Cecilia Pisos: "Yo trato de no hacer bajada de línea pero sí abrir una ventanita a través de la ficción."

La segunda parte de la entrevista con Cecilia Pisos comienza con una revisión de su trabajo en prosa para seguir de cerca la relación de los textos con lo lectores infantiles y juveniles. En la charla la escritora hizo hincapié en la influencia de las lecturas en el mundo de los chicos, la conexión estrecha con los temas que a ellos les preocupan, las cosas que les pasan, además de la importancia de la mirada y presencia adulta, en particular la de los docentes que trabajan con los textos. En el final del encuentro, la autora leyó un cuento inédito, para deleite del público: "Hacia una montaña pintada de azul".




MM: Vamos a pasar de la poesía a la narrativa, porque hay mucho para hablar y no nos va a dar el tiempo. Tenemos acá unas cuantas novelas. Presté una de las que hablé. Así que debe tenerla alguna compañera, y es Dominó. Me llamó la atención cómo sabés tanto del dominó. ¿Existe algo de todo eso? Les confieso que no me puse a resolver los problemas planteados.

Asistente (maestra Patricia): Yo sí. (Risas).

MM: Te cuento, Cecilia: Marcela y Patricia son maestras paralelas de sexto grado, una de Lengua, la otra de Matemática. Y una convenció a la otra y trabajan las dos con el libro…

Asistente (maestra Marcela): Nos costó muchísimo conseguirlo.

CP: Pero se consigue. Lo que a veces pasa con los libros de algunas editoriales es que, periódicamente, retiran todos los ejemplares de las librerías para hacer inventario y después los liberan. A veces, lo que pasa es que justo uno va a la escuela en ese momento en el que “tienen prisioneros” los libros. Nosotros, los autores, hablamos para que esta situación se resuelva porque nos produce muchas incomodidades. Cualquier cosa, chiflan, y nos lo cuentan a los autores, así podemos dar aviso en la editorial.

MM: Hay una mala costumbre, no de Pablo, que es un buen librero, pero sí de otros, que cuando no tienen el libro dicen que está agotado. Y la verdad es que el noventa por ciento de las veces no está agotado para nada. No hacen el trabajito de llamar a la distribuidora y a la editorial y pedirlos. Pero los libros, en general, no se agotan. Ojalá se agotaran tanto. Contanos algo de Dominó.

CP: Dominó lo escribí cuando estaba viviendo en México. Cuando vivía en México y en Canadá, hacía algunos trabajos para Argentina, pero tenía  mucho más tiempo libre. Tenía los chicos muy chiquitos que iban a la escuela. En un principio estábamos los cuatro solos. Hasta que uno hace amigos y redes, lleva un tiempo. Tampoco somos de mirar mucha tele. Esa es nuestra perdición: en casa, somos de jugar. Yo tengo muchos libros con juegos. Basta para mí, basta para todos, Rompecabezas, Venía un barquito… muchos. Y en ese momento nos llamó la atención que en muchos bares de México, así como acá se juega al ajedrez o al truco, se juega dominó. Y se juega con unos dominós más grandes, de hasta doce puntitos. Se necesita una mesa grande, o hay que tirarse en el piso. Mi marido consiguió uno de esos, y entonces, todas las noches, en casa, jugábamos los cuatro al dominó.

MM: ¿Hasta doce números?

