Irene Singer, María Wernicke y Judith Wilhelm: “La libertad y el placer que se siente al hacer un libro propio, o con alguien en un proyecto, es otro mundo.”

En el segundo encuentro del Ciclo La ilustración toma la palabra recibimos a dos autoras de gran trayectoria, y a una importante editora: Las amigas Judith Wilhelm, María Wernicke e Irene Singer. Hablamos de Calibroscopio y los dos primeros libros álbumes que, nada casualmente, Judith y su compañero Walter publicaron: La decisión de Teodoro, de Irene, Uno y otro, de María. Y hablamos de sus raíces, de su llegada al mundo de la LIJ, de su trayectoria, de los libros álbumes, la ilustración y hasta de las crisis como oportunidades de creación, que en el caso de las tres fue una grata coincidencia.



Mario Méndez: Bienvenidas chicas, muchas gracias por venir. Un placer tenerlas acá. Les decía hace un ratito que de los primeros nombres que pensé, cuando planificamos este ciclo de Ilustración y Literatura Infantil, fue en el proyecto de Calibroscopio, en María y en Irene, recordando que en este mismo lugar hace ya doce años se presentaban los dos libros que dieron inicio a la colección de la editorial: Uno y otro, y La decisión de Teodoro.  Éramos más jóvenes, y estaban las chicas presentando su primer libro como autoras integrales, y Calibroscopio sus primeros libros. Así se lanzaba esta editorial. Siempre empiezo con una lectura un poquito más seria, de las biografías breves. Irene Singer es Licenciada en Artes Plásticas, ilustradora y autora integral. Entre 1984 y 1992 trabajó en el montaje y la dirección de talleres de Grabado y Serigrafía Artística en la Facultad de Bellas Artes de Quito, Ecuador, en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, y en la galería de arte Praxis, de Buenos Aires y de México. En 1992 se instaló nuevamente en Buenos Aires y comenzó a ilustrar libros de texto. Sus ilustraciones se han publicado en editoriales de Argentina, Puerto Rico, España, Brasil, Guatemala, Chile, Italia y Estados Unidos. A partir de 2001 comenzó a formarse para desarrollar su trabajo dentro de las fronteras del libro álbum. Trabaja en coautoría con escritores de Argentina y de otros países. Desarrolla proyectos como autora integral, y sus libros han sido destacados en México, en Venezuela, y en Argentina. Incluida en el White Ravens, y en varias ediciones de la Bienal de Bratislava, sus ilustraciones han sido exhibidas tanto en nuestro país como en el extranjero. En 2008 fue parte de la organización del evento Argentina, país invitado de honor, en la Feria del Libro Infantil de Bologna, y en 2005 participó del UNESCO BIB Workshop en el contexto de la Bienal Internacional de Bratislava.
Judith Wilhelm es editora, librera especializada en libros infantiles, juveniles, e ilustrados en general. Cursó estudios de Letras y Edición (que compartimos) en la facultad de Filosofía y Letras de Universidad de Buenos Aires. Desde 1997 lleva adelante junto a Walter Binder el proyecto de Ferias Itinerantes de Libros infantiles, El Libro de Arena. Con él ha recorrido cientos de escuelas, bibliotecas populares, e Institutos de Formación Docente en Buenos Aires y en el interior de la Argentina, que también compartimos. En 2005, a partir de esa experiencia, inician juntos la editorial Calibroscopio-Libros para ver Mundos, siguiendo la misma línea de especialización. Varios de sus libros han sido adoptados por programas estatales de Latinoamérica, y han recibido importantes distinciones. En 2014 Calibroscopio recibe del Diploma al Mérito otorgado por la Fundación Konex, en la categoría Labor Editorial de la Década 2004-2014. Actualmente, Calibroscopio Ediciones coedita y distribuye a prestigiosas editoriales de Latinoamérica y España, y El Libro de Arena es también una librería especializada en libros infantiles e ilustrados ubicada en la Ciudad de Buenos Aires, que recibe diariamente a docentes y alumnos de Institutos de Formación Docente, bibliotecarios e investigadores. Y vamos a decirlo, está en Aráoz y Aguirre. Y por supuesto, van niños, padres y vecinos en busca de asesoramiento y buenos libros. (Vos no lo pusiste en el CV, pero hay que decirlo, Judith).
María Wernicke trabaja como ilustradora de libros desde 1994. Desde entonces ilustró muchísimos libros para editoriales de Argentina, México, España, Brasil, y Estados Unidos. Como autora integral de libros, publicó en Argentina Uno y Otro, Un señor en su lugar, y Hay días, premiados por ALIJA como mejor libro álbum 2006, 2010 y 2013, respectivamente. Es una ganadora serial de ALIJA. (Risas). Junto a Iris Rivera recibieron el premio a mejor libro álbum y Gran Premio ALIJA 2009 por Haiku, libro que fue seleccionado para los White Ravens. En 2009 también recibió el Premio ALIJA a la mejor ilustración por Rutinero. Publicó Papai eu, ás vezes, en Brasil, libro que en 2011 fue reconocido en este país como “altamente recomendable”, por la Fundación Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. El mismo libro se editó en 2012 en Japón, y en 2013 en Argentina. Formó parte de la exposición de la Bienal de Bratislava en 2001 y 2007. En 2009 fue seleccionada para participar de la muestra internacional de la Feria de Bologna, e invitada a la de Sarmene, “La imagene della fantasía”. Bien. María, Irene y Judith aquí con nosotros, para quienes pido un aplauso.

