de modo que se fue a la costa. Las campanas de San Francisco ya habían tocado anunciando la puesta de sol. No se veía demasiado, pero en el horizonte no había ningún barco. Ni siquiera las carretas de los pescadores en la orilla. “Lo de los piratas ha sido una pavada”, concluyó el mocito. Lo malo era la capa blanca. Doménico, su padre, no era muy alto, pero Tomás tampoco. De modo que por más que lo recogiera, a veces arrastraba el ruedo forrado de terciopelo colorado. “Si padre descubre que le manché la capa me mata”, pensó Tomás. En seguida se tranquilizó. Era apenas un poco de barro que salía con una buena cepillada, apenas se secara. Pero el temor de Tomás no era a una reprimenda de su padre, al que apenas le daba el cuerpo para eso. Tomás le tenía miedo a la oscuridad, a lo desconocido que se agazapaba en cada rincón de la noche. No era para menos. En  ese momento estaba pasando por el Hueco de las Ánimas, a una cuadra de la catedral. Era sabido que en las noches, al menos así se contaba en los fogones de los esclavos, los espectros se aparecían a los transeúntes. Hace muchísimos años, en ese terreno se había levantado la primera iglesia de Buenos Aires. A su costado, como era habitual, estaba el cementerio. Con el tiempo, el templo se mudó a la esquina, pero no se trasladaron los muertos del camposanto que ahora, decían, vagaban como almas en pena por la calle desierta. Tomás se estremeció. Apuró el paso. Al llegar a la Recova se sintió aliviado, quizá porque ya se veían los faroles de los altos de los Escalada. En los bajos vivían él, su padre, y una esclava vieja. Tenía las manos entumecidas de frío. Imaginó el calor del brasero en medio de su cuarto acogedor. De pronto, de la oscuridad, saltó un rugido. “¡Alto! ¿Quién vive?” El susto hizo que a Tomás se le saliera el alma del cuerpo. Empalideció. Se le pararon los pelos de punta. Tres monstruos verdes abandonaron su escondite detrás de una carreta. Al menos eso creyó Tomás. Desde luego, no eran monstruos ni eran verdes. Se trataba simplemente de tres jóvenes impertinentes que venían de la Fonda de los Tres Reyes, en la antigua Calle del Santo Cristo que bordeaba la plaza. Con todo descaro habían tratado de entrar a un local en el que no se admitían menores. Los echaron a empellones, y ahora buscaban descargar su rabia sobre cualquiera. Nadie mejor que el pobre Tomás, que temblaba como una hoja. “¡Qué capa tan blanca!”, se burló uno de los muchachones, “Parece una niña”. “O un aparecido con su mortaja”, completó otro. Tomás se arrebujó en la capa blanca como si fuera una cota de malla protectora. Para qué. Apenas lo hizo, los mozos se miraron entre sí.  Había en esas miradas un brillo de maldad. Uno de ellos se inclinó, tomó un puñado de barro del suelo y formó una bola sin dejar de mirar torvamente a Tomás. De inmediato, los otros lo imitaron y formaron sus propias bolas, como balas de cañón. Tomás comprendió que arrojarían esas bolas de barro inmundo sobre la capa blanca. “Padre me mata”, pensó aterrorizado. Quiso correr pero no pudo Los muchachones aprontaron las bolas de barro. En eso se oyó una voz tonante: “¿Por qué no se meten con alguien de su edad?” los jóvenes retrocedieron instintivamente. Era un jovencito que debía andar por los dieciséis años, más o menos la edad de ellos. En seguida calcularon que eran tres contra uno porque aquel mocosito miedoso no contaba. Las tenían todas consigo. Pero no se animaron. En esa voz había un aplomo, una compostura que más valía no contrariar. Metieron violín en bolsa y los tres mozos se alejaron mascullando bajito entre los dientes...
 El chico de dieciséis años, Manuel de Escalada, el primogénito de los Escalada, que conocía a Tomás Espora, porque los Espora alquilaban los bajos de Escalada. Lo que viene después es la descripción del bombardeo desde la casa de los Escalada, en base a un texto de Pastor Obligado. Tomás Espora niño se va al río. Y ve cómo una lancha cañonera, con un solo cañón, trata de pelear contra la flota realista. Dispara unos pobres tiros con ese único cañón que tenía en la proa, y después tiene que retirarse, no puede hacer mucho más, pero es muy valiente. Ese valiente es Bouchard. Cuatro años después de que esto ocurre, Tomás Espora toma plaza como grumete en el barco “La Argentina” de Bouchard, que hace esta correría corsaria de la que hablaba antes.

(Aplausos).

MM: Bueno. ¿Y vos, Lau?

LA: Yo no sé…  Estos cuentos son largos…

MM: ¿Este?

LA: No sé si no lo leí ya…


MM: Entonces dejame contarlo si no lo vas a leer. Uno de los cuentos, “Los indianos”, habla de la amistad que es real, histórica, entre Manuel Belgrano y Pío Tristán, que eran dos estudiantes en salamanca, perseguidos por ser sudacas. Es lo mismo que contaste, que después se enfrentaron y que se escribían.

LA: ¿Qué quieren? ¿De Los Espantados… o de Moreno?

Asistentes: Cualquier cosa…

LA: Por supuesto, estoy enamorada de Moreno. (Risas). Esto es un guión. Son diálogos y tienen como unas didascalias ahí. Hay uno más bajoneante y otro más divertido.

Asistente: Es muy emotivo.