CP: Sí, sí, se les “caen” los puntitos a las fichas casi, los dibujan muy apretaditos. Y hay un montón de figuras que se hacen porque hay un aparatito que se compra, y se forman trencitos, uno va poniendo fichas en distintos lugares. Bueno, nos quedamos enganchados con el juego. Y yo empecé a investigar el origen del dominó, a ver si había partidas en Internet. En esa época, había muchas menos cosas que ahora, pero sí había partidas en Internet. Había gente que se dedicaba a hacer figuras de dominó con las fichas que después se deshacen precisamente con “efecto dominó”, había maravillas. Entonces se me ocurrió ir por ese lado. Porque además yo quería hacer en este libro algo que hice después, en Este campeonato apesta, en el que abordo la cuestión del “fútbol obligatorio” que existe en nuestra sociedad. Yo soy madre de un “no tan futbolero”. Recién ahora, que es adolescente, mi hijo le está encontrando el gustito al fútbol. Con lo cual, padeció bastante. En general, veo que si los chicos no siguen la corriente y eligen algo distinto, tienen algún problema. Yo he tomado varias veces el tema del chico al que le gusta algo que no le gusta a todo el mundo. En Dominó, el juego del dominó mismo me dio la forma de la historia, y parte de la trama, porque el protagonista, Mariano, está como a dos puntas con el papá y la mamá que están separados: tiene la posibilidad de estar en una u otra, como una ficha de dominó, pero en cada jugada solo puede estar en un lado. Y también está esa cosa, de que al comienzo de la novela el protagonista está fuertemente angustiado por esas decisiones que él cree que debe tomar. ¿Con quién me quedo? ¿Con mi papá o con mi mamá? ¿Qué hago? Mis amigos juegan al fútbol… Pero él ha empezado a jugar al dominó con unos viejitos en un club de barrio, y le toma el gusto. No quiere dejarlo. Y los viejitos lo enganchan para un campeonato. Me inventé un campeonato, con sus instancias barrial, provincial, nacional, hasta que llega el internacional. Cuando se los leí a mis hijos, que eran muy chicos los dos en ese momento, me dijeron: “Mamá, acá te fuiste. ¿Cómo va a haber un Campeonato Mundial de Dominó?” (Risas). Y yo no les hice caso. Porfié. Porque tenía escrita toda la novela y ya estaba construida sobre los momentos de los campeonatos. Un día, el libro ya había salido, (lo publicó Antonio Santa Ana, al que le había gustado mucho, y que se encargó de cortarlo porque era más largo todavía), estábamos comiendo en un restaurante, y de repente, ESPN empezó a pasar la final del Campeonato Mundial de Dominó.  Y yo les dije a mis hijos: “¿Vieron cómo la realidad imita a la literatura?”. (Risas).



MM: Dos o tres cosas que surgieron de tu respuesta. Las charlábamos el lunes pasado. ¿Hay un cuento, Dominó, que después fue ampliado?

CP: No, el cuento no tiene nada que ver con la novela. Es anterior y pertenece a un volumen, Basta para mí, basta para todos, de cuentos sobre juegos, en el que los juegos son el tema y también la forma de los cuentos.

MM: ¿No hiciste ninguna relación?

CP: No, las historias son diferentes pero tomé el mismo principio del juego, y la sensación del que está tironeado hacia uno u otro lado. Entonces, el protagonista de ese cuento, que está animado también en una serie de Paka Paka, es un príncipe que va a ver a la princesa y no se decide. Si va por un camino o por otro, qué va a decirle y qué no… Como el cuento tiene un territorio mucho más acotado, pude trabajar más el lenguaje. En la novela Dominó, las alternativas del juego de dominó están trabajadas al nivel de la acción; en el cuento,  a nivel oracional: está hecho de puras oraciones disyuntivas.  Me divertí mucho escribiéndolo. Es una cosa que creo que la literatura tiene que hacer siempre, que es jugar mientras cuenta. Para diferenciarse de la crónica o de algún otro tipo de discurso narrativo, periodístico… aunque en el periodismo hay hibridación.

MM: Uno de los dilemas del protagonista de la novela Dominó es que en el fútbol a veces se cuelga y hace goles en contra, y esa cuestión de que lo vean diferente porque juega al dominó. Esa cosa de ralear al que es diferente es una especie de bullying. Hay una  novela que comentamos el lunes pasado que nos gustó mucho, que es Querida autora, en la que trabajás esto, en este caso con una nena. ¿Qué relación hay con la realidad? ¿Tenés ese trato con los chicos que te escriben?

