Eduardo Sacheri: "Yo escribo para entender mi propia vida."

Lo complejo de entender las cosas simples y cotidianas, las que le pasan a todos, se vuelve si no sencillo, al menos sí cercano cuando se narra desde la propia experiencia. En la segunda parte de la entrevista a Eduardo Sacheri, el autor habló acerca de la conexión íntima que la lectura y la escritura propician, de lo solitario ambas acciones; también comentó sobre la relación de la literatura con el fútbol y con el cine, y de la obligada transformación que tal trasposición al discurso cinematográfico supone para el texto. En el final el escritor leyó un fragmento de su cuento “No es tu culpa”



Asistente: A mí, con el tema de las etiquetas, me pasó que empecé a leerte porque mi papá escuchó el cuento “El cuadro de Raulito”, se emocionó mucho y me dijo que lo leyera. Yo lo seguí leyendo, y me gustó más que nada porque me da la sensación de que vos escribís para gente como nosotros. Gente de barrio, a la que le gusta el fútbol, que estudia, que labura, y por ese lado entraron los libros que vos escribiste. Por ese lado también me pasó que leyendo Papeles en el viento, la parte en la que relatás que el Ruso juega los campeonatos de Play, me hizo acordar mucho a mis amigos, porque nosotros hacemos lo mismo. Creamos jugadores. Y les mandé una foto de cuando crean un defensor, porque es así. Eso es lo que más me gusta a la hora de leerte. Mi papá me dice que vos contás cosas que a él le pasaban de chiquito. Y yo también veo que escribís cosas que me pasan a mí.

Eduardo Sacheri: Sí… Lo que me pasa es que yo escribo para entender mi propia vida. Para aceptar, para reconciliarme con mi propia vida, que está hecha de cosas bastante simples. Y bastante cotidianas. O mi manera de acercarme a ellas, prefiere lo cotidiano. Yo creo que nuestras vidas están habitadas más o menos por los mismos deseos, los mismos temores, las mismas esperanzas, las mismas tragedias. A lo mejor hay autores que necesitan manejar la cosa más abstracta, más alejada de lo real, porque quizás es su modo de procesarlo. Y a mí me resulta más procesarlo en lo cotidiano. Entonces creo que eso se contagia a lo que escribo, pero porque me doy cuenta de que yo no soy muy bueno para pensar las cosas en un plano demasiado abstracto. Lo pienso en lo más cercano, y lo escribo en lo más cercano, porque me sirve para eso.

Asistente: A mí me pasa al revés. Y tenía un prejuicio con vos, porque te había identificado con la parte futbolera. Hasta que descubro la dupla  Aráoz y la verdad y La noche de la usina. Y amé los dos libros. Sobre eso quería preguntarte en relación con lo que decías antes, de la emocionalidad, porque en Aráoz y la verdad, aparece justamente el personaje del encargado de la estación de servicio, que es un personaje tan especial, mirando películas como “Notting Hill”. Y uno sospecha que ahí hay algo del autor. No lo sé, por ahí me equivoco. Cómo llegás a esa relación entre una persona que en una aproximación uno podría identificar como un tipo de pueblo, más bien simplón… pero no… está mirando “Notting Hill”. Me pasó algo muy extraño cuando lo leía, porque además es una película que a mí me encanta.

ES: A mí también. Si Julia Roberts hace una de los Power Rangers, a mí me va a gustar. Me rindo (Risas). Cuando yo digo que escribir me sirve a mí para entender mi propia vida,  a mí me gusta “espolvorear” cosas mías en mis personajes. No soy como otros autores que eligen un personaje y le meten todas sus cosas. A mí me gusta más, en una novela, en la que hay siete u ocho personajes, le pongo algo al Ruso, otra cosa a Fernando…

Asistente: Justamente, a mí me pasó que me sentía más identificado con Fernando, pero me caía mucho mejor el Ruso, que es totalmente distinto.

ES: Y bueno, eso mejor que pase. En mi caso, probablemente me parezca más a Fernando. Pero me gustaría ser como el Ruso. O hay cierto humor ridículo que usa el Ruso que sí uso yo. Porque hay una cosa, yo soy bastante tímido y pudoroso, entonces poner todo lo mío en un personaje… después te juna todo el mundo. Es como estar en calzoncillos en el cine. (Risas).

