De la vida de la muerte

A 40 años de la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar y del secuestro y desaparición de Rodolfo Walsh, Libro de arena comparte un fragmento de De la vida y de la muerte, de Horacio Verbitsky.



“…Con la falsa identidad de un profesor de inglés retirado compró una casita en San Vicente. Metódico, empezó por desmalezar el terreno cubierto de yuyos. En la tierra, que le daría los medios para subsistir, y en el simultáneo reencuentro con la escritura, buscaba otra forma de vida.
La casa, con piso de ladrillo y bomba de agua manual, no tenía gas ni luz eléctrica, pero Rodolfo estaba entusiasmado. Perseguía hormigueros con una estaca, cortaba el pasto con una guadaña, ordenaba carpetas y escribía. Había trocado el fusil de la guerra, que antes que nada reconoció perdida, por la máquina de escribir de la que brotaban sus cartas polémicas, inspiradas en las invectivas latinas. Su compañera Lilia lo recordó recitando, en un tono entre épico e irónico: “¡Quosque tándem, Videla, abuterepatientianostra!”
(…)
“El 24 de marzo pasó en limpio y firmó la Carta, con su texto original, y el cuento Juan se ibapor el río. Casi había concluido otro sobre su padre jugador. Haber alcanzado ese día era una apuesta ganada, y se propuso festejarla conociendo a su primer nieto varón, hijo de Patricia. Urgió a Lilia a cubrir la cama con una colcha floreada y colgar las cortinas de algodón de las ventanas. Por la tarde removieron la tierra y sembraron un almácigo de lechugas, siguiendo las directivas desde el alambrado de un vecino amistoso, cuyos hijos correteaban alrededor. Por la noche, la luz de kerosén se reflejó en las cortinas, una amarilla, la otra roja. Lo conmovían la calidez y la hermosura de su nueva casa. Pensaba en su padre, en sus hijas y en sus nietos. Gozaba de la vida.
El viernes 25 por la mañana, se colocó el sombrero de paja de su disfraz de jubilado, y, mientras Lilia encargaba dos quilos de asado para la fiesta, siguió hasta la estación. El dueño de la inmobiliaria le alcanzó en el camino los papeles de la casa, que guardó en su portafolios de plástico. La viuda de uno de los compañeros muerto con Vicki le había escrito una carta desgarradora sobre la falta de solidaridad de la organización, que no cuidaba de ella o de sus hijos. Decidió hacerse cargo, y esa tarde debía combinar el encuentro para llevarla a su casa, debilitando su propia seguridad, construida con tanto cuidado. Por no perder el tren, y la cita con quien le había transmitido aquel pedido de ayuda, cometió la imprudencia de llevar el titulo consigo.
En la mesa de tortura, ese compañero había entregado la cita: caminando por San Juan, de Entre Ríos hacia el Oeste. Cuando el mayor de Ejército, Juan Carlos Coronel abrió fuego, nadie sabía de la Carta, cuyas primeras copias fueron arrojadas al buzón minutos antes. La dirección que les permitió asaltar la casa clandestina la encontraron entre sus papeles.
Se habían separado en Constitución. Él volvería a San Vicente esa misma tarde. Lilia el sábado, guiando a su hija y al nieto.
-No te olvides de regar las lechugas, lo despidió ella.

Rodolfo sonrió. Levantó la mano y se perdió entre la gente.

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