CP: Sí, y cuando salió ese libro, más, porque una de las “actividades” que se les ocurrió a las maestras, y que no estaba en la guía propuesta por la editorial, creo, fue que los chicos me escribieran a mí, la autora real de Querida autora. Y me escriben comparando la situación con la de los personajes de la novela. Y entonces  ponen: “Cecilia, ¿te das cuenta de que es como en el libro? Yo te estoy escribiendo a vos como Luci le escribe a  Felicia”. Me encantan esos mails, trato de contestarlos rápido. A veces, con los de los grandes tardo un poquito, pero los de los chicos los contesto enseguida, porque me gustan mucho. La novela está basada en casos reales. Una vez fui a buscar a mi hijo a un cumpleaños, estábamos con otra mamá y había una nena llorando. Entonces nos acercamos con la mamá a consolarla, y cuando le preguntamos qué le pasaba nos dijo que “sus amigas” le habían dicho que si no se convertía en su esclava, no podría estar más con ellas. A mí me impactó la palabra “esclava”. En ese momento, tratamos de resolver la situación con la mamá del que cumplía años. Por supuesto, como en toda situación de bullying, los episodios de mayor violencia son encubiertos, así que imagínense las caras de santitas de las “acosadoras”. “Vení, vení, no llores más”, le decían. Yo tengo un ojo clínico para detectar esas conductas y al verlas, pensé que si eso quedaba ahí, la nena iba a seguir sufriendo. En ese momento me animé, porque la maestra de Ignacio era muy piola y así, un día le dije que tenía que comentarle algo, y se lo conté, para que se fijara si pasaba lo mismo que había pasado en el cumpleaños. El tema es que cuando se da el  bullying, ocurre en territorios que se sustraen al ojo avizor del docente o del adulto. Ella lo tomó muy bien; era una maestra muy inteligente, muy sensible, pudo intervenir y se resolvió la situación. Pero yo me quedé con la idea clavada y para escribir ese libro, fui recolectando información “de campo”. Por ejemplo, lo de las nenas que tienen que pagar para entrar a un juego que se dice en la novela, le pasó a la hija de una amiga. A mí me interesa, a veces, escribir esos libros, no porque piense que la literatura vaya a resolver los problemas de la vida real, porque no soy ingenua. Pero a mí me pasaba, cuando era chica, que estaba en una situación parecida a la de un personaje que leía y que lograba encontrar una solución a su problema, una salida o lo que fuera y eso me hacía sentir cierto bienestar, cierto alivio. Por ejemplo, yo era fanática de los libros de Louisa May Alcott. Las heroínas de sus novelas, son chicas que luchan y consiguen lo que quieren. Yo creo que a mí ese modelo me marcó para toda la vida. Yo quería conseguir cosas, pero sabía, desde esas novelas, que tenía que luchar. Si yo encontré eso, ¿por qué no puedo darle alguna pista al lector? Sobre todo, porque por lo que yo veo en las escuelas, los chicos están muy desvalidos. Muy solos. Muy sin la charla de algún adulto. Yo trato de no hacer bajada de línea pero sí abrir una ventanita, ver qué puedo hacer con el personaje, y entonces, en esta novela está la idea de encontrar algún adulto al que se le pueda confiar lo que pasa. A mí me da mucha impotencia que se piense que los problemas de los chicos son pavadas. Acuérdense de cuando eran chicos y tenían un problema: era todo un mundo. Con este libro hice mucho contacto con los chicos. En algunas escuelas es genial. En otras, a las maestras no les gusta tanto porque empiezan a salir al sol los trapitos del aula. Hay que manejar la situación, pero muchas veces ayuda a sacar cosas que estaban ocultas. Y de alguna manera, posibilita trabajarlas.

Asistente: Porque si es la lectura la que los expone, el grupo se anima a hablar. Los anima. Alguno que no iba a hablar o que no tenía palabras para decirlo, habla.

CP: Sí, hay mucho temor, y me parece que como docentes, como adultos, tenemos que estar muy atentos. Le contaba a Mario que la otra vez fui a una escuela, y se me acercó un nene que me preguntó si no estaba escribiendo algo sobre bullying como para quinto grado. Así, con el nombre técnico, me lo pidió. Y cuando le pregunté si era para tanto, me contestó que sí, y me miró con una mirada tan triste… Yo sé que la literatura no es instrumental… Pero muchas veces siento la necesidad de hacer algo.

MM: Claro, lo dijo la compañera… la valentía de la maestra que se atreve a que esto se escuche. Nosotros lo ponemos en juego…

CP: …y los maestros tienen que ser nuestros socios. Y los papás. Tenemos que asociarnos los adultos con esto, porque se necesita más de un ojo atento.



MM: Decías que no son de ver mucha tele… Hay un cuento que nos gustó muchísimo también, que además mete el dedo en la llaga sobre la falta de atención… Esto no es una caja. La nena quiere  jugar y la mamá quiere mirar la caja boba. ¿Esto ha circulado en la escuela?

CP: Sí, pero del lado de donde más recibo con este libro es del de los papás. Porque viste que hay libros en los que uno toma partido por el niño, y en otros, por el adulto. Tengo un libro que se llama Mientras dura el hechizo, en el que quise tomar partido por los padres, porque no soporto a los niñitos malcriados, caprichosos. Es una cosa insoportable para mí. Entonces, los que vencen en esa historia son los padres. (Risas).

MM: Te interrumpo, leo un poco del final, hago spoiler. “El gigante suspira con alivio y deja el libro. Luego, prepara el tablero, llama a la giganta y, mientras dura el hechizo, los dos se ponen a terminar esa partida de tatetú que habían empezado antes de que Frida naciera”. (Risas).