Asistente: ¿Cómo es tu relación con el cine?

ES: Me encanta el cine, pero no soy un cinéfilo como esos que se saben la filmografía de tal director o de tal otro… Yo no soy así. Veo cine desde que soy chiquito, y hay películas que me encantan, y no sé si son buenas o malas. Me encantan. En La noche de la usina, se habla de una película que es Cómo robar un millón, con Peter O’ Toole y Audrey Hepburn, que yo veía en Sábados de Súper Acción, cuando tenía siete años y me parecía el mejor robo del mundo. Cuando me puse a escribir la novela, me gustó la idea de que los ridículos que forman esta banda de asaltantes se inspiren en una película del año ’67 para intentar robar una bóveda. Me gustaba esa ternura medio ridícula en estos personajes. Esa es mi relación con el cine. Aparte, cuando Perlassi dice que Audrey Hepburn es la mujer más linda del mundo… (Risas)… Perdoname Julia, pero…




Asistente: Justamente yo te iba a preguntar… Habiendo leído La noche de la usina hace muy poquito, en un club de lectura. Coincidimos muchos en que leerla era como ver una película todo el tiempo. Yo quería saber si vos tenés conciencia, si lo hacés a propósito, o si te surge así.

ES: No. Creo que tiene que ver con mi manera de escribir en general. Creo que hay maneras de escribir que facilitan que uno vea la película, o que eventualmente un director de cine te diga que le gustaría hacer una película con tal libro, y formas de escritura que no lo facilitan. Y no es que unas sean mejores que otras. Son distintas. Hay autores que laburan mucho con la psiquis del personaje. El personaje se despierta y le entra a dar vueltas a una idea, a un pensamiento, a una obsesión. Y puede ser un gran libro, pero es muy difícil hacer eso en una película. Podés, pero no es fácil. O esa literatura que juega mucho con el lenguaje. Con la forma y la plasticidad del lenguaje. Es muy difícil también. ¿Ponés una voz en off todo el tiempo? Se puede hacer pero es complicado. A mí me gusta más bien retirarme como autor, y contarte una historia. En eso soy bastante clásico en mi manera de escribir. Yo no aparezco mucho, el narrador tampoco aparece mucho protagonizando, no estás viendo qué siente el narrador, o yo, no importa, para no meternos en cosas técnicas. Yo me voy, ahí está la mesa y esto está pasando. Eso me hace adoptar una cosa muy visual cuando escribo. Yo veo la cosa y la cuento. Y eso facilita un poco la cosa de la adaptación. Le doy mucha bolilla a los diálogos y a las acciones. ¿Y los guiones qué son? Acciones y diálogo, básicamente. Entonces eso creo que facilita un poco.

Álvar Torales: Hablando de libros y películas, ¿por qué el cambio de nombre?

ES: ¿De “la pregunta” a “el secreto? Cuando la película ya estaba rodada, en la parte previa a la promoción está esta cosa de ver  cómo se va a “comunicar” esa película. ¿De qué trata esta película? ¿Qué es?  La película podía ser una historia de amor, o varias, una historia de crimen, una historia de amistad, una historia con la Argentina de los ’70 de fondo. Y era un poco todas esas cosas, pero buscaron fortalecer el suspenso, el policial, lo que tiene que ver con el crimen. Lo de “El secreto”, les sonó como que conducía la percepción del virtual espectador por ese lado. Me preguntaron si me molestaba que le cambiaran el nombre. Y les dije que sí, obviamente. Y que me molestaba mucho. Vos tenés un hijo y se llama Juan. Y te dicen que le ven cara de Gonzalo. (Risas). Y te preguntan si te molesta que ahora que tiene siete años le pongamos Gonzalo. Sí, me molesta, porque se llama Juan. Y te dicen que gastaron tres millones de dólares en la película, y que es un montón de plata que hay que recuperar. Y bueno dale, cambiáselo.

MM: ¿No te tentó, luego del éxito, cambiarle el título al libro, como hizo Skármeta con Ardiente paciencia?

