Entrevista a Diego Paszkowski: "El de escritor es un trabajo solitario: uno está con sus fantasmas frente a la computadora, con sus miedos y sus intereses."
La segunda parte de la charla con Diego Paszkowski continuó abordando el tema de la transposición del discurso literario al cinematográfico, de las diferencias que los soportes entrañan debido a las divergencias de objetivos y del tipo de comunicación, además de la forma de trabajar del escritor, solitaria o grupal, según el caso. También se refirió a las influencias literarias que reconoce o que le gustaría que resonaran en sus textos como Soriano, Saer, Rivera. Antes del cierre del encuentro Paszkowski leyó el cuento “Anillos" y Mario Méndez el cuento del autor “El primer día de clases de mi amigo Insu (y otra historia que no quisiera contar)” de la antología Historia con todos.
Mario Méndez: Cuando viste las diferencias tan grandes entre la versión cinematográfica y el guión con tu novela ¿qué sentiste?
Diego Paszkowski: Me pareció bien. Yo quise trabajar en el
guion de la película y no me dejaron. Patricio Vega, el guionista, que es el
que decidió hacer esta novela con Hernán Goldfrid. Ya tenía su propio guion
escrito cuando me convocó, tenía su propia visión de lo que era mi novela para
cine. Intenté participar en el guion, me dijeron que no y decidí soltar eso. La
película va a ser siempre la visión de Goldfrid y de Vega, y la novela va a
seguir siendo mía. Lo que yo tenía que decir, ya lo dije en la novela. Entonces
me pareció bien, me pareció que es una mirada distinta. Tiene algunas cosas
donde ganó. En la novela, por ejemplo, hay una escena oscura, dentro de un
cine, pero en la película es una escena de Fuerza Bruta con el agua y unas
cosas que se ven en el tráiler que es genial. Otras partes son distintas. El
final de la película es abierto y no se sabe si el chico mató o no a la chica y
en mi novela se sabe desde la primera frase que el chico va a matar a la chica,
que el joven abogado es el asesino, se sabe desde el principio, y el quid de la
cuestión es cómo va a hacer Roberto Bermúdez para encarcelarlo y probar una
cosa que sabe que hizo. El planteo de mi novela es distinto y por otra parte está
la visión de los dos personajes, la del asesino y la del profesor. En la
película está solamente la visión de Darín, o sea, de Roberto Bermúdez. La
película tiene otro enfoque y que haya una diversidad de interpretaciones me
parece bueno. La película no es mía, es de Hernán Goldfrid. Yo la pasé muy bien
en muchos sentidos. Que me dejaran actuar en una escena con Darín me pareció
genial. Le pido un autógrafo…
MM: ¿Cuál es tu famosa frase?
DP: “Lo molesto yo también”. Las cuatro
palabras que dije en cine fueron esas. Y Darín, que estaba firmando libros y se
estaba por levantar una chica se da vuelta y dice: “Sí”. Esa fue toda mi
participación en cine, como actor, en la vida.
MM: ¿Cómo fue eso, después de la actuación?
DP: Fue genial. Yo estaba como levitando.
Estaba emocionado. Porque básicamente, lo que sucede con el escritor es que
hace un trabajo solitario. Vos lo sabrás muy bien. Estás vos con tus fantasmas
frente a la computadora, con tus miedos y tus intereses. El cine en cambio, es
un trabajo en conjunto. Uno llega a una librería que está cerrada, a las doce
de la noche, con camiones de cine enfrente, con la calle cortada para que no
haya ruido mientras filman, con cincuenta extras que están ahí, vestidos como
si estuvieran en un evento literario, porque es la presentación del libro de
Bermúdez, con pilones de libros de utilería que decían “La estructura de la
Justicia”, que es el que libro que supuestamente escribe Bermúdez, con la foto
de Darín en la solapa. Pilones de libros vacíos, en blanco… Mis personajes
cobraron vida… es una locura. Y está Darín haciendo de Bermúdez, que es súper
simpático todo el tiempo detrás de cámaras. Así como se lo ve en las películas,
tiene algo de verdad. Él en sí mismo es así. Tenés maquilladoras, tenés
sonidistas… me ponen un micrófono y estoy participando en una escena de mi
propia novela que se corporizó. Es loquísimo, es una de las mejores
experiencias. Yo volví a casa a la noche, como a las cuatro de la mañana, y
Daniela, mi mujer me dice que después le cuente. Yo me acosté en la cama y se
sentía la tensión. Entonces me dijo: “Bueno, dale, contame”. (Risas).