CP: El disparador de esta historia fue una nena que hizo un berrinche en el consultorio del dentista. Y en el caso de Lara, en Esto no es una caja, la nena tiene cosas mías de cuando era chica. Yo tenía un abuelo que me hacía juguetes artesanales. Se iba a una maderera, pedía los restos y se sentaba a jugar conmigo. Él era reciclador. Tapitas de yogures, frasquitos de redoxon… Yo me divertía muchísimo con mi abuelo. Esta cosa de usar las cajas para jugar, también la hacía. Era un clásico. Y esta historia surgió un día en el que yo estaba en la pileta del club, mis hijos andarían por ahí, y llegaron los chicos de la colonia. Como siempre, estaban los que no se querían meter al agua. Entonces, el profesor, “de castigo”, los dejó en una punta, aislados, lejos de los que nadaban. Solo tenían sus toallones. Los otros se divertían en el agua. Primero, se  recontra aburrieron, durante un largo rato. Charlaban, se molestaban, se pegaban… De pronto, uno dijo: “¿Dale que esto era una veterinaria?”. “Bueno”, le dijeron los otros, “Nosotros éramos los perros” (Risas). Chicos de nueve o diez años. Tres eran los perros, y el otro era el dueño de la veterinaria. Y cada una de las toallas era como la jaulita o el espacio del perro. Estuvieron jugando toda la hora que duró la clase de natación. Y a mí me pareció una maravilla. Cuando uno a veces tiene mucho, no puede inventar nada. No puede desear nada. Como estos estaban en el límite del aburrimiento, tuvieron que hacer algo. Y lo lograron.


MM: Además logra que la madre deje la tele. Hay mucho recurso de lo maravilloso-fantástico en casi toda tu literatura, ¿no? Te gusta mucho.

CP: Me gusta. Un día, cuando mi hijo Ignacio estaba en tercer grado me dijo: “Mamá, basta de princesas”. Así se iba a llamar El rock de la princesa, pero me pareció muy fuerte. Él me dijo que tenía que escribir sobre la vida real. Y ahí empecé a escribir los libros de la serie “Juani y SuperFido”. Es una serie medio desopilante. Es un chico de quinto grado con su mascota, SuperFido, un perro chihuahua, su mamá, su papá, el director de la escuela, la maestra, su mejor amigo Fede, la chica de la que está enamorado… Le construí un universo cotidiano de una escuela cualquiera de Buenos Aires. Pero igual siempre le pasan cosas desopilantes. No di con el realismo que “tenía que lograr”.

MM: Los “pulóveres cariñositos” no son muy realistas.

CP: No.

MM: Ya que mencionás a Juani y SuperFido, y recién El rock de la princesa, estas son sagas, ¿verdad? Se me ocurre que El té de la princesa, no fue pensado originalmente como saga…

CP: No. Lo presenté uno de los primeros años del concurso El Barco de Vapor, de SM, y quedó finalista. No tenía pensado nada…

MM: Recuperaste el personaje…

CP: Sí, me lo pidieron. A veces, cuando el personaje por alguna razón es exitoso, las editoriales lo piden. Así, después de El té…, vinieron El rock… y El terror de la princesa, este a pedido de los lectores.

MM: En cambio, UfaGenial ¿surge como un proyecto de saga? ¿Pensaste en un personaje para seguirlo?

CP: Estas dos series, Juani y SuperFido y UfaGenial, sí,  porque en ese momento en que estaba viviendo en Canadá, experimenté con mi hijo menor la estrategia principal que se utiliza allí para enseñar a los chicos a leer: leer. Entonces, leen todo el tiempo. Leen con la maestra, con la bibliotecaria, pueden llevarse libros… En primer grado tenían que llevarse un libro a casa cada día, de la biblioteca del aula, y la tarea era leerle ese cuento a alguien de la familia, la madre, un hermano, a quien fuera. A veces había papás que íbamos voluntarios al aula, y los chicos hacían cola y nos leían. Había mucha variedad de materiales para leer y entre los recursos, una de las cosas que era muy importante para los chicos que estaban aprendiendo a leer, en segundo y tercer grado, eran las series, en las que uno seguía a un mismo personaje en diferentes aventuras. Yo tenía mi prejuicio con respecto a las series, porque, justamente, pensaba que eran algo hecho “en serie”. Entonces observé el comportamiento lector de mi hijo, y él seguía los libros de una serie. Ese seguimiento lo llevaba a leer y a leer, y leía cada vez un poquito más. Entonces, la serie no va a ser la gran obra de la literatura universal pero va a ser algo que le va a servir. Uno lee muchas cosas que quizá lo ayudan a leer mejor otras, aunque no tengan un valor literario maravilloso. Como yo soy cabezona, igual quise construir una historia única, no adocenada dentro de cada libro de la serie. Pero sí, en su conjunto, los libros fueron pensados como parte de una serie. Y UfaGenial más, porque trabajamos mucho con Carlos Pinto, que ilustró todas las locuras que a mí se me ocurrieron. Y otras que se le ocurrieron a él.



