El embrujo de los susurros



“Pienso en los tubos de los susurradores y creo que ellos
también propician una trémula metamorfosis: la luz de la
voz regalando un poema al oído es generadora de placer y,
seguro, mitigadora de penas, aventadora de naufragios…”
(Colángelo, 2015)

Mirta Colángelo (1942-2012) una gran maestra impulsora de la educación por el arte, incansable narradora y responsable de que en nuestro país la poesía también se susurre. A pocos días del aniversario de su fallecimiento queremos recordarla a través de una entrevista publicada en el año 2010 -en el blog del Espacio de literatura Infantil y Juvenil (EdeLIJ)-, en la que cuenta en primera persona dónde nace la idea de susurrar y sus experiencias en el ámbito local.
“¿Cómo repercute la acción de susurrar en sus hacedores/as? El poema, el cuento breve, las palabras viajando por el susurrador -“varitas mágicas”, decía Mirta Colángelo- van encontrando en la boca de quién las susurra diferentes matices. En la repetición, en el juego de empezar y terminar cada ceremonia de “dos” se abre una investigación sonora. El volumen, la intensidad, la posibilidad de desarmar las palabras, dilatarlas, acelerarlas, jugar con vocales y consonantes, armar texturas sonoras a partir de la melodía o ritmo, jugar con el decir hasta licuar el sentido y transformarlo en sonido…                                                       
El susurro, el murmullo, la palabra como caricia, envoltura sonora y rítmica. Onomatopeyas e interjecciones, formando parte del mapa sonoro que se ofrece.
Y también la posibilidad de capturar el gesto en el rostro de quien se dispone a escuchar. Observar las miradas, las sonrisas, los estremecimientos, la llegada de lo que se va emitiendo, el eco que repercute en el cuerpo, la resonancia traducida en gesto…
Susurrar es un acto transformador. Transforma el tiempo, modifica las lecturas, la capacidad de escucha, la apertura de los sentidos. Lo pequeño se convierte en extraordinariamente gigante, se amplifican los universos mínimos. El juego tiene su territorio liberado para existir. Es democrático. Es simple, contundente, profundo, verdadero, auténtico. Está al alcance de todos y todas. Viaja con uno/a. Se vuelve piel y necesario, como respirar”.

EdeLIJ (E): -Mirta cuéntanos dónde nace la idea de susurrar y cómo comenzaste a implementarla?
Mirta (M): -En agosto del año 2007 mi entrañable amigo, el artista Juan Lima, me contó acerca de un grupo francés; Les souffleurs, que desde el año 2001, pensando en desacelerar la locura del mundo, salieron a susurrar poesía en ámbitos académicos de París. El grupo, que popularizó este gesto llegando a susurrar entre cientos de personas por todo el mundo, está conformado por poetas, artistas plásticos, músicos. Ellos se visten de negro y esgrimiendo largos tubos de cartón o de fibra, a veces con sombreros o paraguas también negros, susurran pequeños textos poéticos al oído a través de esos tubos. La idea me pareció fascinante así es que a partir de fines de ese invierno empecé yo también a susurrar. Dado que coordino talleres de poesía en Bahía Blanca, ciudad donde vivo, y en todo el país, decidí acercar la idea a otras personas. Fundamentalmente a docentes de todos los niveles, a bibliotecarios y animadores de lectura. En muchos de los viajes llevé susurradores de regalo. La primera vez que susurré fue en la apertura de una muestra en el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca. Pinté de negro un tubo de cartón de 1,60m aproximadamente y yo también, vestida de negro, le susurré a unas sesenta personas.
Cuando salí a la calle estaba muy conmovida. Los perfiles de los rostros de la gente a la que había susurrado me confirmaban el poder formidable de la poesía. Denotaban emoción, se distendían, se encendían. Durante la semana siguiente recibí doce correos agradeciéndome el gesto. Y esto mismo le sucede, porque recibo numerosos comentarios y crónicas al respecto, a quienes están susurrando por el país.

E: -Cuéntanos algunas experiencias con los susurradores? (reacciones y respuesta de la gente, chicos y grandes…)
M: -Las experiencias vividas a través de estos más de dos años son muchas. Las anécdotas, riquísimas. En general la gente acepta la invitación de ser susurrado. Muy pocos la rechazan. Los niños se entusiasman. Suelen pedir más de un texto. Yo he susurrado en escuelas, en jardines, en ferias y mercados; a los taxistas, a músicos callejeros, en hospitales y a tantos más.
Hemos hecho intervenciones poéticas en las que participaron grupos numerosos. En el Seminario internacional de Literatura Infantil y Juvenil llevado a cabo en octubre de 2008 en el Complejo La Plaza de Buenos Aires, a través del programa Placer de leer de la Fundación CyA éramos unas 50 las susurradoras.

E: -¿Y alguna anécdota que recuerdes particularmente?
M: -Una de las anécdotas que más recuerdo sucedió cuando regresando de uno de mis viajes de trabajo tomé un taxi rumbo a la terminal de ómnibus de Retiro. Era cerca de medianoche y el conductor, un hombre bastante mayor, andaba de mal humor. Me decía que tenía que seguir trabajando a pesar de que ya era tan tarde, que su mujer estaría acostada y tanto más. Yo lo escuchaba y me daban ganas de susurrarle algo. Claro que pensaba que mi susurrador pintado de negro podría intimidarlo. Pero como la cantinela seguía, estando detenidos en un semáforo, me decidí y esgrimiendo el susurrador lo invité a que escuchara una vieja copla. Para decírsela a su mujer, le dije. La copla era ésta:

Pan es pan
queso es queso
no hay amor
si no hay un beso

Al hombre le cambió la cara; sonrió agradecido. Cuando paramos en el otro semáforo sacó una libretita de la guantera y me pidió que le repitiera la copla porque quería copiarla. Y la copió.
Al llegar a la terminal me ayudó con la valija de libros y hasta me tendió la mano en un saludo cordial. La poesía lo habitaba.

Colángelo, M. (2015). De susurros y susurradores. Buenos Aires: Comunicarte.

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