Asistente: ¿De quién surgió la idea de que vos
participaras en la película?
DP: Fue mía, les pedí que me dejaran hacer un
cameo. Lo mismo va a pasar en El otro
Gómez, si es que hacen la película.
MM: Ya tenés experiencia.
DP: Sí, ya tengo una gran experiencia.
(Risas).
Asistente: Si bien no participaste del guion, ¿no
pediste verlo?
DP: Sí, lo leí. Pero no podía intervenir
porque me dijeron que no participara. Y además pedí suficiente dinero. (Risas).
DP: Alguna posibilidad hay. Es una novela que
hace tiempo quieren hacer en cine. Yo ya había recibido diferentes propuestas
para hacerlas, que al final, como siempre sucede en el cine, no siempre
prosperan, ya había tenido alguna reserva. Hay un guion que hizo un español
contratado por Cuatro Cabezas en su momento. Hay otro de un guionista
argentino, y uno que hice yo mismo, que como no soy un guionista profesional,
no es tan bueno. Ahora van a ver si se trabaja mi estructura de guion con un
guionista profesional que lo mejore, o si se encarga un guion a alguien
externo. Eso lo tiene que decidir la productora, en la medida en la que
consigan los fondos como para hacer la película. Más que hacer yo el guion, me
gustaría trabajar con un guionista profesional, que me enseñe a acomodar mi
nivela en formato guion. Ese sería un buen aprendizaje. No sé si se dará o no,
y eso ya no depende de mí, pero en todo caso, la idea de comunicarse con la
gente, la idea de tener un equipo de cineastas alrededor es siempre muy bueno
para mí, que cuando estoy escribiendo estoy solo. Y si no estoy con mis
alumnos, que también es muy enriquecedor, y si no estoy firmando libros para
chicos. Tener contacto con otra gente que trabaja en diversas cosas, es muy
enriquecedor para mí, lo valoro y lo agradezco. Cualquier experiencia, salga
como salga la película, siempre va a ser positiva para mí.
MM: Por ahí además te sirve para la
comunicación.
DP: ¿Por qué no? Me estás dando ideas.
MM: Contanos un poco, porque hace como veinte
años que das talleres…
DP: Casi treinta…
MM: Muy jovencito empezaste.
DP: Sí, a los veintitrés años empecé a dar
talleres en el Centro Cultural San Martín. Daba un taller para chicos de quince
a dieciocho. En la medida en la que me fui haciendo más grande subí la edad de
mis alumnos. Y ahora que tengo doscientos años, hasta ciento veinte puedo
admitir.
MM: ¿No habías pasado por Letras?
DP: No. Tengo dos amigos que revisaban lo que
yo escribía. Yo escribo desde chico. Tenía como dos profes particulares. Estos
amigos me decían qué estaba bien y qué estaba mal. Uno especialmente, que tenía
un fibrón negro con el que me tachaba todo lo que estaba de más. Negro para que
no se viera por debajo. El otro usaba una birome verde finita. Mucho más suave.
Y así aprendí a dejarme corregir. En un momento tuve que tomar una decisión en
mi vida, que fue la de seguir creyendo que escribía fenómeno porque sí, o
dejarme enseñar. Y aprendí a escribir. Yo escribía muy mal, este chico empezó a
tacharme todo lo que estaba de más y me di cuenta de que tenía razón.
MM: ¿Era un pibe que venía de Letras?
DP: Había hecho Letras, sí. El
otro es un sociólogo conocido, mi mejor amigo.