MM: El lunes hablábamos y yo les mostraba el del cumpleaños. En el que además e incluyen temas de juego, de chistes a resolver… Eso lo trabajaste con el ilustrador…

CP: Sí, y con la editora que es María Amelia Macedo, que es un amor de editora, súper minuciosa.

MM: ¿Está funcionando? ¿En la escuela?

CP: Sí. En realidad, algunas escuelas lo adoptan porque las maestras trabajan cómic. Y otras veces, los chicos los compran y los coleccionan, porque lo que tiene toda serie, es el costado consumista que es lo que a mí no me gustaba. Pero si pensamos que La Comedia Humana salía como serie o que las novelas de Dickens o Dumas salían como folletín… Con las series, los chicos siguen leyendo.

MM: Esa es la idea. Hay otra saga, en la que está esta novela que a mí me gusta muchísimo, que se llama Como si no hubiera que cruzar el mar, que desde lo argumental es muy interesante, y desde  lo textual, el trabajo con los capítulos. Uno con la voz de la protagonista y otro con la de la bisabuela. ¿Dónde abrevaste para esta novela?

CP: Esa novela la escribí el enloquecido año en el que me estaba yendo a vivir a México. Una decisión, más que nada laboral, por el trabajo de mi esposo. Como mi trabajo en ese momento era “portátil” (estaba escribiendo para la revista Genios, y publicando algunas otras cosas), podía seguir haciéndolo. Mi preocupación mayor era el impacto que podía tener ese “trasplante” de país en mis hijos, y en los abuelitos. Yo me la bancaba pero pensaba en qué les pasaría a ellos. En un momento, me di cuenta de que me había hecho problemas al divino botón, porque los chicos no tienen tantas vueltas como uno. Durante todo el año que duró la mudanza (desde que nos dijeron que teníamos que irnos hasta que nos fuimos pasaron casi nueve meses), estaba muy angustiada haciendo trámites y tenía que procesarlo de algún modo. Trámites de la escuela, de la casa… infinitos. Y trabajaba. Ese año escribí El té de la princesa. Y ese mismo año escribí el libro Proyectos con todos, para docentes, con Silvia Hurrell. Las dos teníamos chicos chiquitos y escribimos todo el libro sin reunirnos ni una vez… Y en medio de ese caos y de esos otros trabajos de escritura, empecé a escribir Como si no hubiera… Esa es la explicación de por qué los capítulos son tan cortos. Era lo máximo que yo podía escribir cada día. Y cuando estaba por la mitad de la historia de Carolina, que en realidad es una mezcla de mi hija, de mí y de mi mamá, se me vino la figura de mi abuela, y pensé que ella había hecho lo mismo y en peores condiciones. Y me vino, tirando de la piolita del recuerdo, la historia de mi abuela. Ella era una gallega muy callada, que había sufrido mucho cuando era joven, y trabajó muchísimo acá en Argentina. Mi abuelo también era gallego, pero era muy alegre, era todo lo contrario. Costaba que ella te contara algo de cuando era chiquita, de su tierra. Pero a fuerza de mates y persistencia (yo era la única nieta mujer), en mi adolescencia, antes de que se muriera, lo logré. Entonces para escribir este libro fui recuperando algunos episodios de su vida. Y hubo cosas que inventé por cuestiones de la trama, pero buena parte de la historia de mis abuelos es esa.



MM: Es fuerte también lo de la discriminación. Muchas veces parece que eso se olvida, como que somos un crisol de razas y todos fueron recibidos con los brazos abiertos. A la protagonista la joden bastante…

CP: Sí. En las obras de teatro de la época, como las de Vaccarezza, aparece la figura del porteño que gasta a los que hablan mal que vienen de otros países…

MM: Y después esta novela sigue con Mar cruzado, que es cuando la protagonista vuelve desde Madrid para la Argentina. Y de eso quería preguntarte cómo fue la experiencia de trabajar  en un blog, con Alfaguara.