ES: No. En Argentina el libro se sigue llamando La pregunta de sus ojos, pero afuera se llama El secreto de sus ojos, porque los editores en otros países como es lógico, buscaron beneficiarse con el título de la película.

Asistente: Es el nombre artístico.

ES: Vendría a ser una cosa así. (Risas). Por otra parte, en Polonia, el título La pregunta de sus ojos no les  va a sonar de nada. En cambio, como se enteraron de que la película ganó el Oscar en el año tal. ¿Y vos que preferís? ¿Qué no se publique en polaco? Y dale, que salga como El secreto… Igual, cuando lo leo en polaco no sé si dice “la pregunta” o “el secreto”, así que me da lo mismo.

Mario Méndez: ¿Cómo fue la relación con Campanella? Vos trabajaste en el guión… ¿Habías hecho guiones antes?

ES: Había hecho un guión adaptando un cuento mío, con el que no había pasado nada, no había fructificado que se llevara adelante. Y en realidad, lo que hice para ver cómo se escribían los guiones fue conseguirme dos o tres guiones de películas argentinas que había visto, y volver a verlas leyendo el guión. Para ver la relación. Algo muy artesanal. Y con Campanella la verdad es que trabajamos bien. Es arduo, es difícil. Por un lado, porque el director es un lector. Y tiene su propia mirada sobre el libro, que no es la tuya. Uno conversa con el lector, pero más superficialmente, como con algunas cosas que contamos. Hablamos de “Los traidores”, de Aráoz y la verdad, de Papeles en el viento, pero uno habla más por arriba, pero si tuviéramos que ponernos de acuerdo para hacer una película, vamos a tener una mirada totalmente distinta. Pero no de mis libros.  Con cualquier libro que hayamos leído nos va a pasar eso. Es complicado ponerse de acuerdo. Y aparte, cuando uno viene del mundo de los libros, no es fácil laburar en equipo, es un laburo muy solitario. El tipo  o la mujer que escribe ficción, tiene una “cosita solitaria”, es un acto muy íntimo la escritura. La lectura suele ser un acto muy íntimo, y la escritura de ficción también. La de guión no lo es, porque el mundo del cine es un mundo colectivo, de equipo, de un montón de gente laburando. Y eso significa un montón de gente opinando, con derecho a opinar, y te la tenés que comer. Es toda una lección de humildad trabajar así cuando venís de lo otro. Porque también podés decir que vendés los derechos y que hagan la película que quieran. Ahora, si estás dispuesto a escribir el guión, en este caso, junto con Campanella, mano a mano, o en Papeles en el viento, que estuvimos con Taratuto escribiendo, vos aceptás que proponés, y viene el otro a decirte que hay algo que lo quiere distinto. Y ni que hablar cuando está basado en un libro tuyo, en el que si tomaste una decisión es porque es la que preferís. En La pregunta de sus ojos, al asesino lo agarran viajando colado en un tren del ferrocarril Sarmiento. ¿Por qué? Porque es lo que más me gusta a mí. Para mí, lo más lógico es que lo agarren de chiripa porque se agarró a trompadas con uno y lo paró la policía, le piden los antecedentes y salta una orden de captura. Si vos me preguntás… que vayan a buscarlo a la cancha de Huracán, a un partido con Racing, y lo encuentren en una tribuna con diez mil personas… No me parece. Cinematográficamente es espectacular. Narrativamente, para mí es flojito.

Asistente: Son lenguajes diferentes…

ES: Y en ese lenguaje audiovisual lo que te parece espectacular, con la toma aérea y el asunto de que al asesino lo agarran en la cancha si eso lo estás leyendo… volvés tres páginas para atrás, es distinto. ¿Cómo llegamos acá? En un libro no funciona. En la película, sí.



MM: ¿Te arrepentiste de haber vendido los derechos y dejar que lo hicieran como quisieron o no?

ES: No. Primero, porque te ponen unos buenos mangos. (Risas). Mueve mucha más plata el mundo de cine que el de los libros. Y aparte, si estás dispuesto a seguir trabajando en el mundo del cine, es un kiosquito muy interesante. Mucho más interesante, desde el punto de vista económico, que el de los libros. Y te da mucha más tranquilidad para escribir lo que a vos se te cante.