(Aplausos).

La primera pregunta es bastante obvia. En el caso de las tres, como ilustradoras, escritoras y editora y librera. ¿Por qué la literatura infantil y juvenil? ¿Cómo llegan a ella?

María Wernicke: Yo, por libros que vi. En realidad no estoy muy segura. Creo que cuando nació mi primera hija empecé a mirar libros ilustrados. A darles más bola. Y quedé fascinada por algunos ilustradores y algunos libros en esa época. Ya el Fondo de Cultura de México empezaba a largar esos libros increíbles que acá no había. De los libros que había acá, el que me rompió la cabeza fue el negro Oscar Rojas. Ahí dije: “¡En un libro infantil se puede hacer esto!”.  Era muy plástico, muy expresivo, se salía de los estereotipos que yo conocía en mi infancia y mi adolescencia. De lo que era un libro ilustrado en mi historia. Y empecé a comprar libros. Me iba a una librería que se llamaba Macondo, y que curiosamente atendía Carola Martínez, que era una fanática. Entonces yo iba y ella me decía todo lo que pensaba que tenía que ver. Yo compraba y compraba. Después, a veces los compartía con mi hija, (risas) pero la verdad es que me los compraba para mí. Y ahí fue que se me prendió una luz, y me pregunté por qué no intentar dibujar ahí, meterme en este mundo.

MM: ¿Vos ya ilustrabas?

MW: Yo vengo de la Plástica, sí. Y en realidad, en ese momento hacía escultura en cartón. Y antes de eso, y medio en simultáneo, diseño gráfico. Vengo de la publicidad, del diseño gráfico como trabajo/oficio. Y nunca se me había ocurrido. Por ahí metía dibujos en las cosas que yo hacía, pero no se me habría ocurrido para nada en un libro, hasta que no vi. Así, breve fue mi entrada.

Judith Wilhelm: En mi caso yo trabajé hasta los veintipocos en Recreación, trabajé siempre con chicos en Educación No Formal, y me fui dando cuenta de que el libro era mi recurso para todas las actividades que tenía que programar y hacer. También empecé a ver qué era lo que existía, qué era lo que se hacía. Descubrí autores y libros. Bastante antes había ido a la librería La Luna, en Juramento y Cabildo a comprar. Después, a Sopa de Letras, que era una librería que duró muy poco. Hace poco también, la ex dueña vino a la librería. Y le dije que yo iba ahí a comprarle libros para trabajar con los chicos. Estaba en esa búsqueda, de crisis vocacional. Venía de haber estudiado Psicología a Letras, y me di cuenta de que era lo mío. Ahí empecé a golpear puertas, a “hinchar” en algunas editoriales. En los años ’94, ’95, empecé a buscar trabajo en Colihue y en Libros del Quirquincho, que todavía estaba, hasta que me metí en un proyecto que duró muy poco tiempo, que era de la distribuidora Continente. Era un proyecto para ir a las escuelas vendiendo libros. Era lo que yo quería hacer. Era estar entre libros, libros infantiles. Como feriante, El Libro de Arena es un proyecto que tiene más de veinte años, y empecé por ahí. Con los libros ya “hechos y terminados”. Como librera ambulante. Después vino la librería, que me fascinó. Después empezamos con Walter el proyecto editorial. En realidad, a mí, esto de ver el libro terminado me fascina. Tengo mi corazón puesto en las Ferias, en la librería. Disfruto mucho del libro en sí, no solamente del proceso editorial que a veces lo padezco. (Risas). A veces el tema editorial me resulta más sufrido, y mi cable a tierra de disfrute es el de la librería. Encontrar el libro que quiere un lector, ya es un disfrute especial para mí, y obviamente, también el proceso editorial, pero no siempre. Me pasa eso. Pero, volviendo a la pregunta, vino así. De encontrar en el libro el mejor recurso para conectarme con los chicos.

MM: Ya vamos a hablar del disfrute y del sufrimiento.