CP: La verdad es que Fernanda (María Fernanda Maquieira, editora de Alfaguara) me venía pidiendo que escribiera la segunda parte. Cuando todavía no estaba en la Argentina, le decía que no sabía cómo era la cuestión, porque no había vuelto. Y cuando volví me lo pidió otra vez. Me resistí un par de años más, porque me costó mucho más la vuelta que la ida. Reacomodarnos nos costó mucho más. Uno cambia, se vuelve otro. Y en esta historia pensé en los modos de leer que se están dando entre los adolescentes, y probamos por ahí. No es que yo fuera escribiendo a medida que se colgaban los capítulos en el blog. Yo ya tenía todo el esquema de la historia, y un buen colchón de capítulos hechos y corregidos con Lucía Aguirre, la editora. Se abrió el blog, y se iban colgando tres capítulos por semana. Y los lectores podían interactuar como si fuera un blog real, dejando comentarios. Pasaban cosas curiosas. Algunos comentaban la historia como historia. Entonces, se dirigían a mí. Ellos podían decir lo que querían. Entonces decían: “No hagas que se enamore de Fulano”. Otros les hablaban a los personajes, porque cada capítulo de esta novela es una entrada de blog de la protagonista, y luego, el resto de los personajes, comenta. Los conocemos a través de sus comentarios. Se dieron distintos niveles de diálogo. Algunos les hablaban a los personajes…

MM: ¿Y vos contestabas?

CP: Trataba de meterme lo menos posible. Estaba muy asustada. Yo no tenía Facebook… Si ustedes ven hoy día mi Facebook van a ver que está completamente amurallado. Le tengo pánico. En ese momento, en la editorial me abrieron un perfil de Facebook, y no fue que escribieron un montón de lectores. Escribieron algunos, fue algo manejable. Los editores monitoreaban. Se leía mucho, pero no todos los que leían, escribían. Después, aparte del blog se les ocurrió armar la página en Facebook, para ir planteando algunas preguntas. Por ejemplo, está el cumpleaños de quince de Carolina. Y empieza todo el debate acerca de si fiesta o viaje. Y en el Facebook se les preguntó a los lectores qué preferían. Y esas cosas que planteábamos así como más planificadamente,  ellos no las respondían tanto en Facebook. Sin embargo, en el blog sí se metían. A veces, se posteaban los temas musicales que se mencionaban en el texto, absolutamente asesorada en esto por mi hija, o los trailers de la películas que comentaban los personajes, como para que hicieran una experiencia más interactiva la lectura la novela. Pero la comunicación con los lectores no pasaba tanto por ahí sino por el blog, que tenía el texto pelado.

MM: ¿Y cuánto duró la experiencia?

CP: Tres meses. De septiembre a diciembre se publicó así. En enero quedó la novela entera colgada; a principios del 2013 salió el libro en papel, y la editorial la levantó del blog. Quedó abierta la página del Facebook.

MM: ¿Te gustó?

CP: Sí, fue muy interesante. Me confirmó eso de que quizá no hay que trabajar tanto desde cosas más dirigidas con los chicos, sino ver qué pasa en instancias de mayor espontaneidad.

MM: Bueno… tenemos un montón de libros de los que hemos hablado el lunes pasado, pero además trajiste una bolsa con libros que acá, en Argentina se conocen poco o casi nada, porque fueron publicados en España, en México… así que nos gustaría que nos muestres.

CP: Les muestro. Y les traje un inédito para leer.

MM: Bien. Además las ediciones son muy buenas.

CP: Algunos son de Norma, porque al vivir en México, conocí a la editora mexicana. Entonces, mi producción argentina de Norma, es distinta de mi producción mexicana. El primero que saqué es Salsa de cuentos. Son cuentos relacionados con contar cuentos. Hay una abuelita que mientras está haciendo la salsa cuenta un cuento, y como está concentrada en la salsa se equivoca. Esa era mi abuela.

MM: ¿Y los ofreciste acá?