MM: Es decir que el ego está bastante domado.
DP: Sí, soy muy dócil. Cuando me toca ser
alumno soy muy bueno.
MM: ¿Y en esta relación que es un poco
parecida con los editores? ¿Cómo vas?
DP: Es raro. Los editores tardan mucho en
contestar, uno les manda un mail y pueden pasar seis meses para que te digan
que leyeron tu cuento y no les gustó. (Risas). O sí les gustó. Pero seis meses.
¿Por qué no me lo decís a los quince minutos? Yo soy un tipo ansioso, necesito
que me respondan de inmediato si la cosa sucede…
MM: Me parece que ese es un problema
editorial argentino. Creo que no pasa en todo el mundo esto de los tiempos
laxos.
DP: Sí, son tiempos que me llenan de
angustia.
Asistente: ¿No ves relación entre el editor y la gente de cine, en el sentido de la búsqueda que tienen? Como que son un poco resultadistas…
DP: Está bien pensarlo, pero por lo menos a
mí no me sucede. Doy un ejemplo. Cuando salió la película y salió la reedición
de Tesis… con esta tapa en la que están Darín y Calu
Rivero, a mí me pidieron que hiciera un “Tesis
2”. Eso es resultadista. Entonces
les dije que no. Porque no tengo necesidad, porque no me importa, porque no
quiero. Ya está bien. Lo que dije ya está. En ese sentido, sí, a mi editora de
sudamericana le hubiera encantado que yo tuviera un Tesis 2. Y no sucedió ni sucederá. A mí sí me interesa que haya una
segunda parte de Te espero en Sofía.
Porque yo tuve un séptimo grado y tuve un primer año. Dody podría pasar a
primer año y conocer un mundo nuevo. Ahí soy yo el resultadista, porque me
parece que esta historia podría completarse con otra novela si la editora
quiere. Y supongo que va a querer, porque esta novela se está dando mucho en
los colegios. Y la gente de cine, depende. Hay cine independiente, hay cine
comercial… Evidentemente a mí me tocó la parte del cine comercial, y yo lo
agradezco, porque no soy una persona ni de editoriales chiquitas ni de perfil
bajo. Estoy acá, tratando de ser el centro de atención de todos ustedes. Como
cuando me preguntan por qué empecé a escribir... ¿Quieren que les cuente?
MM: Dale.
DP: Yo tenía dieciséis años y tenía un amigo
que era como el centro de la fiesta. El tipo tocaba la guitarra, leía sus
cuentos, hacía canciones, y todo el mundo lo miraba a él en la reunión.
Entonces yo me moría de envidia, porque estaban todos alrededor de él. Entonces
me propuse ponerme a escribir para ser yo el centro de la fiesta. Hubiera sido
cantante también. Pero no me dio la voz. (Risas). Yo empecé a escribir a los
dieciséis años solamente para eso, y lo logré. Acá estamos, siendo el centro de
la fiesta, pero fue eso. Ser resultadista o no, no me importa. El tema es qué
tan seguro está uno de lo que quiere hacer. Yo estoy seguro de que no quiero
hacer Tesis 2. Y sí sé que quiero
hacer Te espero en Sofía 2, y tal vez
lo haga. Tengo un borrador. Eso depende del lugar en el que está parado uno.
Hay cosas que haría y cosas que no.
MM: Y ya que estamos con la hipótesis… Acá
vino Eduardo Sacheri, y dijo que no le había gustado que le cambiaran La pregunta de sus ojos, por El secreto de sus ojos, pero lo aceptó por una cuestión comercial. ¿Qué hubiera
pasado si te hubieran planteado un cambio de título para Tesis sobre un homicidio?
DP: Me hubiera sentido igual de mal que
Sacheri. Tuve la suerte de que no me sucedió, pero me hubiera molestado, sí. No
solo por razones comerciales, sino por otras razones también… Aunque sea un
mínimo de respeto por el título. Igual Sacheri tuvo muchísima suerte, hicieron
una película hermosa, se ganó un Oscar, y tuvo realmente mucha suerte. Y no
hubiera sido muy feliz con un cambio de nombre, y agradezco que Hernán y
Patricio no lo hayan hecho. ¿Querés que te lea algo?