Irene Singer: Yo tengo un primer recuerdo muy lejano. Yo era chica. Y vino a vivir a mi casa una prima que vivía en Tandil, y venía a Buenos Aires a estudiar Bellas Artes. Y ella estaba ilustrando un libro. Como una enciclopedia o algo así. Yo me acuerdo de que apoyaba la nariz en la mesa y decía que quería hacer eso. Después crecí, estudié Bellas Artes, soy grabadora, así que no me parece nada raro estar haciendo libros. Después de estar  fuera haciendo los talleres de serigrafía y grabado, cuando volví a Buenos Aires, lo primero hice fue buscar trabajo y empecé a recorrer editoriales con una carpetita, con cosas que yo tenía, que sentía que tenían como un hábitat posible adentro de los libros. En el año ’92, y lo que se publicaba acá eran manuales, libros de texto. Ahí había trabajo, entonces durante muchos años yo ilustraba, por ejemplo, un corte de una garganta. O un libro de Matemática. (Risas). Las imágenes que había en los libros. Mientras tanto, miraba los libros de FCE, y me preguntaba, por supuesto, cómo se haría para poder llegar ahí. Y fue gracias a la crisis del 2001. Primero, porque los libros del FCE, que costaban once pesos un día, pasaron a costar treinta y tres pesos al día siguiente, y ya  nadie podía comprarlos. Los libros de FCE, los libros españoles, y ahí sucedió: gente, momento y el lugar correcto. Se dio una situación que habilitó pequeños proyectos, y ahí estábamos todos.

MW: En 2001 yo me fui a Bologna. No tenía un peso, nadie tenía un peso, pero tenía las joyas de la abuela. Las venía guardando y las vendí para pagar el pasaje. Dije: “Yo me voy a dedicar a esto”. Ya estaba grande y ya venía trabajando, pero fue la decisión de que este era mi mundo. Y fue en el 2001. Por ahí, ahora nos vuelve a pasar. (Risas).

MM: A todos nos corrió un aire frío…

JW: No sé si alguna vez lo hablamos, pero yo me acuerdo, Irene, que nos conocimos en el stand de Libro de Arena de la Feria del Libro Infantil. Nosotros todavía no teníamos editorial, Calibroscopio no existía, pero sí representábamos al Fondo de Cultura en la Feria. Estamos hablando de una época en la que ir a la Feria Infantil no era del todo rentable ni interesante para muchas editoriales. El primer librero de la parte de infantiles de Fondo fue Walter. En la Librería del Fondo, la que ahora es Waldhuther. Walter estuvo ahí como librero cuando nadie conocía esos libros, Fondo de Cultura no iba a la Feria, porque no les resultaba. Y nosotros los representábamos. Y vos estabas ahí mirando, y los conocías muy bien, porque venías de México.

IS: Sí, sí, yo me acuerdo.


MM: Cuantas líneas para hacer preguntas… Ya me las anoté. Tengo una que es obligatoria, diría, para seguir abriendo charla. Decía en la presentación que tanto Irene como María debutan como autoras integrales, con los dos libros que hacen debutar a Calibroscopio como editorial. ¿Cómo fue eso? ¿Cómo fue la elección de los textos? Cuenten la cocina de ese comienzo, hace ya doce años.

JW: Nosotros, en realidad, con Walter ya habíamos iniciado la editorial, con unos libros de cartón para muy chiquitos. En realidad tuvo que ver también con la crisis, con que faltaban en el mercado libros para más chiquitos, y empezamos con esa Serie del Cocodrilo, escritos por Walter e ilustrados por Sonia Esplugas. Esos fueron los primeros, pero la colección importante de libro álbum empezó, sí, con Uno y Otro y Teodoro. Y sale otra vez lo del Fondo muy fuerte, porque era como nuestro norte... Nos sentábamos horas y horas frente a la computadora, en la página del Foro de Ilustradores. Mirábamos, anotábamos, y ahí vimos el trabajo de María y de Irene. A Irene ya la conocíamos, porque además, yo creo que estos libros habían salido en Editorial Atlántida. Así que, el trabajo de Irene, algo conocíamos. El de María, no. Y vimos unas imágenes en el sitio del Foro, que nos hicieron querer contactarla, llamarla. Eran épocas de poca Internet y teléfono. Las llamamos a ambas, no me acuerdo a quién primero, para preguntarles si tenían proyectos, si tenían ganas de charlar, de venir a ver que estábamos por empezar con el proyecto de nuestra línea editorial. Nosotros nos presentábamos también como El Libro de Arena, que era nuestra historia, y teníamos la suerte de que nos conocían como un referente de buenos libros. Siempre me acuerdo de que en el caso de María vimos en el Foro unas imágenes alucinantes, que hicieron que la llamáramos. Y nos dijo que sí, que venía. Y nos diste turno como para diez días después… (Risas).

MW: Porque entré en pánico. (Risas). Y cancelé porque no me animaba.

MM: ¿Ya le habías dicho que querías que hiciera un libro integral?

JW: Creo que no.

MW: Me dijo que tenía el proyecto. Y yo tenía este libro, y tenía dos o tres empezados y abandonados. No tenía nada terminado. Sí sabía para dónde iba este libro. Estaba haciendo los originales. Pero además, lo que pasó, fue que justamente lo que estaba en la página del Foro, justamente era todo lo inédito, no lo que yo hacía para trabajar. Y estaba queriendo salirme de eso. Entonces el llamado de ella era como: “Animate a salir del laburo de manuales”. Que era lo que venía haciendo, igual que Irene, desde el ’94. Entré en pánico en serio, acepté, les cancelé y al final nos juntamos. Y se dio todo. Todo.