CP: Viste que en esta editorial se van intercambiando títulos entre los diferentes países… depende de los editores. Este ahora se fue a Guatemala, y a Puerto Rico. Y el que está muy viajero es Querida autora… que se fue a Puerto Rico, Estados Unidos y México. Parece que el bullying no es un tema solamente nuestro. Después, este, San Valentín de los dientes, recibió el equivalente de la mención de ALIJA  de acá, en México en el 2010. Habla de la pérdida de los dientes. Me divertí mucho haciéndolo. Y está totalmente escrito “en mexicano”, porque en esa época, en mi casa se hablaba bilingüe mexicano/ porteño. Mi hija fluctuaba todo el tiempo. Mi hijo era totalmente mexicano, era más chico. Me decía: “Mamá, amárrame las agujetas de los tenis”. (Risas). Y yo le decía: “No. Atame los cordones de las zapatillas”. Este, Bicho@zoo,  también está conformado por mails que se mandan unos nietos y un abuelito. No tiene un narrador. Los nietos acaban de perder, literalmente a su papá, que es espeleólogo y desapareció explorando unas galerías subterráneas, después de un derrumbe. El abuelo, que es entomólogo, los ayuda a los chicos, tratando de distraerlos,  y les enseña a hacer una colección de bichos. Pero hay que hacerla bien para que los bichos no se mueran, que tengan agua, alimentos. Así que estudié un montón sobre los bichos para escribir. A mí me gustan también, no lo niego. Y los chicos van armando ese zoológico, con las indicaciones que les va dando el abuelito a la distancia. Hay un desenlace inesperado en el que intervienen las hadas, también.
Y después tengo estos otros libros de poesía. Este, El libro de los hechizos, circula acá, pero esta es la versión hispánica. Salió primero allá, y después yo misma lo traduje al porteño. En este, Soplacoplas, se me ocurrió hacer un libro volviendo a esta forma tan linda y tan sonora que tenemos en la lengua española, la copla. Por ejemplo, Copla sin miedo: “Los fantasmas de la noche,/los ves en la madrugada/y el susto que los sostiene/ es solo sábana blanca.”. A ver otro… Son cortitos… Copla sin vergüenza: “En la fuente un angelito/hace pis, nadie se enoja./ Y encima tiran monedas/por si la suerte las moja”. (Risas). La idea es jugar con la riqueza sonora y conceptual que tiene la copla. Después, este, Una pregunta por punta,  es un “preguntario”, al modo de El libro de las preguntas de Neruda. Es un libro como de definiciones poéticas, o de preguntas poéticas. Por ejemplo, Mediodía: “¿Qué tiene la luz que cae/ como lanza al mediodía?/ Tiene celos del almuerzo/ y pincha, a ver si convidas.” Y este, Argentina, de la A a la Z se hizo por encargo, con ilustraciones de Claudia Legnazzi. A propósito del tema de los ilustradores, no nos hemos visto con Claudia en la hechura de este libro ni nos hemos conectado nunca. La editorial es Everest, de La Coruña, y tuvo el proyecto de hacer un libro de poesía por país. Y para el de Argentina me llamaron a mí. Pero lamentablemente nunca llegó a venderse y a circular por Argentina; sí sé que está en otros países de América. La verdad es que es una lástima repetida porque a España tampoco llegan mucho los libros de acá.



MM: ¿Y qué elegiste para leernos?

CP: Elegí un cuento que no está publicado. Últimamente estuve escribiendo cuentos sobre situaciones de lectura que no publiqué todavía. Cosas que me han contado bibliotecarias, o docentes. Hay uno, del año pasado, que salió en Paka Paka que se llama Las varitas mágicas. Y este no es muy largo. Se llama Hacia una montaña pintada de azul, y yo le puse una cita de Cesare Pavese, que no sé si quedará cuando se publique.

Hacia una montaña pintada de azul
Cecilia Pisos
De niño se aprende a conocer el mundo no—como parecería— gracias al inmediato y originario contacto con las cosas, sino a través de los signos de las cosas: palabras, viñetas, relatos. Si nos remontamos a un momento cualquiera de conmoción extática ante cualquier cosa del mundo, encontramos que nos conmovemos porque ya nos hemos conmovido; y nos hemos conmovido ya porque un día algo nos apareció transfigurado, separado del resto por una palabra, una fábula, una fantasía que a ello se refería.
(Pavese, Cesare. El oficio de vivir. El oficio de poeta. Barcelona, Ed. Bruguera-Alfaguara, 1979.)