MM: Sí, porque cada tanto relojeo la hora.
DP: Les voy a leer un cuentito corto y me voy
a dar mi clase.
MM: Después no se vayan, que seguimos
charlando un rato.
DP: Mis dos alumnos sí se van.
MM: Por supuesto. Te los llevás.
Asistente: Tienen que llegar primeros.
Una
costumbre que teníamos con mi novia era que yo le regalara anillos. Nuestra
relación era extraña, ya que nos veíamos dos meses, luego dejábamos pasar tres,
volvíamos a encontrarnos otros dos, y así siempre. También era extraño que nos
citáramos en lugares del mundo siempre distintos, pero supongo que era eso lo
que nos gustaba entonces. El romance comenzó en Nueva York porque, como se
sabe, todo comienza siempre en Nueva York. Ella miraba anillos en una tiendita
del Village, yo buscaba unos buenos guantes abrigados. Era el segundo día de
febrero y nevaba. La miré —ella dudaba bajo su campera de lana— y le dije que
era capaz de adivinar su nombre. Se lo dije en inglés pero ella respondió en
español, y respondió bueno, a ver, inténtalo. María, dije, creyendo tener, con
un nombre corriente, mayores posibilidades. No, me dijo, soy Nuria. Pues claro,
Nuria, dije para que supiera que yo también hablaba castellano. Para remediar
mi falta, propuse elegir y comprar su anillo. Pensé que ella no lo haría, pero
aceptó: ya nos habíamos enamorado. Era un anillo común, muy bonito, de cinco
dólares, con una falsa piedra negra. Era un anillo más, pero fue el primero de
otros muchos. Meses después, en un puesto de la calle, en Madrid, cerca de una
estación de Metro llamada San Bernardo, encontré uno parecido con una piedra
morada, también de unos cinco dólares. Ella me esperaba en un departamento que
nos habían prestado, y cuando le di el anillo supe que no podría dejar nunca de
regalarle anillos ni de estar con ella. En Buenos Aires, un lugar remoto,
paseábamos por un parque llamado Centenario y en una feria artesanal descubrimos
el mismo anillo, con una falsa piedra verde. Una mujer con un vestido de lino
blanco nos vendió uno, de piedra celeste, en Guadalajara, en la calle de los
mariachis, y una brasilera joven y bonita nos regaló uno rojo en la playa de
Itapoa, en San Salvador de Bahía. Y en todos lados, en Bangladesh, y en
Marruecos, en Johannesburgo y en Praga, en Varsovia, y en una callecita
estrecha de la Ciudad Vieja de Montevideo, y en otra de la parte antigua de San
Sebastián, y en las escaleras que suben a Montmartre, y en una confitería de
San Francisco, en todos lados Nuria recibía los anillos baratos de piedras
comunes que yo le ofrecía, los recibía como quien renueva un compromiso
inevitable. Y fuimos felices, de ese modo, varios años. Hasta que un día le ofrecí
una casa, una posibilidad de establecernos, una alianza de oro. Y la
rechazó.
(Aplausos).
DP: Bueno, un placer.
MM: La verdad es que para mí también.
DP: Me alegro mucho. Si alguien tiene alguna
pregunta…
MM: Tenemos unos minutos más…
Álvar Torales: El tema de las canciones que escribiste…
DP: Yo escribí la letra nada más eh…
AT: Sí, a eso me refiero. Homero Expósito
llamaba “Cancionística”, a una suerte de técnica para escribir versos
destinados a ser canciones…
DP: Con métrica y rima, claro.
AT: Claro. Eso quería saber. Si hay algo de
eso, o más bien la pregunta sería si es lo mismo escribir una poesía que un
poema que va a ser cantado.