JW: Y yo me acuerdo de que en el interín entre ese llamado y que viniste, vimos algunos libros publicados que no tenían nada que ver con lo que queríamos. Entonces pensamos en si nos habríamos equivocado. Estaba muy bien. Me acuerdo de que estaba el de Candelaria. Estaban muy bien, pero no era lo que estábamos buscando. Y al final vino María con toda esa carpeta de material inédito que era todo alucinante. Y en el caso de Irene, que sí conocíamos el trabajo,  por los libros de Atlántida, trajo algunos proyectos…

IS: Me acuerdo perfectamente que llevé este proyecto (se refiere a Cebras y cebras). Y me dijeron que les interesaba lo otro (se refiere al proyecto de La Decisión de Teodoro). Les dije que lo otro que tenía era una idea, se las conté y me dijeron “Adelante”. Y yo me fui a una casita que mis viejos tenían afuera, y en un verano hice los originales. La historia la tenía escrita y se las mostré. Tenía una idea de algunas imágenes, y estaba escrita. Pero sí me acuerdo de esa primera reunión.

JW: Nos tiramos a la pileta, porque teníamos una idea de cómo podía ser. Le dijimos “Adelante”, pero no “Adelante y veamos”, sino “Adelante y vamos a publicarlo”. Y me acuerdo de que cuando los publicamos, Teodoro, era de tapa dura. La edición que circula ahora, con tapa blanda tiene que ver con un pedido que recibimos del Ministerio. Después decidimos tirar más ejemplares para la circulación comercial…

IS: Pero el del Ministerio salió con tapa dura también. Cuando fue la compra. Esta es la última que salió con tapa dura. Como Uno y Otro, ¿No?

MW: Uno y Otro no tiene más tapa dura.

JW: Siempre me acuerdo de que cuando salió Teodoro con tapa dura, lo presentamos en la Feria, y vino Mariana Vera, la editora de Sudamericana, lo abrió y dijo: “¡Guardas verdaderas!” (Risas): la envidia del editor. Nosotros lo hacíamos así por un poco de inconsciencia. Nadie hacía tapa dura, el papel que usábamos… Era como que ahí también estaban las joyas de la abuela.

MM: ¿Cómo fue la recepción de los libros y de la editorial en esos primeros tiempos?

JW: Buenísima, porque estábamos haciendo algo que no se hacía. Al mismo tiempo estaba empezando Pequeño Editor, y Del Eclipse. Salimos todos como productos de la crisis. Igual eran distintos proyectos. En ese primer momento teníamos perfiles bien diferentes. Pequeño Editor tenía esa cosa bien experimental, Del Eclipse también, por el formato más de diseño…
La recepción fue buenísima, anduvieron muy bien y enseguida tuvimos compras del Ministerio, de CONABIP, de entidades que nosotros no teníamos ni idea de que existían. Y con estos libros fue como muy rápido, La decisión de Teodoro ganó un premio en México… y Uno y Otro ganó acá también, el destacado ALIJA al Libro Álbum…

MW: Yo ni sabía que existía ALIJA. Fue todo muy nuevo. Creo que fue un quiebre para todos. Para mí fue un quiebre absoluto entre lo que venía haciendo y lo que pasé a hacer después. La aceptación me llenó de coraje. Cuando yo hice este libro, pensaba que estaba haciendo una lo-cu-ra, y me daba el gusto de hacerla, y no me importaba porque era lo que quería hacer. Después, si nadie lo quería no me importaba. Y si lo querían, era porque había gente que estaba tan loca como yo. (Risas). Después aparecieron todos los locos que lo compraron.

MW: Me acuerdo de que uno de los pensamientos de aquella época era que una podía hacer lo que una quería, no lo que quería el editor.

MW: Ese era el salto. “Lo que a mí me gusta hacer, es aceptado”. Entonces, al diablo. Nunca más hago lo que no quiero “porque me lo piden”. No. Hago lo que quiero. Propongo, sugiero… Mucho coraje da eso.

MM: Te empoderaste.

MW: Absolutamente.

MM: En todas las respuestas salió el tema del libro de texto, y de lo que hacían. Incluso lo que vos buscaste de María, y que no tenía nada que ver con lo que estaba en el Foro. ¿Cómo es eso? Porque yo lo padezco por otro lado, como escritor, los cuentos a pedido, muy encorsetado.

MW: Es muy condicionado.

IS: Claro, pero tengo una familia, tengo hijos a los cuales mantengo. Y el trabajo estaba ahí, yo no trabajaba de otra cosa, y de ahí tenía que obtener el dinero para pagar mis cuentas.

MW: Tal cual. Para mí era igual, vivía de eso. Y además me pasaba que tenía trabajo, podía ir viviendo, arañando pero vivía, yo lo que tenía era pánico de cambiar de estilo y que no me llamaran más para ilustrar. Perdía el laburo. Por eso para mí era una locura. No me iba a animar a plantear un personaje de estos, o algo en blanco y negro, por ejemplo, en un libro de texto, o en un acotado libro de colección donde vos te dabas cuenta de que los personajes iban más o menos por acá o por allá. Y además, por eso me llamaban, por ese estilo, ese que vio ella cuando descubrió Candelaria, que dentro de todo es un libro que sigo queriendo. Hay otras cosas que prefiero no verlas nunca más. Pero era lo que me daba de comer. La idea de apostar a algo como lo que hice después en Un señor en su lugar, que se salía de los estereotipos propios, de lo que yo creía que iban a aceptar… Esto jamás habría podido hacerlo, porque yo no me animaba. Me di permiso. Entendí eso que te decía, de que podía hacer lo que quería. Es el antes y el después, de verdad. Es muy fuerte.

