Serie negra

Las ficciones se entremezclan en la escritura como parte integrante de la historia o de la trama, se preguntan sobre su  lugar, sobre su sentido, se hacen pensar. Y cuando se trata de la escritura de un policial, es posible pensar que el asesino bien puede ser “de papel”. Libro de arena publica un fragmento del cuento “Serie negra”, del libro homónimo,  de Jorge Manzur.


“-Aunque la comparación te suene exagerada, Turco, valen los dos ejemplos. Vos, de alguna manera estás matando a alguien, a esa escribana o a quien sea, porque te lo pide Magallanes. A cambio te ofrece trecientos dólares miserables. Sos, en este caso, un asesino de papel. No sé qué opinará tu analista.
-Hace varios años que no opina.
-¿Por qué?
- Porque no voy más. El tratamiento dio resultado y lo di de alta.
-En esa decisión no pienso interferir, pero en la del cuento sí. Nosotros no somos Faulkner, Hemingway, Chandler ni Hammett. ¿Se entiende lo que digo? Los tiempos cambiaron.
- Bueno, pero si es por eso acordate que Chandler, además de reconocer que escribía para el cesto de papeles, decía que escribía rápido, basándose en alguna anécdota o crónica periodística que no se podía publicar; que no revisaba las frases, y que su producción mejoraba cuanto más rápido y urgido estaba para escribir. Además él aceptó escribir muchas veces como lo estoy haciendo yo.
-No quiero decirte que la comparación sea odiosa, pero, la verdad, lo es. Odiosa y antipática. Lo que vos decís es cierto, pero no te podés olvidar que en una breve carta a Charles Morton, Chandler le confiesa que Marlowe se está portando mal, que se ha peleado con la Paramount y que ojalá tuviera la facilidad de Gardner para hacer argumentos; que sus ideas son buenas para los libros pero que armar con ellas un guion lo aterraba. Esos trabajos Chandler los aceptaba por dinero, sí, pero no dejaba de reconocer que también detestaba haber aceptado semejantes condiciones. Él vivió toda la vida con una gata, pero no creo que por eso vos, que detestás a los  gatos, tengas que imitarlo.
-Y quién carajo te dijo que yo detesto a los gatos. Para que sepas, Minelli, yo desde chiquito tuve gatos, y hasta hace un año viví con macedonio, que tuve que regalar a mi viejo cuando nació Alejandro.
-Bueno, pero yo los detesto; me provocan miedo y recelo. Jamás se me ocurriría vivir con un gato, aunque Chandler los amara.
-Allá vos.
-Está bien, pero ese no es el tema de esta discusión. La literatura es un rito de iniciación, Turco. En cada texto que uno escribe aparecen los mitos de referencia, los grandes autores y mediante una identificación, digamos Onetti, Marguerite Yourcenar, o Cortázar, comienza el ejercicio solitario de la escritura. Cuando nosotros elegimos la “escritura”, estamos aceptando, estamos aceptando que algo falta. En el arte, Turquito, hay un placer preliminar, como decía Freud. A diferencia de lo que sucede en los juegos infantiles, la iniciación artística a que nosotros nos entregamos apunta directamente a la persona del espectador, tratando de comunicarle, como en una tragedia, impresiones, muchas veces dolorosas pero que son, evidentemente también, un sinnúmero de goces acumulados. ¿Se entiende?
-Sí, claro. Se entiende, Minelli.
-¿Qué ves aun en el oscuro pasado y en el abismo del tiempo? Si guardás algún recuerdo de antes de venir aquí quizá recuerdes cómo llegaste a este lugar, escribió Shakespeare hablando de la poesía e insertando el enigma de la escritura en los efectos oraculares de la poética a la que se refiere. Tratá de leer el trabajo de Germán García sobre Macedonio Fernández. Ahí…
-Todo está muy bien, Minelli, pero yo solo quiero escribir un cuento policial sin demasiadas complicaciones, que me facilite trescientos dólares. No pretendo que mi texto vaya a parar a un seminario de Lacan.
-Ahí está, ¿ves? Como es una máscara de toda verdad, el arte aclamado está condenado a ser verosímil. “Recurrimos al arte, decía Nietzsche, para que las verdades del mundo no nos hagan perecer.”
-Insisto, Minelli. Yo solo…
-La escritura, y toda manifestación artística, se justifica por la búsqueda del “goce”. Si vos accedés a la propuesta de Magallanes, con las condiciones que te propone de límite de espacio y de tiempo (me animo a permitirte lo del cobro de los trescientos dólares), ¿me podés decir dónde aparece el valor del goce en vos? Nosotros estamos, se supone, para el florecimiento y la instauración de una nueva ética, Turco. Disculpame que te lo diga pero con tu actitud no sé qué pretendés.
-Un bife de chorizo a punto y una ensalada de radicheta y cebolla. Al menos para empezar- digo yo, metiendo una cuña en la demoledora retórica de Minelli.


Fragmento del cuento “Serie negra”, en:
Serie negra
de Jorge Manzur
Buenos Aires, Sudamericana, 1987


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