MM: Después vino Metegol. Ahí también guionaste con Campanella.

ES: Sí. Ahí fue mucho más libre, en el sentido de que estaba inspirado en un cuento de Fontanarrosa. Porque “Memorias de un wing derecho”, es un hermoso cuento  de cuatro páginas que tiene una gran idea: los jugadores de metegol están vivos. Encima, lo empezás a leer y el cuento no arranca por ahí. Es un viejo jugador que es medio esquemático, que te suena como un jugador anticuado, utiliza términos del fútbol en inglés. Eso también te lo sitúa como un tipo grande. Y en la página tres te dice que tiene como cinco mil y pico de goles, y que el nueve que es el que más mete tiene como nueve mil… Y ahí decís: “Es un wing de metegol. Qué hijo de puta”. (Risas). Es fantástico. Pero no es un largometraje. Si empezara diciendo: “Estoy adentro de un metegol”…

MM: Dónde está la gracia…

ES: Entonces ahí el desafío fue construir una aventura para chicos a partir de ese disparador. Ni siquiera para chicos. El problema de la película Metegol, es que tenés que construir como una historia en capas, porque necesitás que los más chicos vean una película, los adolescentes, otra, que los padres que van con los pibes al cine vean otra, y les pueda resultar interesante. Es difícil. Yo, como padre de chicos chicos, sin ofender a nadie, vi Manuelita y no era lo mismo que ver Toy Story. Si vos tenés más de doce años, con Manuelita te desnucás en la butaca de cine. Es muy lenta. Para un pibe chico es linda, por lo visual. Lo que inventaron desde Pixar, es que las películas de animación, no son para chicos. Son para todos. Por eso digo lo de Toy Story. Porque desde ahí en adelante, las películas de animación “para chicos”, son para todo público. Toy Story es una historia fenomenal. Y de ahí para acá, las que quieras. Buscando a Nemo es una película sobre los desafíos de paternidad, que está buenísima y no tiene nada que ver con el pececito perdido.

MM: Ese es un trabajo todavía más difícil, porque tuviste que inventar esta historia con capas, como decís, de un cuento que no es tuyo y a partir de una historia lejana, porque “Memorias de un wing derecho” no tiene nada que ver con la película.

ES: En absoluto. Pero cuando Campanella me convocó, estábamos estrenando El secreto de sus ojos: Nos sentamos a comer, sorprendidísimos por lo que estaba pasando con esa película. No fue que decíamos que ahí teníamos el Oscar. Cuando salió la película rogábamos recuperar la guita que se había puesto porque si no íbamos en cana. Me comenta sobre el proyecto y me dice que tenía una primera versión de guión que no le gustaba. Ni a él, ni a los demás que estaban en la película. Tenía algunos personajes muy lindos que eran los tres delanteros del equipo, el Capi, el Beto y el Loco, y el personaje del chico que manejaba bien el metegol, Amadeo. Y era una historia de aventuras de muñequitos. Ese era el problema de esa primera versión del guión. Lo que gustó, de poder laburar ahí,  fue  que a mí me gusta mucho Fontanarrosa, y que “Memorias de un wing derecho” es la historia de un jugador de fútbol, que solo es jugador de fútbol. Como nació en una cancha de fútbol cerrada, el mundo es eso. El desafío para la aventura era que no fueran muñequitos. Que fueran jugadores de fútbol. Que solo son eso, y que a medida que salgan del metegol, empiecen a ser personas. El arco emocional de los personajes, cuando salen del metegol es que no tienen la menor empatía con el rival, se desafían entre ellos… Tienen esa cosa esquemática y competitiva de uno cuando juega al fútbol. En todo caso, cuando están afuera empiezan a ser más personas. No sé si se logra con la película. La pretensión es que el arco emocional de los personajes sea ese.

MM: Ya que hablamos de Fontanarrosa, ¿él y qué otros escritores están en tu base?