DP: No. No es lo mismo. Yo tango algunos
poemas que naturalmente me salen con métrica y rima. Esos son más fáciles para
que el músico los resuelva. Tengo otros poemas que son libres, y si el músico
es muy bueno, que fue el caso de Devries, hay un poema mío, por ejemplo, que se
llama “Lluvias”, que pueden encontrarlo en Youtube, que no tiene tanta métrica
ni tanta rima, pero la música lo recorre. Eso tiene que ver con el talento del
músico que me tocó en suerte. Hay una zamba que tenía Devries que no tenía
letra, y me pidió que hiciera una zamba. Yo hice una canción de cuna. En ese
caso, le puse la letra a la música de él, y en el anterior él le había puesto
música a mi letra. Me parece que cuando uno habla de cosas artísticas, no sé si
hay un manual, como diría Expósito. Si sirve. Por lo menos, yo trabajo de una
forma más libre y más artística. Sale lo que sale, y a veces sale bien.
¿Algunas más?
Asistente: Sí. Si sentís que tus raíces o tus ramas
se tocan con las de otro escritor. Por ejemplo, Soriano…
DP: Ojalá. Si es Soriano, ojalá. Sí, depende
de la novela. Mi escritor favorito se llama Isaac Bashevis Singer. Todo el
mundo tendría que comprar cualquier cosa de él y leerla, y es maravillosa,
siempre. Cuando yo escribía Rosen. Una
historia judía, le decía a mi mujer que estaba poseído por el fantasma de
Bashevis Singer. Sentía que estaba contando la historia de mi familia con
palabras de él, sin copiar ni una sola letra, ni una sola frase, pero me sentía
adentro de su fantasma. Me parece que Rosen
tiene alguna influencia. De hecho, la frase del acápite, que dice “Me lanzaba a todo ello con la silenciosa desesperación/ de quien es consciente de la insensatez de sus actos”, es de él. El espíritu de Max Rosen es
ese. Ser un inconsciente, e ir para adelante. Siento que hay algún tipo de
influencia de Bashevis Singer en Rosen.
Siento que en Lorena… hay algún tipo de influencia de Andrés Rivera
y de Saer. Es una novela experimental, tiene un montón de recursos y de
ensayos, es como una novela de recursos. En cambio, El otro Gómez es una novela de argumento. El tipo es un
narcotraficante, es una novela en la que lo más importante es el argumento. En Lorena… importan más los recursos, y ahí
siento que hay una influencia de Andrés Rivera, que me parece un gran, gran
escritor argentino, lamentablemente muerto hace poco. Rivera me parece que es
una influencia positiva para mí, y Saer también en esta novela. Y un escritor
español que me parece el mejor de todos, que se llama Justo Navarro, que me
gusta muchísimo. Tanto es así que lo perseguí por mail durante mucho tiempo
para que me hiciera el prólogo de la reedición de Tesis sobre un homicidio, hasta que lo conseguí. Después fui a
visitarlo a Granada para agradecerle.
Asistente: Ahí gastaste el resto de los ahorros que
te quedaban.
DP: No, esos me los dio Tesis… (Risas).
MM: Bueno Diego, no quiero que llegues tarde…
DP: Bueno, muchas gracias por todo, gracias
por escucharme.
(Aplausos).
MM: Bueno, innovamos hoy. Para los que vienen
por primera vez, bienvenidos. Normalmente cuando el autor se retira vienen
algunos lectores para que les firmen los libros y yo ya me relajo, y me quedo
charlando con Nacho y con el que se acerque. Pero tenemos un ratito más y
quería aprovecharlo…
Asistente: Yo quiero hacerte una pregunta. En el que
contaba, el de los anillos, tenía una forma de relatar en la que parecía
escrito en español peninsular, en lugar de en argentino. Muchos escritores
hacen eso. ¿Por qué?
MM: Puede haber muchas razones. A veces tiene
que ver con una cuestión de mercado. Por ejemplo, si va a estar en una
antología extranjera, te piden que lo adaptes a una cosa neutra o al tuteo.