Josué nació y creció en la Puna, en un pueblito que termina donde empieza la montaña. Hace dos meses, los papás lo enviaron, junto a su hermanita Marimari a vivir con los tíos de la gran ciudad.
Calladito y sin protestar, Josué se levanta todos los días, se lava y se viste para ir a la escuela. Con paciencia y muy prolijo, la peina con trenza a Marimari porque solo él sabe cómo la hacía su mamá en el pueblo, le ha dicho su tía.
Luego del pan y el mate, los dos hermanos caminan muy serios hasta la escuela. Josué vigila con ojo atento los autos, las personas. Cuando tienen que cruzar, le aprieta fuerte la mano a su hermanita. En cambio, muchas veces, entornando los ojos en medio de la vereda con sol, se recuerda, corriendo hacia el cerro, despreocupado y suelto como el viento.
Toda la mañana Josué escribe y hace cuentas en la escuela, callado, sin borrar. En el recreo, siempre busca un lugar tranquilo. Y allí, no importa si es la escalera o el pie del mástil, pasan ante sus ojos, una por una, sus llamas. Josué tiene tanto silencio alrededor que nadie se le acerca. Si alguien le habla, contesta con la cabeza. Y ya se sabe que con la cabeza solo se pueden decir dos cosas: sí y no.
Cuando regresa a casa, por las tardes, ayuda a los tíos a atender en la verdulería: elige las frutas y las verduras que le piden, las pesa, las embolsa, anota en un papelito el precio, cobra y da el vuelto.
Cada vez que su mano roza una papa, un zapallo, si cierra los ojos, le parece que toma de la patita a su perra Sarmienta. O que acaricia la oreja de la Nube, la llama más clarita del rebaño.
—Este nene no habla—le dice un día la maestra a la directora de la escuela.
—Su sobrino no habla —le repite ese día a la salida la directora a la tía.
Y a la noche, la tía comenta triste con el tío: —No habla el niño, dicen, en la escuela.
El tío se rasca la cabeza y dice: —En la verdulería, tampoco.
Y los dos se quedan despiertos, pensando.
Pasan los días y pasan los días sin palabras. Sin embargo, por donde mira la calle, Josué ve la montaña;  por donde corren chicos, él ve andar sus llamas; por donde se le aparece en la vereda un perro, solo ve a la Sarmienta que le sale al encuentro.
Un sábado a la tarde, la tía le dice a Josué:
—Hay títeres en la biblioteca del barrio pero yo tengo que abrir el negocio.
Josué lleva a su hermana; él está grande para títeres y se queda en el fondo. Violeta, la seño de la biblioteca, lo invita a sentarse entre los libros, a servirse una historia.
Josué dice que no con la cabeza. Violeta igual le deja dos o tres libros sobre la mesa y se va con los chiquitos. Porque sí, Josué toma un libro y empieza a pasar las páginas. El sol pega en la ventana y ya se siente como a la hora de ir volviendo al valle…
Josué, sigue pasando por pasar las páginas hasta que llega a una inesperada: en ella hay un chico, otro Josué, chiquito; va detrás de unas llamas. Parecidas a las suyas pero del tamaño de hormigas;  enfilan hacia una montaña pintada de azul. Y hasta hay una, encaramada sobre las rocas de la cima, valiente y solitaria, igualita a la Nube.
Al rato pasa la seño Violeta y le pregunta:
—¿Te gustó el libro de los camellos, Josué?
—No son camellos, seño; son llamas. Hay que subirlas todos los días al cerro para que coman las hierbas. Y luego antes de la luna, hay que bajarlas sin que ninguna se pierda. Por eso el niño va detrás, contando…—dice sin darse cuenta y de un tirón Josué con una voz que se parece a un trino.
La función terminó y todos se acercan a escucharlo. Los más chiquitos lo rodean y él pasa las páginas de la historia y lee y también cuenta otras cosas que no están escritas. Pero que él conoce muy bien porque es igualito a ese Josué del libro.
—Aquí no lo pone pero estas lanitas de colores que traen en las orejas son de la “señalada”, cuando las marcan para saber de quién es cada llama. A La Nube, le puse vellón rojo y verde.
Josué se lleva el libro prestado. Contra el pecho lo lleva: esa es su historia. Antes de salir, Violeta le regala un cuaderno:
—Escribí aquí todo lo que le falta al libro, así después ponemos el cuaderno a su lado, en el estante.
Pero Josué, por el momento, no piensa todavía en escribir nada. Lo que sí: no para de contar
a los chicos en el recreo,
a los clientes de la verdulería,
a los otros lectores en la biblioteca.
Unos días después, la señorita le comenta muy divertida a la directora:
—Este nene ahora habla hasta por los codos…
Al rato, la directora llama por teléfono a la tía y le dice:
—¡Mire que está charlatán este Josué!
A la noche, ya acostados, los tíos se ríen: —¡El niño parece una cotorrita!
Y luego tienen que hacerlo callar a Josué, que hasta dormido, sigue y sigue, ¡sigue contando llamas!
(Aplausos)

Esta es una historia contada por una bibliotecaria de un centro comunitario. Cómo los libros a los que uno les pone la voz, le dan la voz a otro. Me contó esta historia y otras y me quedé impactada. No es tal cual… pero fue recibida por mí y acá va de vuelta.

MM: Muy bella. Seguramente aparecerá en un libro

CP: Ojalá.

MM: Despedimos a Cecilia con otro aplauso. Muchas gracias. (Aplausos).


CP: Muchas gracias a ustedes.

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