ES: Ojo, Fontanarrosa no está en mi base. Como escritor de cuentos de fútbol lo conocí a partir del programa de Apo. Fontanarrosa escritor de cuentos, lo conocí por ese programa. Yo lo tenía como humorista. Inodoro a morir, Boogie… apasionado de los dos. Cuando lo descubrí como escritor dije “¡A la flauta este pibe!”. A diferencia de Soriano. Pero cuyos cuentos de fútbol también conocí por el programa de Alejandro Apo. Lo que venía leyendo eran sus novelas. Las novelas de Soriano están entre las de los cuatro o cinco que más me gusta leer. Otro es Cortázar, los cuentos, no las novelas. Menos las novelas. Esas cosas que decíamos del lector. Te enamora o no te enamora. Yo, Rayuela… no es para mí, y debe ser una obra maestra. Pero los cuentos… Borges, García Márquez… algo de cada uno. De García Márquez, los colores de su lenguaje, de su adjetivación, hay un ritmo en esa cosa barroca de los adjetivos, que está perfecta. Vargas Llosa, tiene tres o cuatro libros que para mí son perfectos, La guerra del fin del mundo, Conversación en la catedral… En general, literatura en español, autores latinoamericanos y argentinos.

MM: Con tanta fuerza y tanto conocimiento de la literatura, cuando tuviste que elegir, al término de la secundaria, ¿por qué Historia, y no Letras?

ES: Para mí la literatura siempre fue placer. No me llevo bien con esa cosa más analítica que exige estudiar Letras. A mí me gusta ver el sapo, no diseccionarlo. Y las dos cosas me parecen legítimas. Lo llevo a algo biológico, al que le gusta la Biología se lo imagina por adentro, le gusta destriparlo para ver cómo está construido, yo prefiero el sapo. Lo cual no significa que no me haga un montón de interrogaciones, pero son de lector. No de especialista, no de teórico, no de analista. La verdad es que no me planteaba convertirme en escritor, y no me interesaba convertirme en un crítico. La Historia siempre tiene ciertos parentescos, de hecho, está construida como un relato cronológico. Cuando estudiás Historia, la estudiás como un relato. Hay una pretensión de verdad y una cosa metodológica en la que empiezan las diferencias. Pero hay como unos puentes, y una cuestión que tiene que ver con la memoria, que a mí me cautiva. Mis libros tienen mucho que ver con la memoria, con personajes que recuerdan, y eso tiene que ver con la Historia, no con la Literatura. Con el lugar que para mí tiene la Historia. La historia colectiva y la historia individual. Somos, en buena medida, lo que  nos acordamos que somos.

MM: Y cuando miramos tu obra, no hay novela histórica…

Asistente: ¿Te gustaría incursionar en la novela histórica para aunar las dos cosas, de alguna manera?

ES: No. A mí me gusta que sean dos mundos separados en mi vida. Aparte, no soy un buen lector de novela histórica.

MM: ¿No te gusta?

ES: No. Pero no porque tenga nada contra la novela histórica. No me sale. Pero no me sale como lector tampoco.

Asistente: Entonces todo lo que estudiaste y aprendiste de Historia, no encajó…

ES: No necesariamente, porque trato de que mis novelas tengan un contexto. En La pregunta de sus ojos, los ’70 están detrás. Y los ’60, porque en el libro es más amplio el arco cronológico que en la película. Están en modos de pensar, modos de ser, de hablar, de vincularse. En La noche de la usina se pretende algo parecido en relación con los años 2000-2004. Antes y después del corralito. Estaba ese nivel de generar un contexto para mi historia de ficción.

MM: Una pregunta más y vamos cerrando, así nos leés algo.

Asistente: Hablaste de emociones, de personajes, de fútbol… ¿Cómo contaría un personaje tuyo la emoción del gol de Independiente de ayer? (Risas).