Nosotros en la Argentina tenemos la particularidad del voseo que creo que se
usa en Nicaragua nada más. Y en Uruguay, que se usa mezclado con el tuteo.
Entonces muchas veces lo que hay es esa adaptación. Otras veces puede tener que
ver con el personaje particular. En este caso no hacía falta. Podía ser un
argentino, tranquilamente. La verdad es que más que eso no te sé decir.
Asistente: A mí, lo que da, si se me permite decir,
bronca, es por qué nosotros tenemos que bancarnos el español, y en el exterior
no se pueden bancar el argentino.
MM: Y, por una cuestión de relación de
fuerzas. Es una cuestión de millones de lectores y cientos de miles.
Asistente: El autor dijo que es menester que cuando
escriba una novela se meta en el personaje. Que puede ser cualquiera. Y ya lo
relata de otra manera.
MM: Sí. Incluso hay una evolución en la
literatura argentina, de los años cincuenta para atrás, en la que no se
escribía como se hablaba. Estaba mal visto publicar historias en las que los
personajes vosearan. Se escribía en tuteo.
AT: El voseo clásico rioplatense, ni siquiera
podemos decir que es argentino. No en toda la Argentina se usa el mismo tipo de
voseo que usamos en Buenos Aires.
MM: Es verdad. El uso de los verbos. Si uno
se va al interior usan el Pretérito Perfecto Compuesto todo el tiempo. Lo
escuchan a Riquelme y dice: “He podido disfrutar del fútbol durante muchos
años”. No dice “disfruté”. En Tucumán hablan así, en Salta también. Es
interesante que lo hayas oído, porque no lo leíste…
Asistente: Después, Te espero en Sofía es extremadamente coloquial.
MM: Claro, porque está narrado en primera
persona en la voz de un pibe. Te espero
en Sofía, para quienes no lo leyeron, es una frase en clave, porque el
personaje, Dody, y sus compañeros de la escuela Petronila, que existe acá, en
Parque Chas, decían: “Te espero en Sofía” cuando se convocaban a pelear, cuando
se desafiaban a pelear. Sofía, si caminan por Parque Chas, es una de las calles
de adentro del Parque, que tiene muchas ciudades: tiene Budapest, Praga, y
otros nombres de ciudades europeas. El título Te espero en Sofía, está bueno, porque además es engañoso. Uno
espera otra cosa. Y lo que significa es: “te espero en la esquina para que nos
agarremos a piñas”. Es una novela muy linda y tiene este tono coloquial.
Asistente: Es buena para narrarla, porque no hay que
hacer ninguna transposición.
MM: Totalmente. Un poco larga… ¿Tienen alguna
pregunta más para ver si puedo contestarla, sobre lo que contó Diego? Muchas veces con Bibliotecas para Armar vamos
a barrios, a villas y había (hay) muchos problemas con la discriminación:
provincias, países limítrofes, color de piel… Y como me funcionó una vez lo
elegí para muchos talleres, un cuento que está muy bien escrito y que toma ese
tema, que se llama “El primer día de
clases de mi amigo Insu (y otra historia que no quisiera contar)”. Creo que no se reeditó. Está en una antología que se llama Historia con todos. Dice así:
Tengo doce años y estoy en séptimo
grado de la escuela Petronila Rodríguez, en el barrio de Parque Chas, que queda
cerca, o dentro, no sé bien, del barrio de Villa Urquiza, que queda en una
punta de la ciudad de Buenos Aires, que a su vez queda en una punta de la
Provincia de Buenos Aires, que a su vez queda en una punta de Argentina, o
más bien en el medio pero que queda, Argentina, en una punta del continente
llamado América, que a su vez queda, sí, América, en un costado del mundo.
En mi clase somos treinta chicos y
chicas (bueno, veintinueve, porque una chica en el verano se mudó y cambió de
escuela, y justo era la que más me gustaba, lo que me puso algo triste porque,
en algún próximo cumpleaños, el de ella o el mío o el de algún otro chico que
nos invitara a los dos, o en cualquier fiesta que organizara cualquiera de
ellos, iba a decirle eso, que me gusta, que podríamos ser novios, o salir, o
algo, no sé, estar juntos, yo no sé mucho de esas cosas, pero igual no importa
primero porque ella se mudó y segundo porque no es de eso de lo que quiero
hablarles).