JW: Yo tengo una anécdota linda con Rodrigo Folgueira, que va a venir acá. Nosotros estábamos buscando ilustrador o ilustradora para un texto de Marina Colasanti, Un amigo para siempre. Y no se nos ocurría nada, pensábamos, le dábamos vueltas, era un solo personaje, era un poco complejo. Y en una de esas llamadas que te tienen con la musiquita en espera, y me llegan los mails que mandan los ilustradores a todas las editoriales, y uno de Rodrigo Folgueira que invitaba a ver su nueva página Web. Nosotros lo conocíamos como uno de los ilustradores que no solían ser afines a nuestra línea, en este tipo de libros. Nos gustaba su trabajo, pero no para lo que solíamos hacer. Entonces, mientras hacía otra cosa entro a la página Web, miro lo que ya conocía, lo que había ilustrado para otras editoriales, y en un costadito decía Pinturas y otros trabajos o algo así. Me meto ahí y veo unas cosas alucinantes. Lo llamé a Walter y le dije que eso era lo que necesitábamos para lo de Marina. Nos centramos en el cuadradito ese de la página. Cuando lo llamamos, se puso contento, le mandamos el texto y empezó a trabajar. Le habíamos dicho que se centrara en ese “costadito”. Y al tiempo nos manda todo el esquema del libro en el otro estilo. Le dijimos que no, que era “lo del otro costado”. Y nos dijo que eso era lo que no le pedían nunca. A mí siempre me llamó la atención como figuraba ahí, como que casi se caía de la página, ese costadito que decía “Otros trabajos”. Como suponiendo que todos los editores iban a ir a la parte bien visible, cuando somos muchos también los que buscamos otra cosa.


MM: Y a partir de esa irrupción de “su verdadero yo artístico”, digamos, ¿las siguieron llamando de libros de texto? ¿Las convocan para hacer esos trabajos?

IS: Normalmente, no. Y si sucede, depende de la situación económica que esté atravesando para aceptar. Prefiero que no, me gustaría que no, me encantaría poder elegir todo el tiempo las cosas que hago… No siempre sucede. Es así.

MW: Parecido. Solo que aposté a decir no.

IS: Tus hijos ya no viven con vos… (Risas).

MW: Ahora, pero en ese momento todavía sí. Había que bancar la casa. Pero empecé a elegir. Dependía, por un lado, de la economía, de la necesidad de ese trabajo. Y por otro de si era Literatura o Matemáticas. No siempre, pero empecé a elegir. Con lo único que sí seguí en paralelo y muy poco tiempo más, fue con libros de texto pero para Puerto Rico y Estados Unidos, que nos pagaban muy bien. Nunca viví de la ilustración tan bien como en esa época. Pero bueno… duró poco. Ya sabíamos que iba a durar poco. Fue un tiempo en el que me dije, “me aguanto”. Ahí los condicionamientos eran, desde los colores, las razas de los pibes que ibas a ilustrar, el escenario… Te decían todo lo que tenías que hacer. No había que pensar, eso estaba bueno. (Risas). Eras un “dibujador”. Manejabas la herramienta.

IS: Era nuestra gallina de los huevos de oro. Pero te daban un cuadradito así y te decían: “que en este pedacito haya un puerto, tres barcos estacionados, un mercado con un señor que vende siete peras, a doce pesos…” (Risas).

MW: Nosotras nos conocimos ahí. Trabajando para Puerto Rico, porque llegaban kilos de laburo para repartir entre cinco ilustradores… Venía todo por correo en papel, y me tocó ir a la casa de Irene a buscar los capítulos que me había tocado ilustrar, y ahí nos conocimos.

IS: No, nos conocimos en el Foro. Me acuerdo perfectamente.

MW: Ah, sí, cuando vos llevaste la carpeta, tenés razón.

IS: Sí, fuiste la única que tuvo un gesto muy amoroso.

MW: ¡Ay! Nos queremos… (Risas).

IS: En serio, me acuerdo. Me acordé hace un rato cuando hablabas de tus comienzos. Pero bueno, cambió. La verdad es que ahora, ilustrar para texto es muy raro. Trato de rebuscármelas por otro lado, pero bueno… si hay que hacerlo, lo haré. Pero la libertad y el placer que siento al hacer un libro propio, o con alguien en un proyecto y volar sin condicionamientos, es otro mundo.

JW: Igual te digo que los estudiantes aprecian mucho cuando aparece en un libro de Matemáticas una buena ilustración. Así que sigan haciéndolo por ellos, también. (Risas).