ES: Lo que pasa es que acá hay gente de Racing… no lo digo en tono de burla…

Asistente: Lo tiene que contar dentro de quince años…

ES: A mí me gustan mucho las felicidades mínimas, gratuitas y ridículas. Yo estaba en la popular, con mi hijo. Caímos tres horas antes de que empezara el partido, porque tuvimos que resolver un tema con la entrada. Desde las tres a las siete de la tarde estuve sentado en un escalón de cemento, esperando que empezara. Después estuvimos amasijados durante dos horas, saltando con un montón de desconocidos. Independiente metió dos goles. Metió el primero, pero mezclada con la algarabía, viene la duda, el temor de que te empaten. Te acordás de la última vez que te lo empataron hace dos años. Lo fuiste  ganando uno a cero y te lo empató Lisandro López con un gol de chilena. Y en el minuto de descuento metés el segundo gol y de repente estás a salvo. Es una alegría sin tapujos y sin ningún peligro. No hay muchos ámbitos en la vida donde vos puedas sentirte feliz a salvo. Ni con un amor te sentís a salvo. Lo que te ofrecen algunas cuestiones mínimas como el fútbol, no son el fútbol. Son lo que no es el fútbol, y que vos depositás ahí. Y si no tuvieras el fútbol tendrías dos opciones: o depositarlo en otro lado mucho más grave, como ir a la guerra, por ejemplo, y fajarte con los de la aldea de enfrente como los pueblos hacían dos mil años atrás, o no depositarlo en ningún lado. Pobres los desafortunados que no tienen dónde depositar esos amores gratuitos.



MM: ¿Qué nos querés leer?

ES: No tengo ni idea.

MM: Hay uno que quise leer cuando hice la presentación de todos los autores y no nos dio el tiempo… Es un poco largo… “No es tu culpa

ES: Es largo, sí. Dale, te leo un par de páginas.

MM: Es bastante ecuménico…

ES: Es medio futbolero… Soy un escritor de fútbol... Pero tiene que ver con el cine también. Y tiene que ver con Messi y con Maradona:

“La película, en la Argentina, se llamó “En busca del destino”. Un título malísimo, si se me permite la opinión. En la versión original, en Estados Unidos, se llamaba “Good Will Hunting”, que significa más o menos “El indomable Will Hunting”. Tampoco es gran cosa ese título original, confesemos. Pero la peli está muy buena. Matt Damon personifica a un muchacho superdotado, que tiene un cerebro incomparable para las matemáticas, pero vive en una situación familiar y social de marginalidad y violencia. No les voy a contar acá la película (aunque si no la vieron se las recomiendo, porque está muy buena). Pero sí quiero destacar una escena: Robin Williams (el actor, no el cantante carilindo), hace del psicólogo que atiende a Will. Y en una escena lo enfrenta con una terrible situación de su pasado y le dice, sencillamente, “No es tu culpa”. El pibe primero no lo entiende, y el psicólogo se lo repite “No es tu culpa”. Después el flaco se siente turbado, confundido. Y el psicólogo insiste: “No es tu culpa”. Después el flaco medio que se enoja, y forcejea con el terapeuta, incómodo ante esa insistencia. Y el psicólogo repite: “No es tu culpa”. Finalmente el protagonista se abandona en esa idea, se afloja, se pone a llorar, y uno comprende que ese pobre pibe venía sometiéndose a una presión que no se merecía, por una situación que no tenía nada que ver con sus acciones en la vida. Uno entiende, en ese momento, que el psicólogo hacía bien en decirle al pobre Will Hunting que no tenía la culpa de lo que le había tocado vivir, porque, aunque fuera cierto y evidente para el que lo veía de afuera, la vida del flaco se había puesto tan enroscada y difícil que hasta pensaba equivocadamente que sí, que tenía la culpa de lo que le había tocado padecer.
Bueno, aunque esta escena de cine no tenga nada que ver con Leo Messi, yo creo que sí. Porque más de una vez he sentido el deseo de decirle un “no es su culpa”. Aclaración importante: yo escribo esto a fines de 2012, después de que Lionel cierra un año bárbaro con la Selección. Y entonces el abultado bando de sus críticos, esos que ponían cara de asquito para decir “Ese en el Barcelona juega, pero en la Selección no”, están en franca desbandada. Sin embargo, conociendo el fútbol, bastará que las cosas el año que viene no sean tan buenas para la celeste y blanca para que las aves rapaces vuelvan a sobrevolar el asunto, a poner carita de estar oliendo sustancias en descomposición y a desvalorizar a Leo.
Y vuelvo a la escena de la película, y a esas palabras de “No es tu culpa”. No es culpa de Messi ser un superdotado. No lo eligió. Lo habrá cultivado, mejorado, perfeccionado. Pero evidentemente nació con algo. Como el que nace con habilidad para las artes plásticas o para tirar piedrazos con gomera. Este nació con predisposición a una gambeta corta y endemoniada, a llevar el balón con toquecitos cortos a una velocidad de escándalo. Nació con habilidades suficientes como para convertirse en el mejor jugador de fútbol del mundo hoy en día. Y ahí está. Lo es. Por más que a alguno le moleste, Lionel Messi es el mejor jugador del mundo.
Y tampoco es culpa de Messi que exista Diego Armando Maradona. Ni que haya nacido también en la Argentina. Ni que el Diego nos haya dado todo lo que nos dio a los futboleros argentinos. Ni de que haya comandado a esa selección inolvidable campeona en México 86, ni que con el tobillo hecho fruta nos haya dejado en la puerta de otra hazaña en Italia 90. “¿Culpa de qué?”, se me podría preguntar. “De nada”, respondo yo. Culpa de nada.
Y sin embargo, siento que hasta el día de hoy se sigue cometiendo una injusticia absoluta con Messi, en esa comparación constante a la que se lo somete con el Diego. Le ruego al lector (en este caso, al público) que haga la prueba. En el próximo asado que le toque compartir con amigos, póngase a hablar de Lionel Messi. Lo que quiera: arranque por los goles que hizo este año en las eliminatorias, o con su campaña en el Barcelona. Insisto. Empiece por donde mejor le cuadre. Deje ahí, sobre la mesa, suelto el tema, para que los otros comensales lo recojan, lo lleven y lo traigan. Y cuente el tiempo. Verá que no pasan cinco minutos sin que alguno pronuncie la palabra mágica: Maradona. Y no es que lo van a nombrar simplemente para invocarlo. Nada de eso. Van a nombrarlo para compararlos. Lo usual será que quien lo convoque, con el dedito en alto y el aire desenvuelto, diga algo al estilo de “No me vengan con Messi, porque Maradona tal cosa y tal otra”. Y ahí se desplegarán las distintas variantes. El nostálgico del carisma de Diego se quejará de que Messi no habla en la cancha y recordará el modo en que el Diego sí hablaba  a los árbitros, a los contrarios, a los jueces de línea. El añorante de su emotividad le reclamará a Messi que no canta el Himno y hará memoria acerca de cómo el viejo diez se carajeó con toda Italia por su ingrata silbatina. El melancólico de su pegada se lamentará de que Messi no le pega bien a la pelota y hará una rápida composición intitulada “Diego y los tiros libres”.

Voy al final, porque no tenemos tiempo:

“No me interesa comparar a Maradona con Messi. Primero porque la carrera de uno de los dos, como jugador, está terminada. Ha concluido. Es una obra completa, y a medida que se aleja en el tiempo uno puede verla en perspectiva. En mi caso, la veo para maravillarme y decirle gracias. En el caso de algunos otros, para mezquinarle parte de su grandeza con cosas que no tienen que ver con lo que el Diego hizo dentro de la cancha. Y en el de otros, para llenarse de esa nostalgia odiosa que parte de la base de que lo mejor que tenía que suceder ya sucedió, y lo único que nos toca en el futuro es sufrir y padecer que nunca más pase lo que  ya pasó.
Messi, en cambio, tiene 25 años de edad y una década, si Dios quiere, para seguir jugando. Y yo no tengo ni idea de cómo van a ser esos años que vienen. Yo no necesito que Leo sea como Diego.
Necesito que sea como Leo.
Para lo único que quiero poner, en la misma oración, a Diego Maradona y a Lionel Messi es para decir que los dos son de otro planeta, pero gracias a Dios nacieron acá, en este país que es el mío. Y ver jugar tipos así no puede menos que hacerme feliz. Y punto”.

(Aplausos).

MM: Muchas gracias, Eduardo.

ES: Gracias a ustedes.

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