Recuerdos de una biblioteca anarquista

A bordo del 36, en un viaje que no era tan corto como hubiéramos querido desde Villa Lugano, íbamos a los ciclos de cine de la José Ingenieros. No captábamos en ese entonces el matiz cómico, de sketch de teatro trans, de decirle "la" José Ingenieros a la biblioteca anarquista de Villa Crespo. ¿Qué hubiera pensado el autor de El hombre mediocre de ese tratamiento si nos hubiera escuchado usar ese código?
En la sala de la biblioteca daban ciclos de cine europeo los domingos a la tarde, en el horario de las misas vespertinas en la capilla el barrio, a la que hacía unos años habíamos dejado de asistir, en parte por repetitivas. Imitábamos los sermones. Los encuentros del cine club Jaén tenían su ligero acento místico: con reverencia veíamos (en mi caso, perplejo y sin entender demasiado) películas de Rainer W. Fassbinder y de Werner Herzog. Parte del tesón puesto en regresar uno y otro domingo, solo o acompañado por amigos, se debía a esa incomprensión. La siguiente vez entendería.
A la biblioteca (popular pero no pública) la habían fundado en 1920 obreros, como dije, anarquistas y también socialistas. No se llamaba como ahora sino Lenin. Luego del golpe militar de 1930, fue clausurada y varios libros se quemaron. Ahí hay un antecedente biblioclasta de las dictaduras argentinas: los libros son considerados peligrosos por los gobiernos autoritarios. Vuelta a abrir, se la bautizó con el nombre del filósofo argentino.
"La programación misma ya era un acto de resistencia -dice Javiera Gutiérrez, editora y autora de celebrados libros para chicos-. En copias 16 mm que prestaban el Instituto Goethe, la embajada de Francia y la embajada de Canadá se proyectaban películas apenas vistas en la Argentina de entonces, entre ellas, las primeras producciones de Fassbinder y Herzog, además de los ciclos de expresionismo alemán y cortos canadienses." Las funciones eran "a la gorra" y luego de la proyección, cada domingo, había un debate al que a veces me quedaba para participar en silencio. "Durante un tiempo la programación y los debates los llevó adelante el profesor Domingo Colozzo -recuerda Gutiérrez-. De los que participábamos no sé mucho más que apodos, en una época en la que era casi mejor no saber los apellidos: Tony, Pipo, Cuco, Beto, Miguel..."
Los ciclos funcionaron durante toda la década de 1980. No encontré en casa los programas preparados cuidadosamente, con información sobre directores y películas, para distribuir entre los que concurríamos. "Yo estaba como integrante, como todos ahí, iba a buscar las latas de películas, ordenaba las sillas, proyectaba", cuenta Gutiérrez. Me contó que también le tocaba fotocopiar esos programas, a los que ahora imagino en archivos de coleccionistas y cinéfilos.
El ciclo de cine fue sólo una parte de la labor de difusión cultural sin elitismos en "la" José Ingenieros (Juan Ramírez de Velasco 958). Hubo (y hay todavía) talleres de alfabetización, clases de apoyo escolar, ferias de publicaciones, presentaciones de libros, charlas vecinales y, como en las épocas de censura, dosis de valentía.

Fuente: LA NACIÓN

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