LA: No sabés lo que lloré escribiendo esto. Lo escribí a los dieciséis años, hice miles de versiones. Quería filmarlo pero nunca conseguí la plata. Estuvo a punto de hacerse, iba a filmar con Lita Stantic, pero ella se arrepintió, no quiso producirla y ahí quedó. Mariano Moreno se había casado con María Guadalupe Cuenca. Nunca encontré los papeles de ella. Era una hija solo reconocida por la madre. No era hija natural, pero la madre era la viuda de Cuenca y los papeles de Cuenca no estaban. La madre tenía dos hijas, una se llamaba Panchita que estaba viviendo afuera del convento, con la madre en la casa y a María Guadalupe la tenía en un convento. No sabemos por qué. Mis sospechas y las de Eduardo Durnhoffer, un investigador que dedicó su vida a estudiar la de Moreno, es que posiblemente fuera mestiza. En mi guión eso constituía un problema para ubicarla en la vida cotidiana y su madre trataba de que se hiciera monja.
María Guadalupe no quería ser monja. Finalmente conoce a Moreno y él le pide matrimonio. En esa época ya estaba lo que sería el amor romántico, pero se mezclaba con lo anterior que era una especie de contrato matrimonial. Era como una mezcla de las dos cosas, y creo que ellos fueron unos de los precursores de este amor más cariñoso, de estas parejas que se quisieron mucho (hay un libro que se llama Cartas que nunca llegaron, que recopila cartas que ella le escribió cuando él se embarcó, y lo siguió haciendo, a pesar de que hacía tiempo que él había muerto). ¿Cuál les leo?

MM: Cuando la conoce y cuando le pide matrimonio.

LA: Les leo dos escenas. La del matrimonio, que es corta, y otra en la que ellos discuten, que está más adelante. Acá ella es chiquita, tiene trece años, creo, y está en Chuquisaca, el Alto Perú.
Interior. Hora mágica. Locutorio del convento.
 El locutorio del convento parece una cárcel. No tiene ventanas. Un cuadro de le Virgen Dolorosa adorna la pared. María Guadalupe está sentada en una silla. Juguetea con su trenza. Sentada junto a ella hay una mujer criolla. Es Selva (41), la madre de María Guadalupe. Selva se inclina y le da un manotazo en los dedos. María Guadalupe se deja la trenza en paz.
Selva (con acento altoperuano): “Me han pedido tu mano”. 
María Guadalupe contempla a su madre sin poder digerir la noticia. 
“Sídice Selva- a mí también me ha sorprendido. Pensé que venían por Panchita. Tu hermana es más mujer. “Más…
“Más blanca” dice María Guadalupe.
Las dos se miran con odio. Selva carraspea y se alisa la falda del vestido. “¿Tienes ya tus reglas?” “Hace diez meses, madre”. “Supongo que todavía eres virgen”. “¡Madre!”
“Bueno, compórtate. Él está aquí. Quiere verte”.
Selva se levanta y sale del lugar sin saludar a su hija. El locutorio se va llenando de sombras. Una monja entra con un candil. Lo cuelga en un gancho amurado en la pared y se sienta en un extremo apartado. Comienza a echarse aire con una pantalla de rafia. Moreno entra caminando despacio. María Guadalupe lo mira. La luz del candil le baña las facciones.
Los dos quedan en suspenso unos segundos hasta que Moreno le hace una reverencia de hombre de negocios. “¿Cómo está?”, dice Moreno. María Guadalupe lo mira muy sorprendida. Moreno duda un segundo, agarra la silla que dejó Selva y se sienta frente a ella. La monja los controla un momento y luego vuelve a echarse aire. Moreno y María Guadalupe se estudian brevemente. Moreno dice: “Usted se llama María.”
“María Guadalupe Cuenca”.
Moreno carraspea. “María Guadalupe, ¿sabe leer? “
“Sí. Sé bordar, también.” María Guadalupe sonríe. Moreno también, pero enseguida se pone serio. “Yo soy abogado. Vivo en una casa de alquiler y ahí tengo mi estudio”.
María Guadalupe (tuteándolo) “No eres de por aquí”.
“No, soy de Buenos Aires, pero si se casa conmigo vamos a vivir acá”.
María Guadalupe suspira.
Moreno traga saliva. “Entonces, ¿se casa conmigo?”
María Guadalupe lo mira fijo “Sí”.

Después hay otra escena en la que ya están juntos… Si quieren se las leo…

MM: ¿Y la de la primera noche? Ya que hablábamos de desacralizar a los próceres, me parece que más desacralizador que esto, es imposible.

LA: Ellos se casan muy rápido. Ella tiene un vestido que parece de comunión, los casa el canónigo terrazas que era un cura amigo de Moreno. Y después van a una posada.

Interior. Noche. Posada de Chuquisaca.
Se trata del cuarto de una posada. Una cómoda desvencijada, una jofaina, dos sillas de mimbre. En una de las sillas arde la única lámpara de la habitación. En la cama, María Guadalupe se acomoda el camisón un poco desencantada. A su lado, Moreno se tapa con la sábana. 
María Guadalupe: “¿Eso era todo?”
Moreno se incorpora en un codo. La mira un poco escandalizado. “¿Qué? ¿No te gustó?”
“No sé. Todo ha pasado muy rápido”. Moreno se tira de espaldas, resoplando. María Guadalupe lo mira con total inocencia. Moreno se tapa la cara con el antebrazo y se empieza a reír. “Ya voy a ir mejorando”. (Risas).
María Guadalupe se acuesta. Moreno la arropa y le da un beso. “La próxima vez va a ser mejor”. Moreno le da un nuevo beso más largo. “Y la próxima mejor todavía. Y la próxima, y la próxima”. Vuelve a besarla. María Guadalupe le devuelve el beso, un poco torpe.

Aplausos.

MM: Bueno, ha sido un placer. Ha sido una clase de historia, o varias clases de historia. Creo que lo hemos disfrutado muchísimo. Gracias a los dos.

RL y LA: Gracias a ustedes.

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