MW: Yo lo rescato. Hay cosas que he hecho que me siguen gustando, pero en general tienen algo donde yo trataba de salirme de lo de siempre. O metía la familia, mi estudio… cosa de meter algo muy personal, para decir que me divertía, que jugaba. Si me pedían que dibujara un panadero yo dibujaba al panadero de mi barrio.

MM: ¿Cómo es la experiencia afuera? Porque han trabajado para afuera, pero vos también viviste en el exterior, Irene…

IS: Sí, pero yo no viví ilustrando afuera. Viví haciendo armando Talleres de Serigrafía, de Grabado, imprimiendo obra de artistas mexicanos…

MM: No ilustraste para afuera…

IS: Sí, ilustré para afuera, pero desde acá.

MM: Mientras estabas allá, no.

IS: No. Porque empecé a ilustrar en el ’92, cuando ya vine a establecerme acá.

MM: Y el otro afuera que mencionaste vos, que es Bologna, tan importante para los ilustradores, y para los editores, sobre todo de este sector de la literatura infantil y juvenil, ¿Cómo es? ¿Cómo se vive? Cuenten también esa cocina…

IS: Para mi es una pesadilla, pero bueno… (Risas).

MW: Ay, para mí no. (Risas).

IS: Digo… yo no la paso bien, pero porque son tres días de Feria. Es una locura. Es admirable como la mayoría de los colegas van de una cita en otra mostrando sus cosas… Yo no tengo esa capacidad. Yo voy con un proyecto, veo un editor, que me dice algo y me deja toda la tarde reflexionando (Risas), voy y gasto un montón de dinero para no poder hacer más que tres o cuatro entrevistas. La paso mal. Yo quiero ir algún día como a saludar gente…

MW: ¡Es que hay que ir para eso!

IS: Es muy caro para ir a saludar gente.

MM: Vos fuiste aquella vez de las joyas de la abuela, María. ¿Y?

MW: Yo era una novata total en cuanto a Feria. Fui porque lo conocí a Sergio Kern, ilustrador maravilloso de la primera hora. Vivíamos en el barrio. Nos encontrábamos tomando café, hasta que un día yo descubrí que era ilustrador. Y que yo estaba ahí, haciendo mis primeros dibujitos. Y él empezó a hablarme, primero, de la computadora. Del scanner, cosas que para mí no existían todavía, y de Bologna. Y me hablaba: “Vos tenés que ir a Bologna”… Con un entusiasmo… Era el año noventa y pico. Y a mí me quedó dando vueltas. Después empecé a reunirme con gente del Foro, se habló otra vez de Bologna, y me di cuenta de que iba a tener que ir. Me preparé como pude, y fui. No tenía una sola entrevista, cosa que ahora es imposible, y entonces me la pasaba caminando por todos lados con una carpetita. Ni proyecto llevaba. Era una carpeta de dibujo, de lo que había hecho. En una hoja ponía cinco dibujos. Inexperta total. No le vendía nada a nadie. Sí llevé unos libritos que eran pequeñas historias ilustradas, con u personaje que había inventado yo, que eran ocho cuadros, pero yo lo ponía como libro. Y generaban simpatía, pero nada más, cero trabajo. La posta estuvo en conocer gente. Ahí habían aparecido Kalandraka, Kokinos. Media Vaca, y alguna otra más. Y estaban todos en un stand, chiquitito, donde caíamos todos los ilustradores de habla hispana. Era el lugar de encuentro. Y al que no conocías, lo conocías ahí. Empecé a conocer ilustradores de allá y de acá. Y, por supuesto, a los editores. Terminaba la Feria y nos íbamos a tomar un Martini. Lo pasábamos genial, ahí nos conocimos. Y a partir de ahí mantuvimos contacto. Uno trataba de editar, y mandaba el proyecto, y no pasaba nada, hasta que un día pasó, y yo pude editar un libro con Kalandraka, que para mí era como en su momento el Fondo de Cultura. Tocar el cielo. Además, todo lo que se abría de estar en contacto con estos editores y otros ilustradores. Después no conseguí un maldito trabajo de ese viaje, pero sí una cantidad de relaciones que me abrieron la cabeza y el mundo. Es el día de hoy que con muchos mantengo contacto.

MM: ¿Volviste varias veces?

MW: Volví en el 2009. Ya prolijamente. Fui seleccionada en la muestra de los ilustradores. En Bologna hay una muestra, pero hay que mandar cinco ilustraciones para participar. Mandan de todo el mundo y seleccionan treinta, cincuenta, no sé cuántos ilustradores…

IS: Ochenta.

MW: Ochenta ahora. Se hace una muestra y un catálogo. Entrar en ese catálogo también es tocar el cielo. Es una maravilla, pero te enterás en diciembre, y la Feria es en abril. Yo no pensaba ir. Pero cuando fui seleccionada, ¿cómo no iba a ir? Carta de presentación. Y entonces me armé todo para ir, me armé correos diciendo que había sido seleccionada, conseguí un par de entrevistas, y ahí fue que salió lo de la edición de El poeta y el mar, conseguí también editar con El Naranjo, una editorial de México. Después con una editorial de Brasil… Tuve carta de presentación. Eso fue lo que me lo facilitó y ya tenía la experiencia del 2001, de todo lo que no tenía que hacer. (Risas).