De lo que quiero hablarles es de que en
mi grado, séptimo "B" de la escuela Petronila Rodríguez, que queda en
el barrio de... (bueno, ya lo dije) hay un chico coreano cuya familia llegó
hace poco tiempo a la Argentina, y que después de una adaptación y de
esforzarse mucho en aprender el idioma, vino a hacer séptimo grado con
nosotros. Muy pronto, el primer día en que llegó, nos hicimos amigos: lo vi tan
asustado, tan preocupado, confundido, solitario y desorientado que me acerqué a
ver qué le pasaba, y él me dijo que se llamaba Insu, Kim Insu pero le decían
sólo Insu, y a mí me pareció algo extraño, porque mis amigos se llaman Juan, y
Marcelo, y Jorge, nombres así, simples, comunes, como el mío, que es Iván, o
como los de las chicas, que se llaman Jorgelina, o Marcela, o Juana (pero ahora
que lo pienso, no siempre es tan así, porque la chica que me gusta se llama
Dafna, que es un nombre hebreo y se traduce como Laura, pero no quiero
hablarles de ella que, ya lo dije, se fue a otro barrio, a otro lado, a otra
escuela, y es probable que no vuelva a verla más, y es una pena porque yo
quería decirle... bueno, eso).
No, no quiero hablar de Dafna sino de
mi nuevo amigo Insu, quien llegó el primer día de clases y nadie se le
acercaba, no sé por qué... o sí, porque lo veían distinto, porque tenía los
ojos rasgados, porque no hablaba nuestro idioma del todo bien, pero a mí no me
importaba nada de eso y nos hicimos amigos ya ese mismo día. No pasó lo mismo
con el resto de mis compañeros, en especial con uno que se llama Adrián y que
sin siquiera conocer a Insu lo primero que le dijo es "vos, japonés, que
tenés los ojos así de chinos y que hablás en coreano, vení acá que te reviento".
Adrián, que es siempre el mismo bruto
de siempre y que trata mal a todo el mundo, quiso aprovecharse del nuevo y por
eso lo trató así, por bruto, porque no tiene ni idea de que no es todo lo
mismo, chinos, coreanos y japoneses, y es más, que no importa de dónde vengan
las personas y qué color de ojos o de pelo tengan sino quiénes son esas
personas, quién es cada uno, qué le pasa, qué hace, a quién ayuda, qué siente;
pero bueno, el brutísimo de Adrián no pudo entender todo eso y por eso lo
enfrentó así, para molestarlo, para aprovecharse del débil, que es lo que
siempre hacen los idiotas como él. Yo me puse en medio y le dije "eh, qué
te pasa", porque me parecía una injusticia que maltratara a Insu, que
además me había caído tan bien.
Pero él no se asustó y le dijo
"vení, quiero mostrarte algo".
Todos hicimos silencio.
¿Qué era lo que iba a mostrarle Insu a
Adrián?
Pronto lo supimos, porque ellos
subieron las escaleras hasta el primer piso de la escuela seguidos por todo el
resto del grado. No sé cómo Insu conocía tan bien la escuela, si era el primer
día en que venía, pero parece que la conocía y entonces llevó a Adrián hacia
una puerta que había en medio del pasillo del primer piso, una puerta que ni yo
ni nadie había visto nunca, y la abrió con una llave dorada que tenía en el
bolsillo de su guardapolvo.
Entraron los dos por aquella puerta y
todos nos quedamos afuera, esperando. No sabíamos qué podía haber allí ¿un aula
secreta donde ejércitos de profesores le enseñarían a Adrián a no ser tan
bruto? En fin, nadie podía saberlo porque nadie conocía esa puerta, pero al
rato los dos salieron y se dieron la mano frente a todos nosotros.
