Andrés Rivera: la revolución es un sueño eterno. Así es.
En día de la despedida al escritor argentino Andrés Rivera, Libro de arena comparte con sus lectores una nota a manera de homenaje.
Por Mario Méndez
Se nos fue
Andrés Rivera. Un escritor imprescindible. Pero disfracemos la tristeza de la
nota con el color, con el calor, también, del homenaje. Que esta despedida sea
un abrazo y, a la vez, una bienvenida. Como bien dijo un amigo, el escritor
Franco Vaccarini, Rivera ha entrado en la modesta eternidad de los lectores.
Todos los que
hemos leído La revolución es un sueño
eterno, o El farmer, o Hay que matar,
entre tantos de los libros de Rivera, recordaremos su voz inconfundible. Su
estilo único. Porque Rivera lograba lo que solo los grandes escritores
consiguen: uno lo reconocía de inmediato. Su prosa era absolutamente original,
le era propia. Solo Rivera escribía como Rivera.
Valgan estas
palabras de despedida como invitación, también. Ahí está El farmer, cuya versión teatral ha cosechado aplausos en todo el
país. Lean la novela, amigos, encuéntrense con el fantasma del Restaurador,
retratado como nunca antes. Vean la obra. Y escuchen a Castelli, la voz de la
revolución, en las palabras de Andrés Rivera. Sueñen, con ellos, con la
revolución.
Sirva, como
pequeño homenaje de despedida, este recuerdo. En estos días, ayer o antes de ayer, no más -esas coincidencias
que parecen irreales-, encontré un viejo número de Puro cuento, el 35, en un
revistero, en mi casa. Me puse a hojearlo. Y leí un cuento muy breve: “Denle la
palabra”, que no recordaba. Estaba en la misma página que otro que sí tenía
presente, “Un tiempo muy corto, un largo silencio”, bello relato que se
encuentra en Una lectura de la historia, y
en los Cuentos escogidos. Después
supe que “Denle la palabra” era el cuento que abría Una lectura de la historia, libro que al decir de Sylvia Saítta,
“marcó un antes y un después en la narrativa de Rivera”, porque, “a partir de
entonces, Andrés Rivera fue narrando, en cuentos y novelas, una historia casi
única: la historia de la derrota y de sus derrotados; la historia de la
violencia que se despliega en todas las formas del poder.” No lo pude hallar en
Internet, no está entre los Cuentos
escogidos. Decidí copiarlo acá, directamente de las hojas
amarilleadas de esta vieja Puro cuento. Como homenaje y para disfrute y
recuerdo de los que ya conocen a Rivera; para invitación a aquellos que aún no
lo han leído. Porque Rivera se fue, pero por suerte, la literatura perdura.
“Denle
la palabra”
Tenía treinta años de Ejército, la
mitad de los cuales transcurrío en el sur del país, a la cabeza de patrullas
que iban en socorro de los imbéciles que se extraviaban en los picos
cordilleranos.
Lo trasladaron el día que alguien,
en su presencia, hizo el elogio del capón. Se le dieron vuelta los intestinos:
había comido la carne grasosa del animal –mañana, tarde y noche– más tiempo de
lo que nadie podía resistir.
Deambuló luego, por regimientos
varios. Estaba a punto de retirarse, con el grado de sargento ayudante, cuando
le avisaron: nos vamos a levantar para traerlo al General. Respondió que él no
faltaría a la patriada.
Las tropas leales al gobierno
capturaron, a los alzados, sin disparar un tiro, en una improbable y larga
noche lluviosa.
Le dijeron que pidiese lo que
quisiera. Pidió la bebida más fuerte que tuvieran. Le preguntaron si no deseaba
alguna otra cosa. Contestó que no.
Oyó, calmo, los ojos vendados, el
ruido de las armas; recordó que la Historia que le enseñaron registraba,
escrupulosamente, las últimas palabras de los condenados a muerte; quiso
enhebrar una frase: no se le ocurrió ninguna.
Las balas, piadosas, llegaron antes
que la desesperación; antes de que pudiera dudar de su vocación de servicio.
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