MM: ¿Y vos Irene? ¿Fuiste varias veces?

IS: Fui creo que en el 2006, 2007 y 2008. Porque ahí fue que hicimos el evento ese de Argentina País Invitado de Honor, “Cuando las vacas vuelan”, que fue una situación muy genial, la verdad es que fue bárbaro tener esa muestra ahí, en Bologna. Fue maravilloso, también fue agotador, fue un trabajo muy duro de mucha gente, durante un par de años, ¿no?

MW: Sí yo creo que debés haber ido en el 2006. Fueron casi dos años de trabajo.

IS: En el 2008 no sé si recorrí tanto, sí mostré trabajos. Me acuerdo de un editor francés, uno de estos que me hizo pensar toda la tarde, (Risas) pero para mí lo bueno es ir, ver esa cantidad de libros que es tanta información en tan poco tiempo que salís exhausto.

MW: Es apabullante.

IS: No podés más, pero suceden estas convergencias que dice María. Y de repente te encontrás con un editor en particular o con alguien que genera algo. La verdad es que yo admiro tu constancia de seguir el vínculo. Yo soy muy fiaca con eso.

MW: Me habían asesorado eh… Me dijeron que fuera con cuadernito, y anotara todo, porque de todo me iba a olvidar. Vos anotás el nombre y después… ¿Quién era? El que tenía la camisa… (Risas).

IS: Una vez escuché a Patsy Aldana, que decía que uno tenía que ir a las Ferias. Porque uno va a una Feria y conoce a alguien. Al año siguiente, va y lo saluda. Al otro año va y toma un café. Y después te compra. (Risas). Porque uno le compra a los amigos. Y es cierto. Es así.

MM: ¿Cómo es la experiencia de Calibroscopio?

JW: Es una mezcla de padecimiento y de disfrute también. La verdad es que es apabullante, como decía Irene recién. Hay momentos en los que te da esa angustia del “para qué hago esto”. Es como que uno tira un libro en medio de una marea revuelta, es una inmensidad. Está bueno ir porque se generan miles de relaciones, de las cuales te quedan una, dos, tres… y muchas veces (a veces sí, a veces no), suceden cosas. Sucede que hay editoriales que pueden comprar el libro, para traducirlo y hacerlo. Lo que quiere una mujer, de Estrella Escriña Martí y María que salió en coreano. Tenemos este libro (este fue nuestro año en Bologna). Este año no fuimos porque decidimos descansar un poco y ver adónde iban esas relaciones. A veces hay que tener tiempo, después de hacer ese trabajo, de volver, revisar el cuaderno, mandar cosas, hacer los contactos, porque si no, no sirve. Y el último año pasó un poco eso. Que estuvimos en varias Ferias y que después nos faltó el tiempo de retomar contactos. En 2016 tuvimos un premio muy importante en Bologna, por este libro, el de los Tres Portugueses bajo un paraguas (sin contar el muerto). Es un cuento de Walsh, ilustrado por Inés Calveiro que era una alumna de la cátedra de Daniel Roldán en la facultad que publicó su primer libro y fue premiada en Bologna. Como alguien me decía, “ilustrado y diseñado por ella”. Hizo un trabajo para la facultad y terminó en Bologna en todas las vidrieras. Y el tema de los premios internacionales es maravilloso. Si te toca, hay mucho mérito y un poco de azar, de estar en el lugar justo en el momento indicado. El libro recibió una mención en la categoría de New Horizons del Bologna Ragazzi Award. Y la Feria está empapelada de los libros que son premiados, que no son muchos. En cada categoría hay un primer premio y dos menciones. Entonces está toda la Feria empapelada de esos libros. El libro después salió en italiano, y en francés, en Canadá, que todavía no lo recibimos.

MW: Bueno ¡vayan a Bologna! Yo después los pincho para que contesten. (Risas).

JW: Y Hay días, de María, salió en portugués… Sí, son un montón de relaciones que hay que saber bajarlas y trabajarlas. Y es apabullante. Walter siempre me dice que a él lo angustia. Llegar y ver todo eso. Uno se pregunta para qué va a hacer uno más. Si ya hay tantos…

MW: Tanto libro que no va a alcanzar la vida para leerlos.

JW: Todo el mundo está apurado, nadie tiene tiempo. Y cuando encontrás ese huequito, en el que un editor se sienta y mira, hay que aprovechar eso.

MW: Ir con mucha claridad. Habiendo investigado un poquito antes adonde querés ir. Si vas así, vas mucho más relajado. Después se te cruzan cosas en el camino, es como andar mirando vidrieras por Santa Fe. Vas a buscar algo, y de pronto viste otra cosa y te sorprende. Pero si vas sin saber adónde, ahí sí te perdés. Para mí fue la diferencia la segunda vez que fui, puntualmente. Dije: “Solo con gente que habla mi idioma, o portugués”. Italiano me animaba un poco. Pero no tenía ganas de tener que hacer el esfuerzo de tratar de hablar en inglés, que me cuesta y sé muy poco. Decidí limitarme. Entonces tenía diez entrevistas nada más. Listo. Después el resto aparecía.