Yo no podía creerlo, porque Adrián
nunca era bueno con nadie, les hacía bromas pesadas a las chicas, les pegaba a
casi todos los varones (a mí no, porque una vez en que se me acercó se la
devolví y no me molestó más), pero bueno, era raro que Adrián se hiciera amigo
de alguien.
Después, cuando me quedé solo con Insu,
le pedí que, ya que íbamos a ser amigos, me enseñara qué había detrás de
aquella puerta secreta. Me dijo que no, que yo no necesitaba saberlo, que ya
sabía todo lo que había que saber. No lo entendía, así que le pedí que entonces
al menos me contara qué había, y cómo había conseguido la llave. Pero no había
caso: Insu cambió de tema y no me dijo nada más, nada de nada.
Más tarde, en el recreo largo, fui solo
al primer piso y, con asombro, noté que la puerta ya no estaba. Bajé al patio
para preguntarle a Adrián, y en lugar de encontrarlo como de costumbre
molestando a alguien lo encontré solo, sentado en un rincón del patio, comiendo
tranquilo un sándwich de milanesa que había traído de la casa, y se veía como
pensativo, preocupado por sus cosas, justo él que nunca piensa mucho en nada.
Me senté junto a Adrián y le pregunté
qué había pasado, adónde lo había llevado Insu. Su respuesta me sorprendió: esa
puerta, aunque ahora ya no estaba, daba a una escuela igual, exactamente igual
a la nuestra... ¡pero en Corea!
¿Cómo podía ser? Viajar hasta Corea
debe llevar un montón de tiempo, más tiempo que aprender la tabla del 8, me
imagino. Pero Adrián no sabía de dónde venía la magia de la puerta secreta.
Apenas recordaba lo que había visto del otro lado: un gran colegio coreano,
lleno de estudiantes coreanos desconocidos y él mismo, solo, convertido en el
nuevo.
Me contó que, asustado, trató de
saludar, o al menos de decir alguna palabra en coreano ("hola", por
ejemplo, que se dice "aneong", y yo lo sé porque me lo dijo mi amigo
Insu) pero no le salía nada, o le salía mal, y un chico más grandote que él lo
empujó y le dijo en coreano (y él, por la misma magia, lo entendía, aunque con
dificultad) "vos, gordo, que tenés ese estúpido pelo rubio y esos
estúpidos ojos azules y que no se sabe ni de dónde sos ¿querés que te
reviente?".
Adrián, temblando de miedo, deseó
encontrar a algún amigo, alguien que lo tratara bien, que entendiera lo difícil
que era estar entre extraños, y no conocer el idioma... Entonces vio a Insu,
que le sonreía con comprensión, le dio unas palmadas en el hombro y le dijo que
no se asustara, que ellos no sentían odio: solamente reaccionaban así porque
era diferente y no sabían qué hacer.
Al fin, me dijo Adrián mordiendo su
sándwich de milanesa, de repente se dio cuenta de que habían vuelto a atravesar
la puerta y otra vez estaban en nuestro colegio.
Adrián, desde entonces, ya no molestó
más ni a Insu ni a nadie.
Y
yo me dediqué a buscar por toda la escuela esa llave y esa puerta que tal vez
pudiera llevarme a la escuela a la que los padres habían trasladado a mi amiga Dafna...
aunque de eso no quiero hablar.
(Aplausos).
Asistente: ¿Dónde se consigue ese cuento?
MM: No creo que se consiga. Fue una colección
que en 2001 o 2002 que creó Santillana, que se llamaba Leer es genial. Salieron
cincuenta y cuatro libros. Después salieron algunos más en distintas tandas,
pero con las crisis sucesivas no pudo hacerse más porque era todo en color,
papel ilustración, tintas flúor y demás. Muchos de los libros pasaron a las
colecciones de colores temáticas, por edades, de Alfaguara (ahora Loqueleo), y
muchos se perdieron.
Bueno,
acá terminamos, nos vemos el lunes que viene, con la visita de Vicente Muleiro.
(Aplausos).
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