MM: Ustedes contaban que hace diez o doce años miraban los libros de FCE, Media Vaca y otras editoriales extranjeras. Hoy, Calibroscopio recibe un premio en Bologna, Pequeño Editor recibió otro, Isol ganó el Astrid Lindgren, Pablo Bernasconi fue finalista del Andersen, ¿ustedes dirían que la ilustración y la edición argentina de la mano, están en un primer nivel o son casos aislados?

JW: Yo creo que sí, aunque no está visibilizado del todo.

IS: Creo que convergen un montón de situaciones. Y tiene que ver también con las posibilidades técnicas que hoy existen, para editar con parámetros que se parezcan a los libros europeos. Acá Judith puede dictar cátedra con respecto a las hendiduras… porque sucede eso. Las imprentas ahora tienen unos estándares más precisos, mejores. Pueden ofrecer mejores papeles, uno puede ir a pie de máquina y el técnico se queda con vos hasta que consigue el color adecuado… Me parece que esas posibilidades técnicas, junto con el enorme cúmulo de ilustradores buenísimos que hay, que es un montón…

MW: Agrego algo: el tema de la formación. Cuando nosotras empezamos no existía ni siquiera alguien que diera un curso. El primero, que yo recuerde, fue Istvan. El tema de formarse como ilustrador… Si no hay carrera… Él empezó a formar a partir de su propia experiencia. Inventó la forma de transmitir, de compartir.

MM: Es autodidacta Istvan.

JW: Por eso. Y después de él empezaron a aparecer otros. Haciendo, básicamente, escuela de técnicas. Escuela del libro, todavía falta. Y Daniel Roldán, con la cátedra.

MW: Otro capo. Por lo menos de lo que yo sé. Probablemente haya otro montón de gente haciendo cosas, pero mi recuerdo fue ese. Que cuando Istvan empezó, era en la Cárcova.

IS: En la Cárcova, en el año 2000, me parece…

MW: Yo no me acuerdo por qué fue que no me anoté, pero hubiese empezado con vos. Al final no lo hice nunca.

IS: No solo eso. Me anoté, entré al curso de Istvan, era una mesa enorme, con un montón de gente. Todo el mundo decía que no sabía qué quería hacer. Yo llegué, con una arrogancia… (Risas). “Yo sé perfectamente lo que quiero hacer. Quiero hacer un libro sobre los miedos nocturnos, todo negro.”  Me presenté, diciendo que yo iba a hacer eso. Por suerte Istvan no me dio mucha bola. (Risas). Después salió otra cosa que no tenía nada que ver. Pero… tenía una certeza… (Risas)

MW: Yo tengo que poner en paralelo que estaba encerrada en casa pintando de negro, con tinta, sin parar, obsesivamente y diciendo que sabía lo que quería hacer. Pero te cuento una de este libro: cuando Judith y Walter lo vieron, se llamaba Blanco y Negro. Y yo no tenía el final. Y en ese momento Istvan sacó el libro La otra lectura. Es el día de hoy que yo agradezco ese libro, porque fui a la presentación (me faltaban dos páginas de mi libro) me llevé el libro (ni me lo firmó), y me puse a leer a la noche. Me quedaron tres páginas para la mañana siguiente, no podía parar. A la mañana cambié el final. Dije que no era y empecé de nuevo. Guardé los originales que tenía y empecé de nuevo. Y me quedó clarísimo que no se llamaba Blanco y Negro, y el libro ahí se multiplicó. Porque adentro estaban todos, alguien, pero eran Blanco y Negro, no Uno y Otro. ¡Cómo no lo vi! Fue leyendo el libro de Istvan que se me abrió la cabeza. Es un libro que sigo recomendando, sobre todo para los que empiezan, porque tiene una cosa básica que creo que sigue sirviendo para cualquiera.

MM: ¿Son lectoras de teoría?

MW: Sí, a mí me gusta mucho.

JW: Menos de lo que quisiera.

IS: Me gusta mucho leer cuando los escritores cuentan cómo escriben. Me encanta.

MM: Son todas mentiras. (Risas).

MW: Hay un libro de Stephen King que me lo compré, pero todavía no lo leí.

IS: Mientras escribo. Muy bueno.

MW: Sí, ese. Y otro texto que me fotocopiaste.

IS: Filosofía de la composición, de Edgar Allan Poe.

JW: Perdón, lo de Blanco y Negro me hace acordar de algo, aunque me salga un poco de los libros. María Osorio, la editora de Babel Libros, de Colombia, que tiene una mirada muy fina sobre los libros, sobre la estética, y la lectura de imágenes. María tiene dos perras. Una se llama Blanca y la otra se llama Negra. La blanca, se llama Negra. Y la negra, se llama Blanca. (Risas) para mí, eso la pinta como editora.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre